A pesar su sangrienta y escandalosa historia, la mayoría de los cuentos sobre los pecados de la Iglesia, cuales quiera que sean, no son sino eso, cuentos. Casi todos guardan relación con los pecados de la carne y tienen la intención de desprestigiar al Clero. Sin embargo, muchos otros son verdad y mucho peores que la lujuria, sodomía y fornicación que usualmente se atribuye a sus protagonistas. En esta categoría los campeones indiscutibles son la familia eterna: los Borgia.
Una de las objeciones que los sectores criticados por la Iglesia, la Católica en particular, aluden cuando se encuentran bajo fuego, es la de cómo ellos se atreven a juzgar a otros, cuando en su seno han habido tantos malos ejemplos.
En parte tienen razón. Pero por otro lado tampoco se puede desprestigiar a toda una institución por el simple hecho de que algunos de sus miembros no han estado al nivel que se esperaba. Mucho menos cuando el trabajo del que estamos hablando es el de ser Papa o Cardenal, roles que aunque menos relevantes en el presente, gozaban no hace mucho de un poder comparado sólo al del Presidente de los Estados Unidos de América.
No hace mucho también, y esto pudiera justificar al Clero, las reglas del juego no estaban claras y muchas cosas que hoy en día nos parecen extraordinarias, estaban permitidas por excepción. Por ejemplo, cuando llamaban a un clérigo «Padre», esto era mucho más literal de lo que nos podemos imaginar. De hecho, muchos hijos de Padres llegaron a tomar el control de Roma. Frecuentemente, por la fuerza.
Entre 882 y 1046, hubo 37 Papas, muchos de los cuales apenas duraron semanas en el puesto. Muchos otros, compraron el «cargo»; acción por entero comprensible si tomamos en cuenta el bono de poder y riqueza que venía con el mismo.
Pero la historia que nos ocupa en esta edición llegó con la ascensión al trono del Papa Alejandro VI; nacido Rodrigo Borgia en 1431 y que se convertiría en Papa el año que Colón llegó a América. Su poder se extendería por 200 años, 11 Cardenales, 3 Papas, una Reina de Inglaterra y un santo.
La subida al trono de Rodrigo comienza con el papado de Calixto III, el primer Papa español, tío de Rodrigo. Calixto se convirtió en Papa a los 77 años y murió apenas 3 años después en 1458. No sin antes, por supuesto, elevar a sus dos sobrinos a Cardenales. Uno de ellos fue Rodrigo, quien sería el segundo y último Papa español de la Historia: el infame Alejandro VI.
Los Borja, apellido que fue más tarde italianizado a Borgia, eran originales de Valencia, España; pero hicieron de Roma su casa, en lo que Mario Puzzo llamó «la primera familia del crimen», lo cual fue culpa en gran parte de Calixto quien en su breve período en la silla de San Pedro hizo un buen trabajo en determinar las reglas por las que la familia jugó el resto de su paso por la historia.
En esa época Calixto organizaba la invasión de Constantinopla y para pagar por esto vendió oro, plata y obras de arte propiedad del Vaticano —además de cardenalatos, anulaciones, y entregas de territorios—, e imponiendo impuestos a los territorios bendecidos por la Santa Madre Iglesia. Uno de sus legados más conocidos, sin embargo, es haber sido el Papa que absolvió a Juana de Arco del pecado de herejía.
Cuatro pontífices pasaron por San Pedro antes que Rodrigo se hiciera Papa. Pero este no esperó a tener el poder para ejercerlo. A diferencia de Calixto, que muy posiblemente no haya sido un asesino, Rodrigo era un ser sanguinario y degenerado. El Papa Pío II, sucesor de Calixto, continuamente le reprendía por su frecuente participación en orgías mientras era un Cardenal, a lo que él hizo oídos sordos, extendiendo la práctica de las mismas tras ascender al trono, el cual compró tras una lucha política que le ganaría enemigos a la familia por toda la eternidad.
Mientras era Cardenal, Alejandro VII tuvo 4 hijos, incluyendo a sus dos más famosos, César que nació en 1475 y Lucrecia nacida en 1480. Después tuvo al menos dos más con otra mujer y previo a esto, otros dos o tres cuyos nombres se han perdido en la Historia. A conveniencia, Lucrecia era frecuentemente dejada a cargo del Papado cuando Alejandro dejaba Roma por alguna razón.
En la época, cuando se elegía un Papa este era sometido a una verificación de masculinidad, la cual era hecha por exposición de los genitales. El origen de esta práctica era la leyenda de «Juana el Papa», según la cual entre 855 y 858 una mujer escondió su verdadera identidad hasta el día en que dio a luz en medio de una ceremonia, donde fue asesinada inmediatamente a pedradas. El hecho que Alejandro tuviera varios hijos hizo del acto un chiste.
