Entrevista a Gonzalo Garrido, autor de “Las Flores de Baudelaire”: “La industria editorial está en franco retroceso”

Bilbao, 1917: la hija de un rico industrial aparece brutalmente asesinada. Un detective aficionado, un fotógrafo de prensa que por su trabajo trata a veces con la policía, será el que tire del hilo de una trama donde se entrecruzan, entre otras urdimbres, las de la codicia y las que se tejen en los rincones más oscuros de la alta y la baja sociedad bilbaína de la época; un hilo que, cual Ariadna, le llevará a un desenlace inesperado, por decir poco. Como telón de fondo, la I Guerra Mundial vista desde la España neutral de la época, y en especial desde un Bilbao donde la alta burguesía industrial se enriquecía a toda velocidad vendiendo a ambos bandos contendientes metales para fabricar armas. Este es, grosso modo, el argumento de la primera novela de Gonzalo Garrido (Bilbao, 1963), un activo bloguero que inicia así su carrera literaria, pues hasta ahora ejercía de consultor de comunicación. Y sigue ejerciendo, pues lo de vivir de escribir novelas no es tarea fácil; aunque la primera haya sido un inesperado éxito de ventas, como es el caso.

Empezaré por una pregunta extraliteraria, porque todos sabemos qué hace un escritor. Pero, ¿qué hace un consultor de comunicación?

Los consultores de comunicación asesoramos a nuestros clientes en estrategias para que sean más conocidos y mejor valorados. Cuidamos su imagen y procuramos abrir canales de comunicación con los públicos que rodean a la empresa. En mi caso, me dedico a asesorar en el mundo industrial y tecnológico.

¿Crees que tu ocupación como consultor ha tenido alguna influencia en tu decisión de escribir y en tu forma de hacerlo? Y, si es así, ¿cómo crees que ha influido?

Indirectamente. Desde pequeño he estado vinculado a la lectura, ya que tenía un padre muy culto que amaba los libros y que me animaba a escribir. Sin embargo, yo no me sentía capaz de hacerlo. El trabajo de asesor me ha aproximado al periodismo y de ahí, de una manera bastante natural, he dado el salto a la literatura. La comunicación ha sido un buen campo de aprendizaje de normas como la claridad de ideas, la concisión, etc.

Para ser tu primera novela, y para ser tú, hasta ahora, un perfecto desconocido en el mundillo literario, no te ha ido nada mal: se ha situado entre las cien más vendidas de la temporada (llegó al puesto 78, si no estoy mal informado), va por su segunda edición, y además has conseguido el (entusiasta) padrinazgo de Eduardo Mendoza, nada menos ¿Te esperabas este éxito?

Tenía muchas dudas. El primer libro siempre es una incógnita en cuanto al recibimiento de los lectores, de la crítica, de los medios. Además, apenas sabía nada del mundo editorial y de cómo se gestionaba el lanzamiento de una novela. Sin embargo, como creador, pensaba que mi libro podía tener una buena aceptación y un notable recorrido si se le daba la oportunidad de ser conocido. Lo que me sorprendió más fue la rapidez del éxito, sobre todo viendo cómo está la situación económica y editorial. En poco más de tres meses hemos pasado a la segunda edición y seguimos aumentando el número de lectores, incluso por Amazon.

Claro que a partir de ahora ya no se podrá decir que eres un perfecto desconocido en el mundillo literario…

Esto es muy relativo. Es verdad que he sorprendido a más de un entendido, pero la industria editorial está en franco retroceso y no parece fácil sobresalir en un mundo donde la cultura y la lectura apenas tienen relevancia. Por otra parte, paradójicamente se publican más de treinta mil libros de ficción al año en España. En fin, una locura.

Y, ¿cómo se consigue que Eduardo Mendoza le recomiende a uno? Porque Don Eduardo no recomienda a cualquiera…

Fueron mis editores de Alrevés los que mandaron la galerada a Mendoza. Creían que le podía gustar. Y así fue. Contestó de una manera muy positiva. Supongo que le recordó un poco a sus primeras novelas, como El caso Savolta o La ciudad de los prodigios. Desde luego, fue muy generoso.

El Bilbao que describes en la novela es, evidentemente, muy distinto de «tu» Bilbao, entre otras cosas porque en 1917 tú no habías nacido, y supongo que ni siquiera habían nacido tus padres, aún. Con todo, la reconstrucción de ese Bilbao es minuciosa y creíble. El trabajo de documentación debió de ser largo y duro… 

Cierto. Han sido varios años, aunque con dedicación irregular. Elegí esa época porque me interesaba desde el punto de vista histórico (se producen grandes cambios sociales y tecnológicos) y porque apenas estaba trabajada desde el punto de vista narrativo. Eso hizo que tuviera que informarme. Me basé en libros de historia, biografías o periódicos. En cualquier caso, he buscado la verosimilitud más que la verdad histórica, ya que no es un ensayo, sino una ficción.

