El asesinato de Joseph Petrosino

Giuseppe Petrosino, quien americanizó su nombre a Joseph, nació en Padula, cerca de Salerno, en 1860. Su familia emigró a América en 1873, y mientras pulía zapatos cerca del departamento de policía en la calle Mulberry, comenzó sentir el deseo de ser policía. Sin embargo, la policía no lo quería. Era muy pequeño, demasiado moreno, hablaba con acento y no era irlandés. Así que en 1878 Joe Petrosino se convirtió en un barrendero de la ciudad. Trabajó duro y fue promovido a capataz en sólo un año.

En 1879, Petrosino tuvo una oportunidad cuando al capitán de policía Alexander «El Bateador» Williams se le asignó el comando del departamento de limpieza de la ciudad.

El apodo del capitán Williams encapsulaba su filosofía acerca de cómo hacer cumplir la ley. Según Andy Logan, Williams comenzó su carrera a finales de 1860 limpiando Broadway y la calle Houston. Se enfrentó a un par de malandros locales, los golpeó hasta dejarlos inconscientes y los tiró por la ventana de vidrio del Florence Saloon, de donde media docena de sus amigos salieron por las puertas del bar. Williams los enfrentó solo, bate en mano, y fue el último hombre en quedar de pie. Capitán en 1871, más tarde inspector, Williams era valiente, eficiente, brutal y corrupto. Los testigos de una investigación llevada a cabo en 1894 sobre la corrupción policíaca declararon que el «Clubber» recibía US$ 30,000 al año en dinero por protección de apenas un burdel. Cuando le preguntaron que explicara el origen de su mansión de 17 cuartos en Connecticut y su yate de 53 pies, Williams explicó que había hecho su fortuna a través de la especulación con bienes raíces en Japón.

A Williams le gustó la inteligencia de Petrosino, su dureza y su dedicación. Por lo que en 1883, Clubber le arregló una cita con el departamento de policía a pesar de que a Petrosino le faltaban cuatro pulgadas para alcanzar la altura requerida para aplicar. Pero su dominio del italiano y su cultura le daban una ventaja sobre los detectives de origen no italiano. En 1890 Petrosino fue promovido a detective y en 1895 el comisionado de Nueva York —y futuro presidente de los Estados Unidos— Teodoro Roosevelt, lo promovió a sargento detective. Hacia el cambio de siglo, gracias a un manejo cuidadoso de los medios, Petrosino se había convertido en uno de los detectives más famoso de Nueva York: les dejaba saber a los reporteros cuando quiera que iba a hacer algo que era digno de ser impreso en los periódicos.

Petrosino era tan rudo como la mayoría de los policías de su época y como lo puso un concejal (citado por Lardner y Reppetto en el libro «NYPD: A City and Its Police«), «sacaba más dientes que un dentista». Mientras podía vestirse y actuar como cualquier detective típico, golpeando puertas y tirando sospechosos contra las paredes, Petrosino se sentía más cómodo disfrazado. Se hacía pasar por obrero de los túneles, mendigo ciego, gangster o un campesino italiano apenas llegado en barco desde Italia. Esto le permitía investigar libremente, y también le permitía a otros hablarle sin llamar mucho la atención. De esta forma, Petrosino fue capaz de infiltrar y descubrir varias de las mafias que depredaban a los inmigrantes italianos.

Algunos inmigrantes italianos pertenecían a organizaciones criminales en su país de origen. La Camorra, de Nápoles, había sido una guerrilla radical a principios del siglo XIX. La Mafia, de Sicilia, aseguraba haber nacido en resistencia a la ocupación francesa en la edad media (aunque la referencia más antigua que se tiene de la honorable sociedad data de la década de 1860). Estas sociedades secretas tenían rituales tan ricamente simbólicos como la masonería, pero reporteros policiales perezosos —que al principio encasillaron a todas las organizaciones criminales italianas bajo el nombre de la «Mano Negra» (un modus operandi en vez de una organización)— más tarde simplemente las llamaron «la Mafia«.

El primer asesinato cometido por la mafia en Nueva York, según Lardner y Reppetto, puede haber ocurrido en 1857 cuando el oficial de policía Eugene Anderson fue golpeado hasta la muerte por Mike Cancemi, más tarde descrito por el The New York Times como un «líder Mafioso». Durante la década de 1890, cuando el gobierno italiano puso a Sicilia bajo ley marcial por dos años, muchos mafiosi emigraron a los Estados Unidos. Tal vez el mafioso más influyente de Nueva York a comienzos del siglo veinte fue Ignazio Saietta, conocido redundantemente como «Lupo the Wolf» (Lobo el Lobo), quien había emigrado tras haber asesinado a un hombre en su pueblo natal. Lupo y su socio, Giuseppe Morello, eran falsificadores y también manejaban una «industria del homicidio» en la calle 107 del Este de Manhattan. Algunos atribuyen tantos como 60 asesinatos a la pandilla de Lupo.

