La mejor manera de ver que la globalización está viva en la posmodernidad es por la televisión por cable, Internet, y el cine. Hablar de la globalización como una respuesta total sería caerles a mentiras, pero la realidad apunta a una de las posibles condiciones que llevan a pensar que esa cosa en cuestión es el pan nuestro de cada día.
Los medios audiovisuales están llenos de fantasías que seducen al público hasta que sienta la necesidad de consumir; el objeto presentado puede ser un libro, una noticia o una pasta de dientes. Este objeto conquistador en tiempo real se presenta desde China a los EE.UU., y en cada país hay una conexión de apropiación colectiva que se establece en las estrategias de mercadeo. De la misma forma puede funcionar para el pensamiento político.
Una acción natural, que puede ser verdad así sea mediatizada, es la transmisión de las noticias internacionales. Supongamos que algo sucede en Edimburgo o en N.Y, el periodista tratará de contar los hechos que harán que la persona que vea o lea la información quede satisfecha; es una especie de globalización mediática en la que se confrontan el espectador y el emisario, por medio de una señal vía satélite que demuestran la capacidad discursiva de quien porta la noticia. Los medios audiovisuales parecen ser la primera herramienta para el logro de una realidad dividida en parte y consumible en el todo. En la globalización también están los fenómenos naturales como el sol y la luna, astros que tienen repercusión en el mundo, y si algo les pasara nos afectaría a todos.
Me parece que de este fenómeno no nos salva nadie, y mejor así porque para qué vamos a retroceder en el tiempo, pero parece que estuviéramos nadando en una laguna donde el más hábil o ambicioso nadará hasta llegar a la orilla. Pero entre los mitos de las lagunas se sabe que él que se va al fondo, casi nunca aparece; y así vivimos como en un encantamiento por las cosas que están lejos de nosotros: viajar a Rusia, comprar en tiendas parisinas, bañarse en una playa de Brasil, ver un juego en el estadio del Real Madrid, entre otras cosas. Este tipo de conciente viajero nos permite unir los deseos y las ganas de conquistar los espacios que atrapamos por la televisión, el cine, la internet o por alguna pancarta, pero generalmente en el «Mago de la Máscara de Vidrio» como lo llamaba Eduardo Liendo, ese «ser» que muta la individualidad y aleja al hombre de sus propias perspectivas. No tengo ningún problema respecto a las ganas de viajar y de encontrar mundos ya planificados por otros sistemas, como consecuencia del desarrollo de cada uno de los pueblos. El toque globalizador aparece hasta en nuestros propios vestidos, sea zapatos, blue jeans, camisas, sombreros, correas, en toda esa parafernalia, pero el problema no es ese, la cosa está en que también somos capaces de producir y hacer que otros mercados encuentren entre la variedad de nuestras propuestas, producciones por las que los demás también se sientan atraídos.
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