Mi amigo no sólo ronca, también hace ruiditos con la boca, como los viejos cuando mascan agua. Lo estoy oyendo con detalle. Tengo toda la noche para hacerlo. El insomnio es así, te pone detallista, iluminado, sublime, poético, gilipollas.
Pero no es necesario el insomnio para reconocer las virtudes sonoras de mi amigo. Un buen farmaceuta también puede hacerlo, de un vistazo. Lo digo por experiencia, nos pasó caminando en Hong Kong. Servía vasitos de té medicinal, el farmaceuta. La mesa llena de vasitos plásticos y el tipo concentrado, como Ganímedes, pero chino y viejo, escanciador.
Mi amigo, sin respetar el trabajo ajeno, el esfuerzo, la constancia y la concentración, le preguntó una dirección, al farmaceuta, en inglés, claro, porque no sabe chino, mi amigo. El farmaceuta levantó la cabeza, pausa perra en su llenado de vasitos, y nos miró con todo el odio y el desprecio que una cultura milenaria ha acumulado al ser violada durante siglos por la barbarie Occidental.
Algo falló, en la pregunta de mi amigo, creo. Algo hizo mal, algo muy grave, que provocó en el farmaceuta ese rencor tan histórico y, al mismo tiempo, tan vivo. No supimos qué, dónde estuvo la metida de pata. Nos miramos, «¿seguimos?, este tipo como que se arrechó», le dimos las gracias por nada y nos alejamos riéndonos de la expresión, de la ira saltarina.
«Malditos turistas… malditos turistas», imitaba mi amigo la expresión del chino. Un poco más allá le propuse a mi amigo regresar y repetirlo todo, preguntar la misma pregunta, conmigo detrás, la cámara preparada. Yo insistía en que había que registrar esa expresión. Mi amigo no se decidía, quizá asustado por todas las películas de kung fu, Bruce Lee, y todas esas historias que hacen ver que los chinos, aunque pequeños, pegan duro. Yo insistía, le decía a mi amigo que era demasiado buena, la expresión, todo ese odio en una sola cara, estaba muy bien. Por fin lo convencí.
Regresamos a la esquina de la farmacia. Vi la mesa que daba a la calle. Vi los vasitos llenos de té medicinal. Preparé la cámara. Mi amigo se acercó, expresión de aquí voy, nojoda, hasta la mesa. Yo bajé a la calle, buscando un buen ángulo para la fotografía. Composición y volúmenes y esas cosas. Preparé la cámara. Profundidad de campo y velocidad de obturación. Enfoque. Levanté la vista y no estaba, el farmaceuta xenófobo, antioccidental, antiturista y antiglobalizador.
Qué mal. Perdimos la oportunidad. El odio chino escondido. Fuera testimonio. Occidente desprotegido, incauto, frente a la sed de venganza Oriental. Como Casandra, sin pruebas, advertiremos a oídos sordos. Nos darán a todos por detrás irremediablemente, los chinos. Farmaceutas, obreros, astronautas, jardineros de escuela, todos juntos, dándonos por detrás. Son más de mil millones, la cosa dolerá. Y mi amigo y yo sin poder hacer nada, la prueba perdida. Pero, pensándolo mejor, quizá vaya bien así.
El mundo bajo gobierno chino. El cambio climático, la corrupción, el agotamiento de los recursos naturales, todo hecho una sopa, como ahora, pero peor. Así Occidente alejará, otra vez, las culpas. Fueron ellos, diremos a nuestros nietecitos, cuando ya no quede nada, fueron los chinos, que se lo cargaron todo, que no quisieron respetar al planeta, que no les importaba el dolor animal. Pero para eso todavía falta un rato.
Mientras tanto, seguimos nuestro paseo, callejuelas, escaleras, turistas amarillos, no de la piel, sino del pelo, una cerveza demasiado cara en un karaoke demasiado barato, y ahora mi amigo que, además de roncar, hace ruiditos con la boca, como los viejos.
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