Una mañana en abril de 1903, Frances Connors vio el cadáver de un hombre metido en un barril entre la avenida A y la calle 11. El cuerpo tenía 18 cuchilladas, la garganta rebanada y el pene y los testículos habían sido cortados y metidos en la boca, lo que sugería que el tipo había sido un informante de la policía. Como los asesinos podían haber dispuesto del cadáver sin llamar la atención, su presencia pública era un escarmiento y un llamado a la discreción. Petrosino trazó el origen del barril a una firma de confecciones que lo había enviado a un café italiano en la calle Elizabeth, que se creía era un sitio de encuentro de falsificadores. Alguien le dijo a Petrosino que el muerto había conocido a Giuseppe De Priemo, un falsificador que estaba preso. Petrosino encontró a De Priemo en Sing Sing, donde este identificó a la víctima como Benditto Madonia, su cuñado. Algunas fuentes dijeron que De Priemo había enviado a Madonia a cobrar un dinero que le debía Joe Morello, quien se rehusó a pagarlo. El cuñado entonces estúpidamente lo amenazó con ir a la policía. Otras dijeron que Madonia había tratado de competir estableciendo su propia red de falsificadores.

Un asociado del clan Lupo-Morello, un tal Tomas «El Buey» Petto, súbitamente empezó a gastar un montón de dinero. Encontrando esto sospechoso, los detectives decidieron arrestarlo. Cuando lo agarraron en el Prince Street Saloon, Tomas «The Ox» sacó una navaja. Petrosino y sus colegas entonces realizaron un trabajo dental de emergencia y —cuando el Buey cayó al suelo— encontraron un segundo cuchillo, una pistola y un ticket de una casa de empeños. El ticket era por el reloj de Madonia.

Morello, Petto, Lupo y otros —incluyendo un tal Vito Cascio Ferro, entonces recién llegado de Sicilia— se dejaron arrestar tranquilamente. Era como si supieran que iban a ser liberados bajo fianza. Petto y Cascio Ferro se perdieron de vista y sus testigos cambiaron sus historias y el caso poco a poco pasó al olvido. Dos años más tarde, Petto fue encontrado muerto de causas naturales. Prestando una frase de Jimmy Breslin, su corazón dejó de latir cuando alguien clavó un cuchillo en él. Petrosino siguió a Cascio Ferro a Nueva Orleáns, donde este volvió a escaparse.

En enero de 1905, el comisionado de policía William McAdoo puso a Petrosino a cargo de un equipo de cinco italianos. El sucesor de McAdoo —el general Theodore Bingham— expandió la escuadra a 25 hombres, rebautizándolos como la Legión Italiana y promovió a Petrosino a teniente.

En Sicilia, Vito Cascio Ferro todavía es objeto de leyendas como el más grande jefe de la mafia y el primer siciliano en ser considerado como capo di tutti capi. Había nacido en 1862 en Bisacquino, cerca de Palermo, hijo de campesinos iletrados, y en algún punto, durante los 1880, ritualmente enrolado entre los hombres de honor. Cascio Ferro entró a los Estados Unidos escondiendo su historia criminal, que había comenzado con un asalto en 1894 y que progresó a través de la extorsión, el incendio y la amenaza de secuestro de la Baronesa di Valpetrosa en 1899. A su arribo a los Estados Unidos en 1900, vivió con su hermana sobre una tienda en la calle 103. Su mayor contribución al crimen americano fue la introducción del llamado «wetting the beak» (mojar el pico), una forma de extorsión en la que se extraía dinero por protección de pequeños negocios en pocas cantidades para asegurar así un flujo constante de efectivo sin lisiar económicamente a sus dueños.

Tras volver a Sicilia, organizó todos los crímenes en área, desde los tratos más grandes hasta los robos de gallinas. Todos los criminales estaban más o menos archivados en su memoria; él les daba licencia y no podían hacer nada sin el consentimiento de la sociedad, o incidentemente, sin darle a la mafia parte de las ganancias. Incluso los mendigos tenían que contribuir con un porcentaje regular de sus recolecciones diarias como cualquier otro hombre de negocios.

