Sobre como desaparece la crítica literaria en Venezuela

Desde hace más o menos cien años la literatura venezolana ha tenido un declive impresionante. Ante el silencio de la crítica, parece que el destino de los escritores venezolanos es una condena, condena que los llevará al heroísmo póstumo, si es que tienen suerte. Eso de dar la herencia en vida se acabó en este «negocio».

Aunque siempre hemos tenido la característica, (que forma parte de la idiosincrasia venezolana) de estar completamente aislados del resto mundo culturalmente, resulta sorprendente que mientras más nos adentramos al futuro, resulta más desastroso para nuestra literatura. Tenemos que tener en cuenta que no pasa solo en Venezuela, pero nuestra peculiar situación, que resulta hasta graciosa, nos hace especiales. Recordemos que no es nada bueno ser el peor caso especial, así que no hay nada de que sentirse orgullosos.

Nuestra crítica literaria está en agonía. Poco a poco hemos llegado a esta situación. Pero ¿Qué es un crítico literario? ¿Qué es lo que hace y cual es su deber? Es una buena interrogante: muy sencilla, específica y tiene una respuesta. Las complicaciones comienzan en la práctica. Según Rafael Rattia tenemos la siguiente definición:

«La versión que circula en el ambiente literario alude al crítico venezolano como a un individuo con un cierto aire profesoral o académico refugiado entre revistas especializadas o libros recién salidos del mercado editorial y que por fortuna o desgracia caen en manos de esa extraña y paralela figura denominada por los lectores con el nombre de *crítico literario*».

En mi opinión un crítico literario actual no es más que un escritor frustrado. Y esto va solo para los venezolanos, de quienes hablamos hoy. Es mucho más fácil destruir que construir y hemos logrado todo lo contrario de lo que nos hemos propuesto. Es decir, despertemos a Rufino Blanco Fombona de su sueño eterno y veamos que piensa.

El verdadero perfil del crítico literario, a mi entender, es el de un lector. Pero un lector singularizado por su misma condición de crítico. Nuestro declive cultural ha hecho que esta profesión no tenga relevancia. Así como está la profesión de «luchador social» o de «gurú espiritual», está también la del crítico literario.

Desafortunadamente lo que no debe ser, es. Las excepciones solo confirman la regla. Nuestro pesimismo se acaba cuando regresamos al pasado; archisagrado pasado en el que vivimos y usamos cuando queremos demostrar nuestro glorioso orgullo. Andrés Bello y Cecilio Acosta, dos intelectuales de acá para el mundo…Viva Venezuela. Que pena. Vean a lo que me refiero y juzguen ustedes mismos.

Una pequeña investigación hecha por Eduardo Casanova reveló que en la bibliografía indirecta de tres escritores de hace casi un siglo (Manuel Díaz Rodríguez, Rómulo Gallegos y Enrique Bernardo Núñez), se pudieron localizar trabajos de no menos de 17 autores que ejercían en forma regular y continuada su oficio en tres diarios (La Esfera, El Universal, El Heraldo) y tres revistas (El Cojo Ilustrado, Élite, Billiken), todos medios de información de Caracas. Son los siguientes: Antonio Álvarez R., Rafael Angarita Arvelo, Agustín Aveledo Urbaneja, B.M., Juan Carmona, Juan José Churrión, Claudio, Pedro Emilio Coll, Eduardo Crema, El Arquitecto-poeta, Luis Fernando Álvarez, Luis Enrique Osorio, Andrés Pacheco Miranda, Fernando Paz Castillo, Angel C. Rivas, R.A. Rondón Márquez y J.M. Salaverría.

Diecisiete firmas en seis medios de información social, a los que habría que agregar varios boletines y revistas de circulación más restringida y de mucha menor frecuencia. Y hubo muchos más, pero que ejercían la crítica ocasionalmente, muchas veces para comentar un libro de algún conocido. O columnistas que normalmente hablaban de otros temas pero que por alguna razón publicaban algún texto sobre determinado libro.

