La pregunta me pegó como un ladrillazo por primera vez en los minutos siguientes al ataque contra las Torres Gemelas: ¿Qué quería decir el gobierno con que, nosotros, los ciudadanos, tomáramos las medidas necesarias para lidiar con el desastre? Hacía nada un grupo de dementes había estrellado tres aviones contra edificios en Nueva York y Washington ¿Qué íbamos a hacer? ¿Preparar baterías antiaéreas? ¿Montarnos en un tanque? ¿Enterrarnos bajo tierra? ¿Evitar todo contacto con gente del medio oriente? ¿Sabía el gobierno que si hacíamos esto no podíamos ir a trabajar, ni al abasto y ni siquiera tomar un taxi? ¿Por qué se estaba dejando toda la responsabilidad asociada con mi supervivencia a mi sola prudencia?
Viniendo de una nación latinoamericana, estaba bien acostumbrado al caos, el engaño gubernamental y cualquier cantidad de barbaridades que le pararían los pelos al mismísimo Stephen King. Y en momentos de consternación más de una vez me dije a mí mismo ¡Qué bolas! ¡En los Estados Unidos esto sería impensable! Sin embargo allí estaba el ex-Secretario de Seguridad Tom Ridge, sudando como un futbolista, diciendo lo que ningún mentecato en Latinoamérica había osado decir: sálvese quien pueda. Días después seguirían algunas de las recomendaciones más absurdas hechas desde la crisis del Y2K: para protegerse de posibles ataques químicos, compren cinta adhesiva y láminas de plástico de esas de envolver comida. ¿De dónde habían sacado a ese tipo? ¿Un Home Depot? No, pero que ahora Ridge es miembro del consejo de administración de esa empresa da pie a más de una suspicacia.
Y sólo después de leer sobre otras tragedias norteamericanas, me di cuenta de que todo parece ser parte de una estrategia gubernamental para nunca asumir la culpa de nada. La prueba más clara de esto la vimos en vivo y directo gracias al huracán Katrina, para el que nunca se tomaron las medidas necesarias para poner a salvo a la población, no se declaró seriamente el estado de emergencia hasta que ya era muy tarde y el gobierno no llegó sino casi una semana después de lo ocurrido. Sin embargo, oficialmente, ¿De quién fue la culpa del desastre? Del pueblo, que no huyó de la tormenta que se acercaba.
Katrina puso en evidencia que el gobierno federal, poco a poco, y en gran parte debido a la inacción de la sociedad (en el apagón de 2003, a los miles evacuados se les cobró el ferry para volver a Nueva Jersey a pesar de no haber otras alternativas disponibles sin provocar ningún tipo de protesta), ha llegado a considerarse como un ente sin más responsabilidades que las relativas a la política exterior.
Esta estrategia funcionó en Nueva York; un estado con un PIB de $500 mil millones de dólares al año (mayor que el de Argentina; 152,049, Malasia; 118,318, Israel; 116,905 y Venezuela; 108,163 juntos según el FMI en 2005). Donde pedirle a la población que compren Saran Wrap inútilmente para contrarrestar ataques químicos no hace ninguna diferencia y donde el sistema de transporte está entre los mejores del mundo.
Pero el Sur de los EEUU no es Nueva York, y alberga algunos de los estados más pobres de toda América. Lo cual no es una exageración: el ingreso per capita de Mississippi es de $24,650, que en Caracas o Monterrey es un montón de plata, pero que en EE.UU. apenas da para vivir.
Estos son lugares donde ni siquiera los estados pueden valerse por si mismos en este tipo de situaciones y simples recomendaciones de huir de la tormenta no funcionan, engendrando más preguntas que respuestas: ¿Irse para dónde? ¿Con qué dinero? ¿En qué? Por eso no es ninguna sorpresa que el 77% de las víctimas estén viviendo en las casas dañadas por Katrina. No tenían ni tienen a donde ir ahora.
Por los momentos, el gobierno investiga las acciones de todos los envueltos en la catástrofe, lo cual solo ha servido para que los federales culpen a las gobernaciones y estas a las alcaldías, y para cuando termine solo una cosa será segura: nadie será culpable.
Y esto fue con un huracán, que con todo lo destructivo que puede ser, es el fenómeno natural más predecible de la tierra. En caso de un desastre más explosivo como un terremoto las consecuencias son inimaginables. con un gobierno de brazos cruzados esperando a que se le informe que ya todo pasó y que ya pueden ir a tomarse fotos cantando victoria. Bastardos.
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