El imperio y la inevitabilidad de la guerra

Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre los estadounidenses se han empezado a preguntar por qué son odiados por otros países, sin comprender que su país sufre de las mismas ventajas y consecuencias que cualquier imperio que haya existido anteriormente. Mientras el drama correspondiente al ver las torres humeando se transmitía por televisión a todo el mundo, el gobierno y la prensa en general desarrollaban teorías acerca de por qué y por quién los Estados Unidos estaban siendo atacados.

La respuesta no tardó mucho en hacerse pública al atarse cabos entre el primer ataque a las Torres Gemelas en 1992, y las recientes amenazas del hasta entonces poco conocido grupo terrorista Al-Qaeda. Pero a medida que se acumulaba información, aún quedaba la respuesta a la primera pregunta. ¿Por qué?

Desde la caída del Imperio Romano no ha existido un gobierno tan poderoso e influyente como el de los Estados Unidos de América. Nacido de la corriente democratizadora del siglo XVIII, los Estados Unidos crecieron dentro de un sistema que aunque antiguo nunca había sido aplicado en ningún otro territorio. Para los griegos siempre fue teoría un gobierno de origen popular, y no fue sino hasta la llegada de la Revolución Francesa y posterior independencia del país del Norte cuando este sistema fue revisado y tomado en cuenta como alternativa a los gobiernos imperiales de Europa y teocráticos del Medio Oriente. Esta separación política temprana del resto de los sistemas de gobierno existentes en la época y la insolación cultural y física del país con el resto del continente, conllevaron al desarrollo del carácter individualista que rige la vida de sus ciudadanos en lo particular y del gobierno federal en general.

Ya a principios del siglo XIX, pensadores como Simón Bolívar advertían de la amenaza inminente que significaba el país del Norte para el resto de la región. Hoy en día es muy fácil emitir juicios y dar respuesta a los sentimientos negativos que contra los Estados Unidos albergan prácticamente todos los pueblos de Latinoamérica. Pero a principios del siglo XIX, cuando la unión no era más grande que Venezuela y las políticas intervencionistas de hoy eran más bien rechazadas en favor del carácter aislacionista que tuvo la unión en sus inicios, ¿dónde estaba la amenaza?

El control político es un activo que ha generado intereses de odio durante toda la historia. Los vecinos del Imperio Romano, español y francés por mencionar solo a Europa, no descansaron hasta que de los mismos no quedo sino el mal recuerdo. Usando como excusa el nacionalismo y amparados por la inexistencia del régimen diplomático actual, inclusive los ataques criminales contra otros estados por ciudadanos de naciones vecinas conseguían la protección de sus gobernantes, como en el caso de la piratería que asoló al comercio español durante toda su existencia.

Analizando la historia política del planeta, es fácil concluir que el poder siempre ha sido ostentado por algún tipo de potencia que saliendo de la sombra de su predecesora, crece, desequilibra la balanza de poder y se mantiene en el hasta que el ciclo se repite con otro estado desarrollándose y tomando sobre la autoridad que le concede la inescrutable ley del más fuerte. El nacimiento de una potencia es siempre el mismo, y su desarrollo siempre ha conllevado a los mismos excesos que hemos visto cometer a los Estados Unidos en sus poco más de 200 años de historia.

Como un parásito, una vez que un estado se convierte en potencia, este requiere de recursos para mantener la maquinaria estadal funcionando y asegurar su supervivencia. La consecuencia lógica de esta situación siempre ha sido el expansionismo. Ejemplos sobran en la Historia, y en todos los casos, las consecuencias culturales, por no hablar de las humanas, han sido incuantificables.

Los primeros líderes del Imperio Egipcio tuvieron la visión para reconocer que la medida de su poder estaba basada en el control de las riberas del Nilo. Aunque Egipto nunca fue una potencia expansionista, supieron apropiarse de ambas riberas del río desde sus fuentes el reino Nubio, actual Congo, hasta el Mediterráneo. De las culturas que existieron en esa zona, incluyendo a los nubios, solo quedan esbozos, habiendo sido aniquilados o absorbidos por lo sociedad egipcia a lo largo de los 5000 años que duró su civilización. Los egipcios, a pesar de sus innegables avances arquitectónicos, artísticos y organizacionales, no desarrollaron la metalurgia, por lo que ambiciones expansionistas carecían de sustento. Cuanto necesitaban como reino lo recibían de la mano de su complicado sistema de dioses en forma de lluvia y canteras. El desconocimiento de este arte posteriormente los llevó a la extinción de la mano mesopotámica y romana.