Cascio Ferro llevó a la organización a un estado casi perfecto sin hacer uso excesivo de la violencia. Como dice Luigi Barzini, «El líder de la mafia que deja cadáveres tirados por toda la isla es considerado un inepto, como el hombre de estado que tiene que emprender guerras agresivas». Como todos los grandes gobernantes, Ferro trabajaba duro y estudió la naturaleza humana. Poseía una inmensa dignidad, aumentada por su alta, delgada y elegantemente vestida buena figura. Su barba blanca y larga le daba la apariencia de un viejo hombre de estado, que es lo que en realidad era. Siendo generoso, dio millones en préstamos, regalos y caridad. Por otra parte, personalmente se hacía cargo de cualquier error. Su brutalidad era reservada para los estupidos. Esos que no mojaban el pico conseguían sus tiendas y hogares destruidos y sus granjas quemadas. En su larga vida, Cascio Ferro posiblemente mató a un solo hombre, y no por dinero, sino por honor.

En 1907 el Congreso aprobó una ley que permitía la deportación de cualquier extranjero que hubiese escondido su pasado criminal. Dos años más tarde, el general Bingham mandó a Petrosino en secreto a Italia con una lista de 2000 nombres. Mientras Petrosino estaba en alta mar Bingham soltó la noticia de la misión al New York Herald, que la publicó en su edición parisina, de donde la prensa italiana la captó. La cercana visita de Petrosino y su propósito era conocida por los mismos mafiosi que él estaba investigando antes de su llegada.

Debido a esto su visita el 12 de marzo a Palermo sería bastante corta. «Lupo The Wolf» le había pedido un favor a Don Vito.

En la noche del 12 de marzo, Don Vito se disculpó en medio de una cena que se daba en la casa de un oficial del gobierno —un hombre que parecía tenerle el mayor de los respetos— se montó en una carroza (algunos dicen que en la de su anfitrión) y lo dejaron cerca de la Piazza Marina en el distrito Tribunaria/Castellemare.

En esos días un tranvía corría al lado de la Piazza Marina. Los autos se detenían en el Giardini Garibaldi, un pequeño jardín con una fuente y una estatua ecuestre de Giuseppe Garibaldi, El Libertador. Algunos dicen que Petrosino estaba sentado en la cerca que rodeaba al parque. Podía haber estado esperando por un informante o por el tranvía. Cualquier cosa. Don Vito caminó hasta él y le disparó en la cara. Más tarde, el cónsul norteamericano reportó que dos asesinos a sueldo hicieron los disparos. Todavía otros dicen que fueron tres. En cualquier caso, Petrosino estaba muerto y el Don regresó a la cena. Cuando fue arrestado cuatro días más tarde su amigo político insistió que Don Vito había estado en su casa cuando Petrosino fue asesinado. El Don fue puesto en libertad sin haber negado estar involucrado en el crimen. Aparentemente, el Don no dijo ni siquiera una palabra. Un cuarto de millón de neoyorquinos se alineó en las calles en honor a Joe Petrosino cuando su cuerpo llegó a su destino final.

A principio de los años veinte, el poder de Don Vito era más grande que nunca. Entonces un nuevo primer ministro subió al poder en Roma. Para Benito Mussolini la Camorra y la Mafia representaban un poder fuera del estado, fuera de su control. En 1925 nombró a Cesare Mori, un policía profesional, como prefecto de policía de Sicilia. Mori emprendió una guerra sin cuartel en contra de la honorable sociedad.

En 1929, Mori arrestó a Don Vito por asesinato. Había sido arrestado unas 69 veces y siempre había sido absuelto. Pero esta vez le habían engañado y el viejo permaneció en silencio durante un juicio arreglado. «Caballeros», dijo cuando había terminado,»ya que no han sido capaces de encontrar evidencias de los numerosos crímenes que cometí, se han visto rebajados a condenarme por uno que no existe».

Don Vito fácilmente estableció su autoridad sobre la prisión de Ucciardone, manteniendo el orden y manejando los asuntos de la mafia tan bien como podía hacerlo desde su celda. Hasta hace una generación, uno podía leer la oración que había tallado en una pared de la cárcel. «Prisión, enfermedad, y necesidad», se leía, «revelan el verdadero corazón de un hombre». Ocupar la celda en que Don Vito había vivido los últimos años de su vida siempre se consideró como un gran honor.

Hoy —en cambio— Petrosino tiene un monumento en una plaza cubierta de basura entre la calle Lafayette y Kenmare de Manhattan a la cual un cartel del Departamento de Parques identifica magramente como Lieutenant Joseph Petrosino Square.


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