Cosas incomprensibles en la Biblia (Ateo hasta nuevo aviso)

El período navideño decembrino es una época ideal para volver al libro «original». Pero, ¿ustedes de verdad entienden lo que está ahí escrito o simplemente hacen como la mayoría de los demás mortales: amen, amen y larguémonos de aquí rápido para ver el partido de fútbol?

Empiezo aclarando que no soy para nada experto en la materia y que, como casi todos, fui bautizado sin que se me preguntara si estaba de acuerdo. Pataleé, lloré, opuse resistencia; pero al final terminé sumergido de todas todas en el agua «bendita». Es por eso que si escribo esto, no es para criticar ni para quejarme, es simplemente para pedir que, si alguien entendió lo que aparece en la Biblia, pues que tenga la amabilidad de escribirme un emailcito y me aclare la cosa.

Digamos que, en primer lugar, la estructura de la Biblia no es exactamente lo más prolijo que uno pueda encontrar en literatura. El Antiguo Testamento parece haber sido escrito por Quentin Tarantino en pleno síndrome de abstinencia de cocaína: Una cosa de arrasar pueblos, enviar plagas, cortar cabezas, ahogar gente, tumbar torres, sacar ojos, echar a los leones y pare de contar. Es que ni el guión de Hostel, mano. No me negarán que, desde un punto de vista Moral, las decisiones de Dios son algo sospechosas en este tomo: Está bien matar a todos los hijos de los egipcios, mandar langostas voladoras, convertir a todo el mundo en Sodoma y Gomorra en sal; pero «no debes hacerle daño al prójimo». Uno imagina a Moisés en pleno diálogo en el monte Sinaí recriminando a Dios: «Loco, ¿qué estás haciendo? Para un poco men, ¡para! Ya esta bueno de matar a estos pobres huevones, ¿qué culpa tienen ellos de creer en Amon-Ra, Ba, Budha, Allah o qué sé yo? Hombre, ¡esta es la religión del amor, bróder! Esta gente lo que está es muerta de miedo, jefe, no llena de amor. Si apenas se van cinco minutos a adorar su vaquita sagrada (que hasta linda les quedó, no me negarás) y ya, ¡zas! Les caes durísimo. Tranquilo, jefe, tómese un Atamel, fúmese un cigarro, vaya al bar un rato, no sé, pero esto así no puede seguir…».

Pero luego aparece la explicación de todo, cuando, en el segundo tomo —El imperio contraataca de las religiones—, Dios mismo viene a sacarnos de la confusión. O tal vez no. Porque aquí la cosa es para el otro lado: Sanemos a los leprosos, resucitemos a los muertos, démosle pan a todo el mundo, caminemos en las aguas, tornemos la otra mejilla, amemos a nuestros enemigos… ¿Este es el mismo tipo que en el primer libro andaba por ahí como Atila, el Rey de los Hunos? Yo, como buen venezolano criado por las telenovelas de Delia Fiallo, pensaba que la cosa era crear la tensión. Que Cristo andaba por ahí dejándose flagelar, enajenar, torturar para que se confiaran, porque al final iba a bajar de la cruz y darle a todos esos romanos y fariseos su merecido. Pero no. Es que ni en Braveheart, de Mel Gibson, el final es tan trágico. Okey, matan a Mel, cierto, pero al final sale un epílogo en letrica pequeña que explica que no todo fue en vano: Poco después, escocia fue liberada. Uff. Uno respira de nuevo. Pero en la Biblia no; al pobre bróder lo matan, lo descuartizan y lo hacen sufrir, y al final lo único que pasa es que llueve, truena y relampaguea. Imagino a Tom Cruise o Keanu Reaves leyendo el guión de La pasión de Cristo para interrumpir cada cinco minutos y preguntar: «¡Aja! Esta es la parte donde bajo de la cruz y le doy su merecido a todos, ¿no? ¿Ah, no? ¿Sigo ahí? ¿Sufre que sufre? ¿Y entonces? ¿Nunca bajo y salvo al mundo? ¡Bueh! ¡Cómo me hacen perder mi tiempo!».

