La revolución de los zamuros

Durante los últimos 40 años, Venezuela fue duramente atacada, pisoteada, vejada y herida, por toda clase de políticos corruptos empresarios y mercaderes sin escrúpulos. Banqueros tramposos y usureros, funcionarios públicos, rufianes de oficio y malandros de esquina. Fue una locura colectiva.

La falta de educación y la renuncia tácita a nuestros valores morales éticos y culturales nos sumergió en la más profunda de las cegueras.

El sentido de la vista, tan preciado y necesario para sobrevivir, fue dejado de lado para dar paso al instinto con el cual sólo los depredadores más feroces sacian su hambre.

Todos, absolutamente todos, arrancamos un pedazo de nuestra amada patria sin compasión ni lástima. Lo importante era llenar la botija egoístamente, trayendo como resultado lo que todos los venezolanos vivimos en la década de los 90, que de más está decir, fue de alguna manera predecible.

La patria grande de Bolívar, la del Arauca vibrador, la nación rica del petróleo, aluminio, bauxita, la de belleza incomparable y paisajes encantados, se encontraba herida al borde del colapso dando tumbos al igual que un moribundo presagiando su final.

Pero al mismo tiempo esperando ser rescatada por su pueblo, sin perder las esperanzas de que su gente, más temprano que tarde, abriría los ojos, recuperaría la vista y saldría de las tinieblas, yendo en búsqueda de un mañana mejor para todos. Pero no contábamos con un peligroso obstáculo: el zamuro revolucionario.

Con sus picos ganchudos, sus poderosas patas y agudas garras, esperaban los zamuros revolucionarios. Hecha agua la boca esperando por su próxima víctima, el zamuro comandante en jefe de la revolución ya había intentado sin éxito arrancar su tajada. Pero no fue sino hasta unos cuantos años después, luego de traicionar a unos cuantos compañeros, cuando se atrevió a volver a volar tras su botín.

Planificó muy bien su estrategia. Una buena dosis de populismo y demagogia no podía faltar. Las críticas a los cruentos años de corrupción serían su catapulta. Las peleas por el poder de sus adversarios, junto con su descrédito, fueron prácticamente su pasaporte a Miraflores.

Así fue que amanecimos un 4 de febrero de 1999 con un zamuro presidente, sin muchas sorpresas, pues estaba en el ambiente. Él había logrado embrujar al pueblo, sólo que la batalla no sería fácil. Eran tiempos de consolidación y debían barrer con todo lo que les recordara el olor del pasado. Y para esto lanzó a sus zamuros constituyentes al ataque, a picotear todo lo que pareciera oposición.

Los resultados fueron abrumadores. La revolución de los zamuros y su comandante habían obtenido una aplastante victoria. La carne de los viejos y nuevos partidos políticos, al igual que la de cualquier oposición, fue arrancada hasta el pellejo, no quedaron ni los huesos. Se convirtieron en los nuevos Amos del Valle, tomaron el control de todas las instituciones. La celebración entre grandes charcos de sangre y restos de cuerpos sin vida, fue apoteósica y delirante.

Pero estaban conscientes que no podían dormirse.

Tenían que seguir con la estrategia planificada. Las próximas víctimas ya estaban en lista de espera. Las organizaciones sindicales, los Medios de Comunicación, la Iglesia, empresarios, comerciantes, y todo aquel que no hubiese doblegado sus rodillas ante el zamuro comandante y su régimen del terror, para lo cual ya tenían preparada su mejor carta. Una gran sorpresa: los Círculos Zamurianos.

Las barriadas populares de ciudades y pueblos, golpeadas y descuidadas por tantos años de desidia, fueron el caldo de cultivo perfecto para esta nueva raza de zamuros, traídos directamente de la Cuba revolucionaria.

Ahí el zamuro Fidel, cansado, viejo y gordo, buscando dejar descendencia en otras tierras, quería dejar su batuta ideológica en manos seguras sin importar el costo.

