Hace unos meses se quedó en mi apartamento de Los Ángeles un ex-colaborador del Nuevo Cojo Ilustrado. Tenía unos cinco años que no lo veía pero había mantenido contacto con él y su esposa vía Facebook. Entonces ellos vivían en Massachusetts y hablábamos bastante por teléfono pero, como suele suceder en las relaciones a larga distancia, nos habíamos alejado poco a poco y sin darnos cuenta.
Siempre le tuve mucho a aprecio a «Ramón» (el nombre ha sido cambiado para proteger la privacidad del personaje) porque su apoyo fue esencial en los primeros días de la publicación. Por eso, cuando llamó para pedir alojamiento por unos días no dudé en aceptar a pesar que, aparte de un par de llamadas, por años nuestra única interacción había sido «gustar» fotos en nuestras paredes.
La razón de su visita a Los Ángeles, me contó tras su llegada, tenía que ver con un problema familiar que sólo podía ser resuelto por un sobrino que vivía en la ciudad. El sobrino, aparentemente, no tenía interés o ánimos de hacerlo y la misión de Ramón en este viaje era convencerlo de asumir esa responsabilidad.
Los detalles del problema no vienen al caso y en realidad no quise indagar mucho en ellos. No porque no me interesaran, sino porque no quería que Ramón se sintiera obligado a revelar asuntos personales por el simple hecho de ser mi huésped. Sin embargo, entre el vino de bienvenida y el desayuno de despedida hablamos sobre el curioso encuentro con su sobrino, el cual sucedió en un karaoke organizado por miembros de la industria porno.
El sobrino había salido por un tiempo con una actriz pornográfica y durante la relación había hecho amistad con algunos de sus colegas, quienes atendieron a Ramón como si fuera uno más de la familia en una fiesta que al principio le pareció como cualquier otra. Al menos hasta que notó la inexplicable armonía que reinaba en un lugar repleto de mujeres despampanantes.
En los países del Caribe (y con toda seguridad en Venezuela), la presencia de estas mujeres en cualquier evento social sería, cuando menos, inconveniente. Los gallos afilarían las espuelas y harían uso de sus mejores tácticas para impresionar a las chavalas. Sueldos, estados civiles, marcas de autos y lugares de residencia se echarían en cara sin ninguna vergüenza. Y de no funcionar nada de esto, muy seguramente saldrían a relucir hasta las más diluidas ascendencias con tal de convertirse en el partido más solvente de la fiesta (¡mi abuela era de origen europeo! ¡Mi tío es General de Brigada!).
Por su parte, la mujer latina tiene muy poca tolerancia por otras gallinas en el gallinero y, no más notar la presencia de invitadas con mejores plumas, marcaría su territorio con abierta hostilidad. Inmediatamente renunciarían a cualquier afiliación feminista y se presentarían como la novia o señora de alguien, se guindarían de los brazos de sus parejas, limitarían sus radios de acción, triplicarían los retoques en el baño y harían el ridículo demostrando que nadie, n-a-d-i-e, es más sexy que ellas en la pista de baile.
Después de unos tragos, llegaría el inevitable—aunque temporal—final de algún noviazgo, matrimonio o concubinato, y veríamos a más de una dama corriendo a casa (tacones en mano) para que sus parejas tengan más tiempo de hablar con sus «perras».
En fin, la sangre caliente de los latinos saldría a relucir gracias a la obvia y bastante real posibilidad de cumplir una fantasía, pero regionalizar este escenario es injusto. Después de todo, aquí en los EE.UU., centro mundial de la mojigatería político-conservadora y de la multibillonaria industria pornográfica al mismo tiempo, sería bastante difícil encontrar un lugar donde un par de voluminosas estrellas porno no pusieran las cosas de cabeza.
Mientras tanto, en la fiesta de Ramón no podía haber mayor paz. Trago en mano, las actrices deambulaban por la fiesta saludando a cuanto invitado se tropezaban y dándose piquitos con otras actrices. Algunas estaban casadas o eran novias de algunos (o algunas) de los (las) asistentes, pero esto parecía no tener importancia. Era obvio que no les importaba que sus parejas hablaran por horas con otras mujeres o con que estas se sentaran sobre sus piernas. Y si les importaba, era más obvio aún que estas muchachas eran mejores actrices cuando no estaban frente a una cámara.
Los actores, por su parte, parecían más interesados en las políticas del gobierno de Obama y los efectos del calentamiento global. De vez en cuando volteaban con desdén casi homosexual para ver las curvas de alguna transeúnte pero nunca perdían el hilo de la conversación y mucho menos la abandonaban. Si sus parejas se acercaban, las invitaban a sentarse en la pierna que tenían libre y la ponían al tanto del tema que se discutía.