En cuanto a este tipo de novelas que precisan de tanta documentación previa, hay escritores que confiesan que la parte de la documentación es la que menos les gusta; que disfrutan más al sentarse por fin a escribir, a dar forma al material y resolver los problemas de redacción, de forma y de estilo. Otros, en cambio (Frederic Forsyth, en concreto, lo ha dicho alguna vez) prefieren el trabajo previo de documentación, estructuración del material y diseño de la trama básica, y lo de sentarse a escribirlo finalmente les parece el trámite más tedioso del proceso. ¿En cuál de los dos grupos de escritores te incluirías?

Disfruté de la documentación, pero hasta cierto punto. Una vez que tienes la visión general, intelectualmente estás satisfecho, pero narrativamente no. Necesitas profundizar más, buscar el detalle, la comprobación de datos, que todo cuadre. Eso es un poco desquiciante si no te sobra el tiempo. Prefiero narrar por medio de mi imaginación.

¿Tienes alguna manía o ritual particular a la hora de ponerte a escribir? No me digas que no, porque todos las tenemos… ¿cuáles son?

No demasiadas, porque he tenido que escribir en todo tipo de circunstancias y lugares. Aún así, cuando estoy en mi sitio habitual, utilizo un tipo de luz diferente para crear una atmósfera propicia. Poco más. El resto es rutina y ordenador.

El título de la novela, Las flores de Baudelaire, hace alusión, evidentemente, al mal. Y, en efecto, puede decirse que la novela habla del mal, en diversas formas. ¿Te atreverías a dar una definición del mal?

Diría que es un impulso, consciente o inconsciente, del ser humano que se activa por distintos motivos (enfermedad, ambición de dinero o de poder, celos, venganza) y que causa daño a otras personas. Sólo podemos controlarlo por medio de la civilización entendida como un proceso basado en la educación que nos aleja de la selva, de la violencia.

Lo del detective aficionado que se revela más listo que la policía y resuelve el caso es una convención que nació con la novela policíaca: ya Edgar Allan Poe la utilizó con su chévalier Auguste Dupin ¿no es un recurso que ya está muy visto? 

No siempre los detectives son más listos que la policía. De hecho, muchos héroes de novela negra son policías o expolicías realmente inteligentes (el comisario Maigret, de Georges Simenon, por ejemplo). En cualquier caso, sí es cierto que el detective suele tener más libertad de movimientos que la policía para saltarse la normas y buscar sus propias vías de resolución del caso. Y el conflicto entre el poder, representado por la policía, y la disidencia, representada por el detective, siempre viene bien a la historia.

Las flores de Baudelaire suele ser etiquetada por la prensa como una novela negra. Eso, ¿te gusta o te disgusta?

Creo que es una novela de intriga y psicológica con contenido social. Lo que pasa es que hay un crimen y un investigador por medio, lo que hace que me coloquen dentro del género de novela negra. No me parece mal. La novela da juego para todo ello, incluso para el término histórico, ya que se desarrolla durante la Primera Guerra Mundial.

Cuando algún entrevistador te pregunta eso tan típico (seguro que te lo han preguntado más de una vez, además de típico es un clásico) que siempre se pregunta a los autores de novela negra: que si esta obra “trasciende el género” ¿respondes entonces con un “me alegro que me haga esa pregunta” o te cabreas?

Me da un poco igual. Me siento sujeto al género hasta un límite. Está claro que todo género tiene unos códigos que hay que respetar para no decepcionar al lector, pero que también ofrece libertad para saltarse las normas. Depende mucho del enfoque. Yo he pretendido mantener aspectos de novela negra, pero no quedarme ahí anclado.

¿Concebiste la novela como obra única, o dado su éxito editorial te has planteado convertirla en una serie? ¿Veremos más casos criminales resueltos por el fotógrafo Alfredo Maldonado?

Fue una obra única, sin visos de continuidad. Eso no quita para que mucha gente me pida que siga, que el protagonista debe seguir contando su vida porque tiene interés y ha quedado abierta. Por el momento la dejo aparcada, aunque si vendiera cincuenta mil ejemplares… (es broma).

