Yo llegué virgen al mundo de la manga. Y cuando hablo de manga, no me refiero a esa versión voluptuosa de mango que se da en el trópico bajo la envoltura de una piel que oscila entre los amarillos y los rojos, sino a la versión japonesa de lo que conocemos como historieta (en español) o cómic (en inglés). Bien sea por falta de acceso a la información (mi generación no creció con Internet y lo más cerca que tuvo de Google fue «El Libro Gordo de Petete»), bien por un prejuicio estúpido que categorizaba (y aún categoriza en algunos círculos) a este tipo de literatura seriada como mero pasatiempo o escritura menor, yo descubrí el mundo de la manga recientemente.
Dicho descubrimiento—que me llevó de manera indirecta a conocer un universo nutrido de obras, estilos y géneros de la historieta en general—lo hice a su vez a través del anime. Y aquí me veo obligado de nuevo a hacer la aclaratoria de rigor para principiantes: cuando digo anime no se trata del material blanco (poliestireno expandido) utilizado para la protección y el envase de mercancías, sino a la versión japonesa de nuestras comiquitas, series animadas y caricaturas (en español) o cartoons (en inglés); es decir, una manga en movimiento (anime según Wikipedia es el diminutivo japonés de animation).
Recapitulo. Llegué virgen al mundo de la manga y el anime. Neófito y sin prejuicios. Con ojos nuevos. Hambriento. Ávido como todo aquel que pierde el himen de algo. Buscando. Persiguiendo. Y el que busca, consigue.
Es aquí donde encaja «Shigurui».
«Shigurui» es una manga (84 números) basada en el primer capítulo de una novela («Suruga-jou Gozen Jiai») del escritor japonés Norio Nanjo. Desconozco cómo es la novela. Hasta la fecha no me ha sido posible conseguir una traducción. Sin embargo, salvo unos poquísimos números, la manga es adictiva. Supongo que la empresa Funimation debe haber visto lo mismo que yo: luego de haber comprado los derechos de 32 capítulos de adaptación, la empresa sacó al mercado occidental «Shigurui Death Frenzy», una versión—demasiado—corta en anime de la manga. Hablar de una es hablar de la otra y en cualquiera de sus dos formatos, «Shigurui» es formidable.
«Shigurui» oscila alrededor de dos samuráis rivales. La historia nunca es contada de manera lineal, por el contrario, la escena inicial, el enfrentamiento de ambos samuráis, es una excusa para disparar múltiples saltos temporales y continuos desvíos referenciales a las historias de los personajes secundarios. Con un manejo del preciosismo y una virtuosidad de la pluma, los dibujos nos muestran dos personajes atormentados, dominados por los códigos rígidos de la sociedad feudal japonesa, dos enemigos mutilados tanto física como mentalmente tratando de sobrevivir en una cultura, a lo mínimo, rigurosa.
Tanto la historia como los dibujos son crueles, sangrientos, explícitos, sin ningún tipo de comedimiento para las escenas de violencia o sexo y los personajes están muy lejos de ser entes unidimensionales, error que he conseguido muy común en las otras pocas historietas japonesas que he visto. «Shigurui» rompe además con el concepto idílico del samurái y su código, enseñándonos desde el punto de vista dramático, político y social, las aristas de una sociedad cruel, interesante e imperfecta.
Recomendable a ojos cerrados.
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