Al principio, cuando llegó la primera nave espacial, no supimos qué hacer. Nuestra primera reacción fue de terror, aunque poco a poco se fue convirtiendo en curiosidad cuando la avistamos en lo profundo del horizonte. Pero por puro instinto de auto conservación corrimos a escondernos en cuevas para evitar que los extraños visitantes o invasores, aún no lo sabíamos, nos descubrieran.
Y apenas salimos del shock inicial, organizamos una asamblea para decidir nuestro futuro. Unos decían que debíamos atacarla y destruirla para evitar que fueran por más naves a su lugar de origen. El argumento era que si por alguna razón iban por refuerzos, nos sería imposible repeler la invasión. Otros, más científicos, abogaban por explorar primero, conocer mejor al posible enemigo y aprender sus debilidades, para que si llegara a ser necesario, saber cómo atacarlo. Las discusiones fueron acaloradas, y al final los científicos la ganaron, por lo que se nombró una comisión para que investigara la procedencia de los extraños huéspedes.
El grupo explorador fue de siete personas. Tres llevarían armas, dos analizarían la extraña nave y dos servirían de cargadores para el agua, la comida y demás suministros. Y cuando todo estuvo listo, iniciamos el viaje hacia la planicie donde había aterrizado el objeto alienígeno.
Nunca habíamos hecho contacto con seres provenientes del espacio exterior por lo que a pesar del miedo, estábamos excitados de sabernos parte de un gran avance científico, de un momento histórico, que tras dos días de lento viaje gracias a un temporal poco común para la estación del año con grandes oleadas de vientos y tormentas de arena por fin llegamos a enfrentar.
Escondidos tras unas rocas para evitar ser descubiertos, los exploradores armados tomaron sus posiciones, disponiéndose tácticamente para que en caso de que alguno de los invasores apareciera, neutralizarlo inmediatamente. Y sólo entonces los científicos procedimos a explorar la nave. Pero no tomó mucho darnos que cuenta que la misma estaba deshabitada, para alivio para todos. Que aún estábamos solos.
Inmediatamente nos dimos cuenta que la nave no podía ser sino el producto de una gran civilización. Una que había llegado a tales niveles de desarrollo que podía enviar naves espaciales fuera de su propia órbita y que era capaz de comunicarse, como nosotros, a través del uso de una escritura que no podíamos entender, pero que reconocíamos como tal.
La extraña caligrafía estaba pintada afuera de la nave y mientras nos preparábamos para destruirla (temíamos que la misma estuviera contaminada de quién sabe que extraño virus sideral) tomamos nota de las inscripciones para estudiarlas posteriormente. Fue difícil. Nunca habíamos visto algo semejante, pero al final uno de mis compañeros logró reproducir en su cuaderno las extrañas letras provenientes de quien sabe que civilización: NASA.
Antes de marcharnos, todos coincidimos en que por lo menos por un tiempo, a los ojos de nuestros huéspedes indeseados, nuestro planeta rojo seguiría deshabitado. Sin vida inteligente. O por lo menos sin vida inteligente que tuviera algún interés en ponerse en contacto con ellos.
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