Eres, también, autor de un blog literario que se llama «Literatura basura«. Vaya título… ¿es una declaración de principios?

Es una mirada irónica y crítica a un sector editorial en continua transformación, cuyos grandes grupos han abusado en las últimas décadas de una posición dominante y han favorecido los productos de baja calidad literaria. Basta con ver la mayoría de los lanzamientos cara a estas Navidades.

Mójate y dame una definición para «literatura basura».

Es el libro que, conscientemente, tiene poca calidad y pretende ser comprado masivamente, engañando a mucha gente sobre sus valores literarios. Es responsabilidad fundamental de los editores, aunque a veces también de los escritores.

Eres muy activo en la blogosfera literaria. Has sostenido alguna vez, como muchos gurús mediáticos, que en estos tiempos el escritor debe salir de su torre de marfil y hacer un gran esfuerzo por darse a conocer a través de las redes sociales, de los blogs; que debe prestar gran atención a la autopromoción en Internet y atender al feedback constante con sus lectores. Todo eso está muy bien y es muy cierto, pero… y escribir, ¿cuándo?

Lo que digo es que el escritor tiene la posibilidad de contactar directamente con sus lectores. Es algo único, histórico. Antes no cabía esa posibilidad. Ahora, sí. De una manera fácil, a escala mundial, utilizando instrumentos sencillos, asequibles (twitter, facebook, etc.) Para mí es muy gratificante conocer sus opiniones sobre mi obra y sobre temas de interés común. Aprendo mucho. Además, me estimula saber que tengo seguidores cuando escribo. Me siento menos solo. Son mis futuros lectores, mi club de lectura particular que espera mi obra.

Antes se decía que un escritor, si quería ser buen escritor, debía tener tiempo para estar solo y tiempo para aburrirse ¿eso se acabó?

No. La soledad es fundamental para la creación. Incluso la holgazanería. Lo que tendrá que hacer el escritor es disciplinar su tiempo dependiendo de muchos factores (disponibilidad, momento creativo, estado de ánimo, etc.) y abrirlo, o no, a otras actividades complementarias, más asociadas a la atención del lector y a la promoción de sus obras. Siempre será una decisión propia, no impuesta por nadie.

Vamos a por tus influencias literarias ¿cuáles son? O mejor, te lo voy a poner más fácil (o quizá no, vete a saber) ¿Cuáles son los tres escritores que crees que más han influido en tu forma de escribir y tu concepción de la escritura? Y, si no son los mismos ¿cuáles son los tres escritores que más te gustan como lector?

No es una respuesta fácil. He ido evolucionando con el tiempo. En cualquier caso, y por simplificar mucho, me han influido en Las flores de Baudelaire autores como Balzac, Graham Greene o Philp Roth, por distintos motivos. En cuanto a lector, disfruto con franceses (Flaubert, Stendhal, Camus, Modiano), norteamericanos (Scott Fitzgerald, Hemingway, Truman Capote, Bellow, Auster), hispanos (Galdós, Cela, Cortazar, Bolaño, García Márquez, Vargas Llosa), rusos (Chejov, Dostoievsky, Grossman) o británicos (Shakespeare, Dickens, Wilde, Barnes) y muchos otros, claro, algunos cercanos como Eduardo Mendoza, Javier Marías, Vila Matas, Ignacio Martínez Pisón, Antonio Orejudo, etc.

Tu novela describe una sociedad y una época dominada por la codicia y el enriquecimiento fácil. No es difícil encontrarle paralelismos con la época actual ¿Son voluntarios? Y, ¿hasta qué punto?

Es a propósito. Cuando escribía la novela vivíamos el boom de los años 2000 y era consciente de que estaba sacando lo peor de nosotros. Por eso quise buscar otra época no muy lejana en el tiempo que hubiera tenido componentes de riqueza similares. La encontré a principios del siglo XX, con la extracción del mineral de hierro y la neutralidad en la guerra mundial. Así que cuando buceé en esos años vi que los comportamientos políticos, económicos y sociales eran muy parecidos. El ser humano no ha cambiado tanto en estos cien años.

Alguna vez has dicho que escribes para vengarte poéticamente de las injusticias que ves a tu alrededor… ¿No preferirías vengarte de una forma menos poética y más, digamos, contundente?

A veces sí, pero no soy un hombre violento físicamente. Lo soy intelectualmente. Prefiero poner todas mis energías en mi obra, en mostrar la injusticia, la hipocresía, la manipulación, pero de forma artística. Y, si es necesario, ejecutar literariamente a alguien. No paso de ahí. Cada uno debe saber cuáles son sus límites.


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