Cada vez estoy más en contra de las estatuas con motivo militar. Ellas no tienen la culpa. Son del todo irresponsables del papel que juegan. Pero no puedo soportar que los mejores sitios de las ciudades, en sus plazas o parques, ocupen el espacio con total impunidad, incluso con esa soberbia que les suele dar la altura del pedestal.
Estoy cansado de ese culto hacia el guerrero salvador de la patria que con su ímpetu consigue doblegar al adversario a costa de sufrimiento y muerte. Estoy aburrido de tanto rey, príncipe, general o comandante que detenta los valores intrínsecos de la nación, de cualquier nación. Y, claro, en agradecimiento se les hace una escultura en la que están vestidos de militar, con porte arrogante, espada en mano, con mirada fija en el horizonte, marcando el futuro de su nación o de su pueblo, acompañados de leones e, incluso, de elefantes.
De elegir esculturas, prefiero la de los prohombre civiles que con sus ideas consiguieron hacer evolucionar a sus sociedades, que crearon conocimiento o arte, que empujaron a sus conciudadanos hacia la belleza, la ética o el respeto. Seres comunes que consiguieron hechos relevantes para su país, su ciudad o su pueblo. Son éstos los que se merecen las posiciones preeminentes en nuestras vidas, los espacio más adecuados, las esculturas…más humanas.
Hasta que no llegue ese momento, dejemos que las palomas continúen con su labor de engrandecimiento.
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