Corría el año 2002 y yo, recién salido de la escuela secundaria, comenzaba mi penoso camino por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) en la carrera de Cine y TV, que abandonaría nueve meses después. Se respiraba un clima extraño en el país. Solo habían pasado unos pocos meses desde la gran revuelta popular de diciembre de 2001 que había terminado con el gobierno del presidente Fernando de la Rúa. Se vivía una increíble crisis política (el ya clásico «cinco presidentes en una semana») y una no menos increíble crisis económica.
En medio de esa atmósfera yo deambulaba por la Ciudad Universitaria, con sus centenares de árboles y parques, casi como un gigantesco bosque, con miles de estudiantes que venían desde todos los puntos del país a estudiar en una de las universidades más antiguas del continente.
Recuerdo que por aquellos días ya se hablaba de eso. Sí, sí, me acuerdo bien. Sin embargo, la noticia no había ocupado un lugar importante en los medios por lo que solo tenía características de «noticia curiosa» o «insólita». Pero la cosa era seria. Seria y extraña. Por las calles de Córdoba andaba suelto un violador. Pero no cualquier violador, se trataba de «el Violador Serial», nombre y apellido impuesto por el periodismo a un ser misterioso que atacaba mujeres —casi en su totalidad, estudiantes jóvenes de entre 18 y 30 años aproximadamente— para luego someterlas sexualmente en algún rincón oscuro cercano a la Ciudad Universitaria, su radio de acción. El tema comenzaba a adquirir características de «leyenda urbana» (esa palabra que se ha vuelto tan popular de un tiempo a esta parte). Cada tantos meses —o semanas— algún medio publicaba una noticia de «un nuevo ataque del Violador Serial». Pero era raro. Nadie parecía tomarse el asunto en serio.
La ciudad de Córdoba se encuentra dentro de la provincia que lleva el mismo nombre y está ubicada en el centro de Argentina. Con 1.300.000 habitantes, es la segunda ciudad más importante del país.
Llegó el 19 de octubre del año 2003. Ese día, el diario más importante de la provincia publicó la primera nota con los padres de una de las víctimas. Comenzaban a surgir nuevos ingredientes. El silencio de la policía. El silencio de todo el mundo. Todos callaban para no sumir a la población en una psicosis colectiva, se decía. Pero el Violador Serial seguía suelto, atacando a gusto, a chicas que recién estaban dejando atrás la adolescencia…
Y las cosas siguieron prácticamente iguales hasta que llegó cierto día de Octubre del año 2004. Ese día, la ciudad se levantó con la noticia de que cientos y cientos de casillas de correo electrónico habían recibido un mail. Un mail que contenía palabras directas, impresionantes, llenas de violenta y visceral realidad. Una chica que se hacía llamar «Ana», de 20 años, contaba su propia historia. «Hace tres años decidí venir a estudiar a Córdoba… con todo lo que eso implica… dejar mi familia, mi lugar, mi casa, para hacer realidad mi sueño de independizarme, de empezar a armar mi vida…» Y luego de presentarse, Ana daba paso a lo inevitable y narraba sin vueltas, de manera cronológica y con muchos detalles de qué forma un sábado de agosto del 2004, en pleno barrio Nueva Córdoba, que es algo así como una ciudad dentro de otra ciudad, en donde viven miles de estudiantes por lo que las noches siempre tienen mucho movimiento (hay muchos locales bailables, bares y etc.), un tipo la abordó en la calle, la obligó a caminar junto a él varias cuadras, amenazándola con no poner resistencia porque sino, la iba «a cortar toda».
Todo el tiempo le decía que no le iba a hacer daño, que solamente quería pasar desapercibido para que la policía no lo atrapara, que quería ir a la Terminal de Ómnibus para abandonar la ciudad. Pero cuando llegaron a la Terminal, el tipo prefirió cambiar el rumbo y llevó a Ana a un enorme y desolado descampado que hay por la zona, en donde la violó sin que nadie pudiera hacer nada. Luego, la dejó ir repitiendo una y otra vez que no se le ocurriera denunciarlo, porque a él nunca lo iban a agarrar. El relato proseguía con el patético proceso de la denuncia policial y el examen forense («a vos te atacó el violador serial… no sos la primera chica a la que lleva a ese lugar» dice Ana que le dijeron en la policía).
Finalmente, Ana concluía su relato explicando que el Violador Serial llevaba dos años o más atacando mujeres, que sin duda alguna gozaba de una especie de «protección policial» y que este mail que ahora enviaba tenía como principal objetivo alertar a las chicas de Córdoba. «No anden solas, no se descuiden, no confíen en la policía… tenemos que estar preparadas y mentalizadas de que si alguien nos llama de atrás, nos pone una mano en el hombro, o nos agarra, la única forma de zafar es gritando, tirándote al piso, abrazando a alguien que ande por ahí, metiéndote en un negocio o simplemente corriendo…»
Si bien puede parecer increíble, ese mail, reenviado por miles de usuarios de Internet en un par de días, sacudió a la ciudad entera y rápidamente ganó un gran espacio en todos los medios del país. Ana y sus compañeras habían formado una especie de ONG llamada «Podemos hacer algo» y comenzaron a realizar marchas de protesta junto a otras organizaciones por los derechos humanos, de la mujer, etc. exigiendo al Gobierno de la Provincia que hiciera algo al respecto. El Gobernador José Manuel De la Sota —asistido desde el inicio de su mandato por un poderoso aparato de marketing destinado a producir golpes de efecto altamente demagógicos— veía como el paraíso de falsa seguridad y falso bienestar que decía gobernar perdía imagen ante todo el país. Prácticamente no quedó nadie en Argentina que no estuviera enterado del caso.
Entonces se supo. Se supo que el violador llevaba al menos tres años actuando, que había 36 denuncias de mujeres violadas (y se creía que en realidad el número era el doble) y que nunca nadie había podido identificarlo ni detenerlo. Circulaba por ahí un identikit que pronto se transformó en la imagen oficial del caso. La ilustración estaba en todos lados: «un hombre robusto, de rasgos norteños». Entiéndase por «norteño» a ciudadanos de provincias como Salta, Jujuy, Formosa, a ciudadanos bolivianos y peruanos.
Córdoba es una ciudad muy heterogénea en ese sentido. Se habló de discriminación. Y pronto fueron cayendo supuestos violadores seriales que luego debían ser liberados. Se insistía con el asunto de la «protección policial». Sonaba totalmente inverosímil que un solo individuo pudiera violar durante tantos años, utilizando siempre el mismo modus operandi, frecuentando siempre los mismos lugares y que la policía no pudiera detenerlo. El Gobernador De la Sota, fiel a su estilo, produjo uno de sus clásicos golpes de efecto: examen de ADN obligatorio para todos los policías de la provincia. Se armó otro escándalo. Y las cosas no se terminaban ahí: se ofrecieron $50 mil pesos de recompensa a quien aportara el dato que hiciera posible capturar al Serial. Y mientras tanto, la Ciudad Universitaria por las noches seguía estando totalmente oscura y desierta. Por fin a las autoridades se les ocurrió poner policías vigilando durante la noche, un transporte gratis, algo más de iluminación. Pronto, la población cayó en esa psicosis que supuestamente todos quería evitar. Se agotaron los gases paralizantes. Se tomaban clases de defensa personal.
El Violador Serial se transformó en una suerte de antihéroe urbano y sus andanzas se rodearon de un aura legendaria. Muy pronto, la sociedad se llenó de odio y deseos de venganza pero al mismo tiempo, experimentó una extraña mezcla de temor y respeto. Porque aquel ser representaba el lado más oscuro de todos. Aquel ser no se conformaba con mirar. Salía a las calles, como un cazador, en busca de nada más y nada menos que de estudiantes universitarias en una de las zonas más importantes de la ciudad y era capaz de audaces maniobras para lograr su despreciable deseo.
Y aunque el e-mail de Ana produjo un gran revuelo, no evitó que el Serial siguiera atacando y en los primeros días de noviembre se denunció otra violación con las mismas características.
Ese día yo estaba trabajando en un taller en donde se fabricaban carpas para camping. Era un martes. Martes 28 de diciembre. Cerca del mediodía, la radio dio la noticia. En una conferencia de prensa llena de ingredientes hollywoodenses, el Gobernador, el Fiscal de la causa y otras autoridades enviaron el mensaje de que el Violador Serial ya estaba identificado. «Se llama Mario Marcelo Sajen, tiene 39 años, padre de familia, vive en tal lugar y esta es su fotografía». La imagen de un hombre relativamente similar al del famoso identikit era sostenida por el Gobernador De la Sota. Según se supo después, el Violador estaba siendo buscado desde hacía dos días pero siempre escapaba a último momento (¿alguien de la policía lo alertaba?). Un gran operativo policial se desplegó en el barrio de Sajen pero no lograron atraparlo. Y el Violador Serial escapó.
Andaba armado y hacía unos días se había teñido el pelo de un color rojizo, intentando cambiar su aspecto. Estuvo escapando por las calles durante todo el día, hasta que al anochecer, una denuncia (efectuada por un amigo de Sajen que luego cobraría la recompensa) permitió que un par de policías lo cercaran en el jardín de una casa. Luego de intercambiar unas palabras, el Violador Serial se arrodilló y se disparó un tiro en la cabeza. Rápidamente fue llevado al hospital, en donde agonizó durante dos días hasta que murió.
El Violador Serial tenía seis hijos. Tenía dos familias a las que mantenía robando… y varias amantes. Ni sus familiares ni sus vecinos podían creer que Sajen fuera el delincuente más buscado de la provincia y durante el funeral, aplaudieron. Uno de sus hijos quiso suicidarse. Ana dijo que «él no tiene derecho a terminar con su vida, tiene que pagar por lo que hizo». La opinión pública, que quería verle la cara, y luego verlo sufrir y que ansiaba que en la cárcel le dieran el mítico trato que le dan a los violadores, ahora no sabía qué pensar. El Violador Serial finalmente no tenía el aspecto de un monstruo. En apariencia era un tipo como cualquier otro… y eso fue lo que desconcertó a todo el mundo. El Gobierno, que actuó únicamente cuando el asunto adquirió características políticas no podía jactarse de haber ganado. El mismo Marcelo Sajen tampoco había ganado…
Y la sociedad, que quería ver al monstruo derrotado, recibiendo su merecido, quedaba con la sensación de que, en cierta forma, todos habían sido derrotados.
Mario Marcelo Sajen cometió su última violación un día antes de dispararse en la cabeza (el 27 de diciembre de 2004, contra una joven estudiante). El día anterior —el 26— había violado a una joven de 16 años.
Manuel Ugarte, el fiscal de la causa, concluyó que Sajen cometió 93 violaciones desde agosto de 1991 hasta el 27 de diciembre de 2004. Mario Marcelo Sajen había estado en prisión durante los años 1985 y 1989 por la violación de una menor de edad.
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