Los romanos, por otro lado no gozaban de un ambiente tan benevolente, pero sí de la ventaja del paso del tiempo. Conociendo las ventajas de la metalurgia, al desarrollarse como estado supieron reconocer desde temprano, a diferencia de los egipcios, que su supervivencia estaba más allá de sus fronteras, pero esta vez sin los límites de las riberas de un río sagrado. El crecimiento como reino explotador, los llevó a desarrollar la navegación, la metalurgia y las artes militares, materias que usarían para hacerse con todo el mundo conocido por casi mil años. En su camino quedaron al sol los huesos de las culturas primitivas europeas y toda otra que no se rindió camino hacia la toma del Medio Oriente, incluyendo lo que quedaba del una vez indestructible Egipto, cuyos sobrevivientes vieron transformarse en humo 5000 años de historia contraria a los intereses del nuevo imperio.

Como ejemplo de la furia devoradora del tiempo y el desarrollo de los imperios, tenemos al Medio Oriente de hoy, muchas de cuyas culturas conocemos por haber, sabiamente, sabido rendirse a tiempo. En enero del año 32 AC, Alejandro Magno, que recién había salido vencedor de las batallas de Granico e Isos contra las tropas del imperio Persa al mando de Darío, decidió cubrir la retaguardia antes de continuar la conquista de Persia.

Marchando hacia la costa mediterránea, ciudad que conseguía, pueblo que le recibía como héroe en medio de vítores que tenían más de ruego, que de verdadera admiración. Resistirse a Alejandro garantizaba la desaparición a manos del ejército que seguía al conquistador. Sólo una ciudad resistió, Tiro.

Una vez ciudad costanera, Tiro se había relocalizado a una isla de costas amuralladas 500 metros mar adentro. En uno de los sitios más celebres de la Historia, el ejército de Alejandro Magno, construyó un puente entre la costa y la isla echando virtualmente la ciudad vieja al mar y tras siete meses de intentos y fracasos arrasó con la ciudad nueva, matando o vendiendo como esclavos a todos sus habitantes, acabando así con un pueblo glorioso que hoy sólo conocemos por referencia.

La expansión imperialista de las potencias mundiales de todas las épocas han acarreado la desaparición, en muchos casos completa como en América, de culturas milenarias. Dejando siempre la semilla del rencor en el pueblo vencido, y abriendo la puerta a la esperanza de redención en forma de venganza, que cuando materializada, da vida a un nuevo ciclo de desarrollo y conquista con todas sus consecuencias.

En la antigüedad, sin embargo, el mantenimiento del status quo era, si se quiere, más sencillo que hoy en día, debido a la inexistencia de cánones que regularizaran la guerra y los derechos humanos. Toda resistencia a los ejércitos conquistadores de entonces era simplemente aniquilada, en lo posible, universalmente. Estos conceptos de conquista prevalecieron prácticamente hasta el siglo veinte a pesar de la Declaración de los Derechos Humanos, poco más de cien años antes.

En 1805 Napoleón destruyó la alianza inglesa-ruso-austriaca en la Batalla de Austerlitz, ahogando a treinta mil hombres de un plumazo, cuando en retirada cañoneó el lago congelado sobre el que se encontraban. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis aplicaron teorías de eliminación total contra aquellos a quienes consideraban una amenaza. Y los Estados Unidos no vacilaron en lanzar dos bombas atómicas en Japón con la esperanza de causar una baja tan catastrófica en el enemigo, que este simplemente no tuviese más opción que entregarse al enemigo.

En el siglo veinte, a pesar del peso de sus 2000 años de historia y al hecho de que hoy, como hace 200 años, se hace la guerra de forma brutal, la humanidad ha buscado hacer realidad un concepto que no había sido pensado anteriormente y que ataca indirectamente la existencia del Imperialismo y por consiguiente de la guerra. La paz mundial. Este concepto aunque esbozado desde la antigüedad en las ideas de Ciudadanía Universal y Pax Romana del Imperio Latino, no fue propuesto hasta cuando la Primera Guerra Mundial fue declarada la guerra que terminaría todas las guerras y universalizado hasta después de la Segunda Guerra Mundial con la presión creada por los Estados Unidos como único propietario de bombas atómicas en el planeta.

Hoy en día, con la Democracia como sistema político dominante del planeta, la conquista o intervención se hacen más difíciles debido al desarrollo de la diplomacia y los mecanismos económicos que convierten la explotación del pasado en el comercio de hoy, haciendo menos relevante el poderío de una nación al verse obligada a jugar por las reglas que como en el caso de los Estados Unidos, ellos mismos han dedicado años a propagar.

Durante los años de la Guerra Fría, con un enemigo si se quiere menos avanzado políticamente, el mensaje de no aceptación se basaba en la falta de justicia, equidad, libertad y paz que existía en Norteamérica. Declarado imperio malvado, según Washington, por no reconocer los derechos humanos, la Unión Soviética soportó la presión internacional hasta su desmoronamiento en 1992. Sin amigos o enemigos de su talla en el horizonte, Estados Unidos se preparó para la toma de Persia, sin contar que varios Tiros le esperaban a la vuelta de la esquina.