Impresionado por el estrambótico espectáculo, Ramón hasta se olvido de su sobrino y se unió a un grupo que discutía la recientemente aprobada ley que obliga a los actores pornográficos a usar condones. La industria porno había hecho campaña para repelerla desde que se anunció el proyecto porque el costo de inspeccionar su aplicación (vaya trabajito) correría por su cuenta. Naturalmente, todos estaban al tanto del asunto, pero lo que Ramón no esperaba era que hasta la más rubia de las actrices fuese capaz de expresar elocuentemente su punto de vista. Con argumentos, no opiniones superficiales, y sin tratar de imponer ideas, sólo expresarlas.
Ramón dio un paso atrás. ¿Dónde estaba? ¿Eran estos realmente actores porno? El grado de lucidez y fraternidad de estos individuos era inverosímil, chocante y estaba empezando a molestarle. ¿Acaso le estaban tomando el pelo? ¿Había una cámara escondida filmando sus esfuerzos por mantener la boca cerrada? Nada tenía sentido y por un momento atribuyó todo a algún tipo de droga. Quizás todos estaban en algo que inhabilitaba sus libidos. ¿Hongos? ¿Mariguana? Definitivamente no cocaína. Pero, ¿por qué querría un actor pornográfico adormitar su principal herramienta de trabajo? Aunque fuese temporalmente.
La conversación había derivado hacia los procesos de paz post-primavera árabe cuando Ramón comentó sus observaciones a un productor veterano que tenía al lado.
—Increíble, ¿no te parece?—le dijo el tipo—En nuestra industria la tensión sexual es casi inexistente. En uno u otro momento estos actores han follado entre sí, se han follado a las esposas de sus colegas, se han follado a sus amigos, se han follado a sus enemigos y hasta se han follado ellos mismos. Y si aún no se han follado a alguien muy seguramente se lo follarán en el futuro. Es impresionante la claridad mental que se adquiere cuando no hay que competir por sexo.
Una actriz perdió interés por los eventos de la Plaza Tahrir cuando escuchó a Ramón tartamudeando una respuesta. Según ella, en su profesión la falta de tensión sexual era realmente bienvenida. Aún recordaba cómo en sus días pre-porno siempre había alguien que la deseaba o que ella deseaba y que esa ansiedad de irse a otro lugar con esa persona destruía cualquier posibilidad de disfrutar el momento. Pero ahora todo era distinto. Estaba rodeada mayormente de gente con la que había trabajado y, aunque era inusual, si querían follar fuera de cámara lo hacían y ya. No tenían que pasar por todo el proceso de impresionarse mutuamente.
—La paz que queda al eliminar la incertidumbre sexual—concluyó la actriz—no tiene precio.
—¡Vaya filosofa!—dijo uno de los actores dándole una palmada en el culo. El novio de la muchacha ni parpadeó. —Quizás tú eres lo que necesita el Medio Oriente para resolver sus problemas.
La actriz se sonrió de oreja a oreja, le mostró las tetas y se fue a buscar un trago.
Algunos meses después que Ramón pasara por mi casa decidí llamar a un amigo que había trabajado en películas porno. A nivel de personal, nadie trabaja en ese género porque quiere. Usualmente no consiguen trabajo en películas corrientes y terminan haciendo cualquier cosa para pagar las cuentas. Alex había servido de contador en una veintena de escenas para una productora en el Valle de San Fernando (¡la capital porno del mundo!) y no había reincidido porque lo habían contratado haciendo lo mismo en un reality show sobre cocineros.
Ese había sido el momento más bajo de su carrera (trabajar en porno, no el reality show) y no le gustaba reunirse con la gente que había conocido en la industria, pero de alguna manera lo convencí de que me llevara a la próxima fiesta a la que le invitaran para corroborar las observaciones de Ramón.
Esa fiesta las corroboró sin dudas, pero no de la manera que esperaba.
A diferencia de la fiesta de Ramón, a la mía asistieron numerosos invitados no relacionados con el entretenimiento para adultos. Hombres jóvenes en su mayoría y demasiados en realidad, por lo que las pasiones en la gigantesca casa de un ejecutivo de una productora no tardaron en alebrestarse.
Sabiamente, al principio los actores estaban en el segundo piso de la casa; separados del público general por una pared de escoltas al pie de las escaleras. Ahí estábamos Alex y yo gracias a su amistad con el anfitrión, y mientras duró la paz, la descripción de Ramón resultó bastante fidedigna.
De no ser por los tacones transparentes y las camisas abiertas hasta el ombligo la fiesta podría haber pasado por una reunión de padres y representantes. Padres y representantes con tetas tan grandes como almohadas y penes de 30 centímetros de longitud, pero a toda vista igual de recatados.
Las actrices en particular parecían felices de estar allí, bebiendo con hombres sin interés aparente en sus escotes que escuchaban—sin interrumpir—sus opiniones sobre la masacre de Aurora y la próxima llegada de Curiosity a Marte. Un actor estaba especialmente contento de haber trabajado con un director al que describió de «genio» y al que asignó tantos elogios que por un momento pensé que hablaba del mismísimo Coppola. En realidad se refería a un tipo llamado Ettore Buchi, el ganador del Premio AVN 2012 (los «Oscar» del cine porno) como mejor director extranjero por la película «Mission Asspossible».