Como buen villano, Rodrigo se las sabía todas. Según descripciones de la época era un hombre imponente, inclusive para cuando se convirtió en Papa poco después de cumplir 60 años. Alto, gallardo y de unos ojos negros impresionantes que hubiesen engañado a cualquiera al confundirlo con su porte de noble.
Haciendo uso de su poder, convirtió en Cardenal a César cuando apenas tenía 18 años y casó a Lucrecia a diestra y siniestra, buscando reunir dotes y formar alianzas que afianzaran su lugar en el papado entre sus enemigos jurados, las poderosas familias Médici, Sforza y Savonarola. Al final arregló tres matrimonios con Lucrecia, el primero de ellos a los 13 años con Giovanni Sforza, el cual anuló más tarde, cuando los Sforza no le fueron de más utilidad. La anulación, siendo tema tan delicado no vino tan fácil. Giovanni acusó al Papa de incesto con su hija y el Papa contraatacó diciendo que la pareja no había consumado el matrimonio. Para probar lo contrario Giovanni debía dormir con Lucrecia en frente de una comisión romana, a lo cual se negó y firmó una confesión de impotencia que le dio luz verde a la anulación.
Durante todo este proceso Lucrecia fue encerrada en un convento donde el Papa le hacía llegar comunicaciones a través de un mensajero de nombre Perotto, de quien Lucrecia quedó encinta. A los seis meses de embarazo, y con el objetivo de aprobar la anulación, miembros del Vaticano hicieron una inspección de Lucrecia y la decretaron «intacta». Perotto no duró mucho después de esto, a pesar de no saberse si el hijo era suyo. Gracias a las acusaciones de Giovanni Sforza se presume que pudo haber sido tanto de Alejandro como de César.
Luego la casó con Alfonso de Aragón. Pero como pasa, la alianza con esta familia se volvió agria y Alfonso un obstáculo. Atacado por extraños en la calle, Alfonso casi muere, pero llegó vivo al Vaticano donde Lucrecia cuido de él. Al parecer Lucrecia estaba realmente enamorada de Alfonso, y sus cuidados casi lograron curarlo. Al menos hasta que César se cansó de esperar. Una noche, este llegó a la habitación de Lucrecia, sacó a todo el mundo y según las palabras de Burchard, «Como Don Alfonso se negaba a morir de sus heridas, fue estrangulado en su cama».
El último matrimonio de Lucrecia fue con el Duque de Ferrara, el cual se realizó gracias a una gigantesca dote y la anulación de los impuestos papales, todo para aumentar la influencia de los Borgia en Italia. Aquí terminaron las correrías de Lucrecia, quien moriría de fiebre purpúrea, tras parir a su quinto hijo a los 39 años, como toda una dama de la Corte.
En 1493 Alejandro dividió a América entre España y Portugal, beneficiando enormemente a su tierra natal —como hoy en día podemos ver— a pesar de que en 1494 la bula tuvo que ser modificada ante la queja de los afectados. Hacia 1500, el poder de Alejandro había crecido enormemente y su hijo César había aprendido las lecciones de su padre sin ninguna dificultad.
César eventualmente pasaría a la Historia cuando Maquiavelo lo utilizó como modelo de su obra «El Príncipe». Según el maestro de ceremonias de Alejandro, Johannes Burchard —quien escribió unas memorias donde confiesa su vida con los Borgia—, Alejandro y César enviaban por prisioneros y ordenaban que fuesen alineados en la plaza de San Pedro. Desde una de las ventanas, Rodrigo y Lucrecia acompañaban a César mientras este practicaba puntería con los reos, cuyos cuerpos eran más tarde montados en carretas y echados al Tíber.
Pero no todo fue crimen. Rodrigo promovió las artes como pocos Papas, impulsando el Renacimiento al atraer a artistas de toda Europa. Para agosto de 1503, cuando ya el Papa parecía ser eterno, Alejandro cayó enfermo, así como César. Ambos habían cenando con el Cardenal Adrián Corneto y se cree que los Borgia planeaban envenenarlo.
Corneto, avisado de esto a tiempo, cambió su bebida con la de la familia, quien sin sospecharlo bebió de su propio veneno. A los pocos días Cesar se recuperó, pero Alejandro, aunque vivió unos días más, murió a los setenta y siete años.
Con la cantidad de enemigos que había ganado, las revueltas explotaron de inmediato en Roma y la guardia de El Vaticano saqueó los palacios, llegó hasta donde velaban al Papa y amenazó con desechar el cuerpo que Burchard había preparado para las vísperas. Temiendo esto, el sirviente movió el cuerpo a una capilla alejada del tumulto, donde el cuerpo del hombre más poderoso del planeta se descompuso lenta pero inevitablemente en el calor húmedo de agosto.
Con el Papa muerto, el poder Borgia desapareció dejando desamparado a César quien escapó a España, donde moriría en 1507 en la ciudad de Viana en Navarra, lugar donde sus restos aún permanecen.
Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.