El miedo no tardó en llegar. Estos grupos de tan peligrosos seres aparecieron entre nosotros muy bien amaestrados.

Especialistas en atacar en grupo, por la espalda y sobre seguro. El secreto es no dar ventaja al enemigo.

Cuando este aparece, se le rodea en círculos, van directamente a la garganta y pican entre todos sin compasión y huyen a esperar a que la víctima muera desangrada para luego disfrutar de una suculenta y sangrienta cena.

Esto podemos ver como se hizo el 11 de abril, cuando se pudo apreciar la experticia y crueldad de estos animales. Su naturaleza insaciable hacía casi imposible que estos calmaran su sed de muerte.

En la Plaza Altamira se repite otro ataque certero pero en solitario. Una especie de misión suicida al mejor estilo fanático-religioso, así como en ataques a embajadas, medios de comunicación, iglesias, sedes de partidos políticos, centros sindicales y otros. Usando en algunos casos explosivos C-4, conocidos por nosotros sólo por las películas de guerra extranjeras de Rambo, sin contar una serie de asesinatos, secuestros al estilo de los más temibles sicarios de la droga.

No puedo saber en qué va a parar todo esto. Lo que sí estoy seguro es que no será nada bueno.

Cuando los zamuros revolucionarios se hayan tragado todo cuanto consigan, cuando el dinero escasee y no encuentren que más robar, tengan la seguridad que por su propia naturaleza, comenzaran a sacarse los ojos entre ellos mismos por conservar sus privilegios, el poder y las riquezas de un pueblo que no se merece tanta desgracia y sufrimiento.

Ya era suficiente con todo el padecimiento de años anteriores, para seguir con este lamento que endurece corazones y almas, que clamando por un despertar que nunca llega, dejan pasar la vida sin levantarse a vengarse de los traidores del pueblo.

Triste presagio para un pueblo que luego de tantas vicisitudes se levantó prácticamente de sus cenizas a formar una república independiente gracias a sus hombres y héroes. Es por eso que llamo a la gente de mi patria a levantarse y abrir los ojos.

Despertar de esta oscuridad y exigir en una sola voz que se construya el país que queremos, que nada tiene que ver con los sueños retorcidos de un loco delirante y ambicioso de poder.

Ojalá cuando termine todo esto, Dios pueda perdonarlos. Porque estoy seguro que Venezuela no lo hará, y pasará la costosa factura que pondrá fin a la impunidad reinante para que paguen ante la justicia venezolana, la sangre y los crímenes cometidos.

No hay derecho a que en nombre de la libertad, de la igualdad, de la democracia se trate de oprimir y reprimir a un pueblo que sólo busca la felicidad y el bien común para todos sus habitantes.

Compatriotas, ya para finalizar quiero dejar un mensaje optimista ante esta cruel realidad que parece sacada de la más terrorífica novela de Ciencia Ficción. No hay lugar para el miedo.

Con un poco de paciencia y sentido de la oportunidad podemos enfrentar a cualquier enemigo. Tenemos de nuestra parte la mejor de las armas: el voto. El verdadero ejercicio democrático. No hay tirano que pueda evadir la voluntad de las mayorías, tarde o temprano deberá darle la cara al pueblo. Esta es la salida que queremos la mayoría.

Debemos presionar para que se nos escuche. No queremos salidas de fuerza pero estamos conscientes de que, de ser necesario, el pueblo levantará su voz y alzará su grito de libertad desde el más apartado rincón hasta la ciudad más importante de Venezuela.

Se escuchará el canto del «Gloria al Bravo Pueblo» como la más sublime expresión del legado de nuestro héroes, que fueron capaces de dejar sus vidas regadas en los campos de batalla por la independencia de sus hijos y nietos, como ejemplo a seguir en la búsqueda de una patria libre donde reine la justicia y la igualdad.


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