Todo ese conjunto de cosas, en un país aún rural y con una población muy limitada, lograba algo que hoy no existe: que todos los posibles lectores estuvieran bien informados acerca de los libros que iban apareciendo en el mercado, lo cual es, justamente, la función de la crítica literaria. En la misma investigación Eduardo Casanova pudo verificar que bruscamente, entre 1928 y 1931, los diarios y las revistas dejaron de publicar esa información sistemática y cotidiana acerca de novedades bibliográficas, lo cual se ha mantenido hasta nuestros días.

Veamos lo que refleja una investigación similar, pero de los últimos treinta años del pasado siglo. Apenas podemos señalar los nombres de Federico Álvarez, Orlando Araujo, Jorge Gómez Mantellini, Luis Beltrán Guerrero, Juan Liscano, Roberto Lovera De Sola, Alexis Márquez Rodríguez, Guillermo Meneses, Augusto Germán Orihuela, Jaime Tello y Pascual Venegas Filardo, 11 críticos literarios que publicaron en forma más o menos regular sus comentarios sobre obras literarias, en medios de información social de amplia difusión (El Nacional, El Universal, Élite, Bohemia, Zeta).

Y Eduardo Casanova solo se ha fijado en lo que puede ser definido como Crítica Promocional, o de divulgación, que es indispensable para que los libros recién salidos al mercado sean conocidos por los posibles lectores. Se trata, pues, de quienes no se quedan encerrados, voluntariamente o no, en el ámbito de lo académico, sino que pueden hacer con su trabajo diario que las obras de autores venezolanos, especialmente en los géneros de la ficción y la poesía, se difundan y encuentren lectores en cantidades notables.

En ese nivel, sólo ha podido encontrar esos once héroes que libraron batallas inenarrables en apenas cinco o seis territorios claves para la guerra en la que estaban empeñados.

La situación es más dramática de lo que parece. Los medios de información social tienen acceso a casi todos los rincones del mundo y sin embargo la crítica literaria ha desaparecido totalmente. Para la época comienzos de de la década de los 70 ya ni siquiera cumplía su función.

Lo que revela todo lo anterior es que los medios de información de Venezuela no tienen el más mínimo interés por la crítica literaria, no consideran importante, en absoluto, que los lectores estén informados acerca de las obras literarias que se producen en el país, con lo que perjudican a los escritores, pues para la promoción de sus obras es importante que los críticos las comenten, no importa si favorablemente o no, y a los lectores, que no tienen forma de saber que se han publicado obras literarias en el país.

Esto tiene que cambiar. Leemos porque deseamos formar parte de un universo ficcional, de un mundo paralelo, porque mientras leemos habitamos una realidad aparte pero no menos real que la real. ¿Por qué tanto silencio? ¿Se le ha privado a la crítica de la lectura? El libro es al crítico lo que es el oxígeno a todos nosotros. ¿Se ha dejado de respirar en la crítica?

Actualmente se ha tocado este tema como asunto de primer orden. A raíz de la última edición de la Bienal Internacional de Literatura «Mariano Picón Salas» realizada en la ciudad de Mérida, el escritor venezolano Roberto Echeto presentó una ponencia titulada «La literatura venezolana no va detrás del camión de basura» que, si bien no despertó mayor interés en los asistentes a la bienal, a mi sí me llamó la atención. Su publicación en el revivido Papel Literario del diario El Nacional, me sorprendió, y creo que va a lograr concitar la atención de importantes escritores venezolanos. Antonio López Ortega, quien estuvo presente también en la Bienal es uno de ellos.

Parece que estamos ante un despertar de la sensibilidad literaria en materia de narrativa: hay en estos instantes en el país una excelente producción de cuentos y novelas que difícilmente podía observarse hace tan siquiera una década atrás.

Ya es hora, de que algo logre abrir los recintos de lo que promete ser un sano y enriquecedor debate sobre las perspectivas de la literatura venezolana que se escribe en este siglo XXI. Pero en mi corta vida, me he equivocado antes. No doy garantías. Menos en Venezuela.


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