Porque no me negarán que la vaina es un anti-clímax. Y encima, el héroe, para más, se va con esta perla: «Padre, ¿por qué me has abandonado?». ¡Carajo! Por qué me has abandonado. He ahí la pregunta. Cristo tenía que haber bajado de la cruz como un X-men, echando rayos por los ojos y achicharrando a todos los infieles. Ahí uno sí diría, «¡ése es el mío, chico!». Rocky Balboa, caído pero haciendo todo para levantarse. Aquí no hay nada de eso, el tipo lo abandonó, como abandonan a Willem Dafoe en Platoon de Oliver Stone. Qué final.

Óleo sobre lienzo, 300 x 179 cm. Museo del Prado, Madrid.

Sin embargo, lo que más me preocupa es la parte teológica de la cosa. Es decir: El Padre que es hijo pero es Padre a la vez. Medio edípico, no me negarán. Y uno anota en el cuaderno durante el curso de catequesis, «La Santísima Trinidad». Es que es simple: Es una onda que es partícula 

pero es onda también. Una cosa cuántica ahí. O si quieren, véanlo como un Chicken McNugget: Pollo que no es pollo pero es pollo a la vez. Ajá. ¿Confundidos? Apenas estamos empezando: También está El Espíritu Santo (traducido en inglés con el nombre macabro de «Holly Ghost», el fantasma sagrado) que, como para enredar algo difícil de complicar más, también es parte de la tríada. Es Dios, pero es el Espíritu Santo. «A» igual a «A» pero diferente a «A» a la misma vez. Esto, enseñado a niños de diez años. Pregunto: ¿Quién diablos sabe qué es el Espíritu Santo? Si me preguntan a mí, la única función de esta entelequia, es equilibrar el cuadro de El Greco para darle un punto de fuga hacia arriba. De ahí para adelante, lo demás es interrogación. ¿De qué sirve? ¿Qué hace? ¿Le da fuerza a Sansón, como Dios? ¿Cura leprosos, como Cristo? ¿Ve el futuro? ¿Controla objetos metálicos? ¿Comanda a los animales, como Tarzán? No. Este tipo o «cosa», no hace nada: Esta ahí, como pajarito con un ramo en el pico, y es importante aunque nadie entiende qué es ni cuál es su función.

Claro que, si de complicaciones se trata, nada peor que la Transubstanciación: Ese momento mágico en el cual el cura transforma la ostia en carne de Cristo y el vino en sangre del crucificado. El cura opera su magia y aparece, ahí, el cuerpo mismo del señor. Felices pesadillas, niños. Luego viene lo peor: Uno va y se lo come. El tipo te dice: «Esta es la carne de nuestro salvador» y el creyente, en vez de salir corriendo para el otro lado, se traga la vaina. Y pensar que la gente se indigna con el video de Tyson comiéndose la oreja de Hollyfield. ¡Pero si esto es más terrible! Además, ¿cada pedacito de ostia es la misma parte del cuerpo de Cristo (digamos, un muslito) o son partes distintas? ¿No podemos echar cien ostias ahí, las juntamos y ¡shazaam!, resucitamos al tipo?

 

Y el vino por supuesto que es la sangre de Cristo. Seremos vampiros, entonces. Luego se asombran cuando un cura, a estas alturas antropófago y adicto a beber sangre, va y acosa a un monaguillo. Era lo único que le faltaba. A quién no se le van a cruzar los cables, después de años de abstinencia, bebiendo sangre de Cristo y tratando de entender qué carajo es El Espíritu Santo. Eso no es una iglesia, es un hospital psiquiátrico, por Dios. Transformar el vino en sangre. ¿No se consigue algo más útil que hacer que simplemente bebérsela? Pensar que tantos tipos internados esperando una transfusión y no podemos mandar a un cura con una botellita de Rioja a que ayude al compadre:

—Padre, Padre, ¡necesitamos darle sangre al paciente ya o se nos muere!».