Buchi no estaba en la fiesta, pero en el gran salón con paredes cubiertas de espejos y pinturas con dorados marcos rococó reconocí a algunas porno-celebridades. Nina Hartley estaba en un sillón conversando con alguien más interesado en la mesa que tenía en frente. Desde un balcón las carcajadas de Sunny Lane ahogaban un remix del «Otis» de Kanye West y Jay-Z. Y en un momento Alex felicitó al actor James Deen por haber «coronado» un papel junto a Lindsay Lohan en «The Canyons», la nueva película de Paul Schrader. Deen prometió llamarlo otro día mientras una señora lo arrastraba hacia un grupo de hombres en guayaberas que lucían orgullosos del joven semental.
De vez en cuando los actores bajaban al primer piso y conversaban o se tomaban fotos con los visiblemente intoxicados invitados, pero aparte de uno que otro trago derramado en las alfombras del anfitrión, todo transcurrió sin mayores incidentes. De hecho, para ser una fiesta «porno» todo me pareció bastante aburrido y a eso de la 1:00 AM decidí que ya había visto suficiente.
Ya estábamos de salida cuando vimos a unos escoltas arrastrando a un borracho hacia su auto mientras gritaba «si no sabían quién era él». Los gordos guardias de seguridad lo ignoraron, pero pronto se vieron rodeados por amigos del borracho, quienes a su vez fueron rodeados por el resto de los escoltas de la casa (quienes cometieron el error de abandonar sus puestos al pie de las escaleras). Radio en mano y posiblemente preocupado por la diferencia numérica, uno de ellos pidió a los muchachos que se calmaran o que llamaría a la policía.
Para evitar involucrarnos (y porque el condenado aparcacoches no aparecía con las llaves de mi auto), Alex y yo decidimos volver a la seguridad de la comuna hippie instalada en el segundo piso. Pero el mundo ideal que habíamos abandonado hacía apenas unos minutos había desaparecido bajo el control de una horda de jóvenes borrachos, cachondos y dispuestos.
Los actores y actrices, otrora sentados apaciblemente en grandes sofás de terciopelo, ahora estaban rodeados de «fanáticos» sedientos de fotos, autógrafos y «conversación». Dichas «conversaciones» con las estrellas porno rayaban en bochornosos clichés que estas respondían con sonrisas nerviosas y miradas de reojo en busca de escoltas. ¿Quién te ha follado mejor? ¿Son tus orgasmos de verdad? ¿Qué de tus tetas? Y cosas por el estilo. Y mientras más sonreían, firmaban y posaban, más caótica se hacía la muchedumbre y más atrevidas se hacían las poses y peticiones.
Al principio eran fotos comunes y corrientes con una persona al lado de la otra, pero pronto empezaron a exigirse abrazos, besos en la mejilla y hasta toques con la lengua. Y cuando alguien decidió romper el tedio con un inesperado y poco bienvenido apretujón de teta, la actriz involucrada empujó a su «fan», el «fan» la llamó puta y uno de los actores le sembró un puño en el pecho. Una reacción perfectamente lógica, en mi opinión, pero que hizo poco por detener el curso de los acontecimientos.
Alex y yo nos apresuramos a las escaleras. Abajo nos conseguimos al anfitrión gritándole a los escoltas que no llamaran a la policía a menos que fuera necesario. Los escoltas se vieron las caras y subieron las escaleras obedientemente.
Alex sacó las llaves del armario del aparcacoches y corrimos al auto. El DJ finalmente apagó la música. En el segundo piso alguien llamó «negro» a otra persona (muy posiblemente uno de los escoltas). El insulto fue seguido de un grito ahogado, lo que sonaron como puñetazos y una lluvia de vasos rotos que terminó con una detonación que me permitió escuchar grillos por primera vez desde mi llegada a Los Ángeles. Después me enteraría que el anfitrión había disparado al techo, arruinando un ridículo fresco con mujeres desnudas bañando a hombres musculosos en la antigua Grecia. O así me pareció.
—Siempre es la misma mierda—Alex murmuró mientras nos alejábamos de la casa.
—Es la tensión sexual—le dije con ingenua convicción.
— ¿La qué?
—La tensión sexual…Si no hubiera incertidumbre…quizás nada de esto…
Alex chistó lo dientes con condescendencia.
—Ese es el cuento que le echan a todos. La gente en el mundo porno cree que follar es la solución a todos los problemas porque todos los problemas los resuelven follando, pero siempre olvidan que la única razón por la que follan con gente que no les gusta o no conocen es porque les pagan. Así que deja de andar creyendo en putas. La «tensión sexual»—concluyó Alex con tono burlón—no tiene ninguna importancia…no importa que tan cachondo estés, siempre habrá cosas más importantes de qué preocuparse que encontrar un sitio para meter la polla en las noches.
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