Desde Corea en los años 50’s, Vietnam en los 60’s y Afganistán en los 80’s, el doble dialogo de los líderes estadounidenses convirtieron sus políticas en dobles diálogos, usando la estabilidad mundial como excusa para la guerra, que no tenía en ningún caso mejores intenciones que las campañas de Alejandro Magno en el Medio Oriente.

De ser un estado aislacionista en el siglo XVIII, había pasado por consecuencia lógica de su crecimiento a estado conquistador, tomando a su paso parte de México y propiedades en el Pacífico, el Caribe y estableciendo bases militares desde Tokio hasta Berlín. Y como en toda la Historia, dejó su marca de potencia conquistadora en forma de odio y envidia represada por impotencia.

El 11 de septiembre del 2001, el ataque al World Trade Center, no fue más que uno de esos momentos históricos en donde una nación débil ha golpeado en la primera, y usualmente, ultima oportunidad a un estado superior que considera agresor. Pero a diferencia de los días de Alejandro Magno, los conceptos de Nación, Estado y Guerra han cambiado significativamente. Si Al-Qaeda hubiese existido durante el Imperio Romano y hubiese lanzado un ataque terrorista que hubiese aplanado el Coliseo, Roma les hubiese perseguido y batallado como a otro país, sin importar dónde estuvieran. Hubiesen sido la nación Al-Qaeda, sin importar su localización. Pero hoy en día esto es mucho más complicado.

Una de las desventajas de que los Estados Unidos como imperio, tenga un gobierno de orden democrático-constitucionalista, es el hecho de que debe respetar el orden institucional de las naciones afines. Habiendo desperdigado el sistema por todo el mundo como la única opción para el desarrollo, está en la obligación de dar el ejemplo y atender a las leyes antes que a sus intereses como nación.

Por ello es complicado acometer campañas como la que le permitiría tomar sobre Irak y su petróleo de un zarpazo como Roma tomó Egipto cuando bien le pareció conveniente.

La Democracia como orden mundial y el desarrollo de las relaciones diplomáticas en el estado en que se encuentran, tienen dos consecuencias fundamentales en su posición como potencia mundial. La primera es la imposibilidad de conquista. Queriendo decir con esto que requiere del consenso a través de organismos como las Naciones Unidas para poder llevar adelante cualquier tipo de acción en contra de otro territorio. La segunda, la obligación de tratar como iguales al resto de las naciones del mundo sin importar el grado de desarrollo que esta posea. Esto permite como nunca antes, la posibilidad de denunciar o contradecir a una potencia, no importa qué tan pequeño sea el país, basado en el principio de libre expresión que tienen todas las naciones del mundo.

Sin embargo, los Estados Unidos han conseguido muchas veces la forma de darle la vuelta a las leyes, de manera que legitimen sus acciones, lo cual es sólo condenable cuando se pertenece a la parte agredida. Porque desde el punto de vista imperial, esta es la única forma de mantener el poder en sus manos y de amedrentar a quienquiera que sueñe con sustituirlo en su posición.

Pero ¿si es posible, de alguna manera, mantener al imperio más poderoso de la tierra a raya; será también posible neutralizar su influencia y navegar por mares de intereses compartidos? Es decir eliminar la existencia del Imperio como lo hemos conocido durante toda la Historia.

La situación actual del mundo es complicada, y definitivamente es el inicio de un nuevo orden a establecerse en el futuro. Como imperio, los Estados Unidos tienen varias opciones. La más conveniente para ellos es la de abandonar lentamente sus obligaciones democráticas y obedecer a sus intereses sirviendo de policía de un orden mundial que ellos no respetan y que es la que están tomando en este momento. Otra sería la de convertirse en un estado conquistador y establecer el orden donde quiera que les parezca necesario. Y otra posibilidad, que no tiene ejemplos en el pasado y que no creo se materialice en el futuro, es la de aceptar de buena fe que la época del fin de los imperios ha llegado, y que el mundo ha llegado al momento en que debe convertirse en una sociedad global, no de uno, sino de todos.

Esto significaría su desaparición como imperio y la puesta en práctica de una utopía que muy posiblemente sea seguida de la aparición de un nuevo caudillo que tomaría sobre las riendas de un mundo, que basado en la armonía, sería incapaz de defenderse.

¿Es entonces la existencia de un imperio un mal necesario para mantener la paz? ¿Debe aceptarse la existencia de un Estado superior? En el estado del progreso legal en que nos encontramos quizás un imperio no es tan malo como en la época babilónica, pero sigue siendo igual de incómodo. Y es allí donde los odios nacen y las ganas se reprimen, dando origen a grupos para-nacionales como Al-Qaeda, que aunque «inperseguibles», no son necesariamente inocuos.


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