—Tranquilo, hijo mío, yo me encargo. Esto es una cosa que ni Copperfield, mano. Concentración… ¡zas! ¡He transformado el vino en sangre! ¡Alabado sea el señor! ¿Cómo le quedó el ojo, ah, especie de ateo?

—Impresionante, a decir la verdad… Quién lo hubiera creído… Pero mire, Padre, un detallito… No sé cómo decírselo… Es que el paciente es AB- y usted nos dio una botella de B+… Gracias, de todos modos…

—¡Santísimo! ¡Qué metida de pata! Yo sabía que tenía que haber traído era la botella de Gato Negro… Lo siento, es que me aplazaron en Transmutación II, cuando estudiamos las equivalencias… ¿Quiere que confiese al paciente, entonces?

Poderes de los gemelos fantásticos, ¡actívense!

Podríamos terminar con los Diez Mandamientos, que luego uno aprende puede ser que eran más (nadie sabe a ciencia cierta), pero que Moisés, algo torpe y lleno de ira, rompió una tablilla. Entonces, en qué quedamos. No sólo tenemos el lapidario «Padre, por qué me has abandonado» sino que ahora nos enteramos de que, a pesar de que sigas al pie de la letra los diez mandamientos, es posible que haya otros mandamientos ocultos por ahí que nadie conoce. Uno puede fregarse la vida tratando de no desear a la mujer del vecino, así sea Catherine Zeta-Jones, tratando de no robar o matar a toda la retahíla de desgraciados que han destruido nuestro país con corrupción y demás. Pero no basta. Luego vas al cielo y resulta que rompiste el mandamiento trece o quince. Habráse visto. «Lo siento, pero reglas son reglas… Tome la escalera descendiente, por favor…». «Pero yo no sabía, no es justo, no es mi culpa…». «Seguridad, seguridad, por favor. Tenemos una situación aquí con otro antisocial que no leyó los mandamientos que faltaban… Manden a San Jorge o a San Miguel, y lo decapitamos de una vez…».

¿Cuáles serán, en definitiva, esos otros mandamientos? Deben ser cosas claras; si los primeros son no matarás, robarás, etc., los otros también deben ser explícitos. Algo como: «Quien ordene la Pizza Domino»s con bolitas de carne, irá directo al infierno por guarra con mal gusto». Porque eso no sólo es un atentado a la estética, sino que demuestra una moral bastante cuestionable, no me negarán. O quien, borracho en una discoteca y sin dinero, rellene su copa con todos los fondos sobrantes que consiga en las demás mesas. Eso es imperdonable, estoy seguro. En fin, si eso no es una mandamiento, ¿de qué clase de religión estamos hablando?

Francamente, cuando releo la Biblia, tengo la impresión de que el público al cual va dirigido es un grupo de carpinteros, pescadores y pueblerinos de todo tipo. Y digo con toda la sinceridad posible que eso no me interesa. Tiene que haber más a la vida que eso. Y si a ello agregamos la cantidad de datos teóricos incomprensibles antes mencionados, ¿quién en su sano juicio puede seguir siendo católico? No pretendo juzgar a nadie. Pero reitero la pregunta: Si alguien por ahí entendió mejor que yo lo antes mencionado, manifiéstese. Multiplique los e-mails, Dios. Mande un virus divino a acabar con todo este ciber-espacio de perversión y pecados. Sino… Hagamos un pacto: Quédese usted por su lado y yo por el mío y si nos vemos hacemos como que no nos conocemos, ¿sí? Porque ya basta de criticadera y pecados, no puedes mirar a esta tipa, no puedes desearle la muerte a Pinochet (poco tarde)…

¿Parece razonable? Creo que sí. Es la única forma que he encontrado para resolver este dilema. Ustedes dirán…


Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario