Imaginemos esta escena: un niño de unos 5 años llega tomado de la mano de su madre a un edificio que los mayores llaman «Jardín de Infantes». El niño, al que podemos llamar «David», viste un uniforme color azul, siguiendo el código de los colegios argentinos. Su mamá le dijo que hoy «es el primer día de clases». Él, aunque está bastante asustado, confía en que su madre no dejará que nada malo le pase y piensa que al fin y al cabo meterse en ese edificio junto a otros niños con uniforme azul (las nenas llevan un uniforme rojo) será por su bien.
Han pasado varios años. David está en el último año de algo llamado «Escuela Secundaria». A lo largo de todo este tiempo ha vestido, además de su primer uniforme azul, uno color blanco (cuando fue a la «Escuela Primaria») y ahora su uniforme consiste de una camisa blanca y una corbata.
Ha tenido muchas materias como lengua, matemática, biología y algunas de nombres curiosos como «formación etica» y «metodología de la investigación».
Durante cientos y cientos de horas de clases, David ha aprendido que, si en los exámenes no logra calificaciones de 6 o más, no aprobará esas materias y tendrá que recuperarlas. Ha aprendido que debe tener el 80% de las asistencias a clase porque si no quedará libre. Sabe que debe cumplir un horario. Que debe portarse bien porque si no puede ser sancionado con amonestaciones. Sin ningún problema podríamos reemplazar el nombre de David por nuestros propios nombres.
Es que probablemente todos, o la gran mayoría de los que puedan leer esto, han formado parte del engranaje de la Educación Sistematizada. Todos comenzamos siendo ese niño de mirada temerosa frente al imponente edificio de la escuela. Todos perdimos el temor confiando en que si mamá nos enviaba allí era porque todo estaba bien. A lo largo de tantos años en la Escuela siempre tuvimos a alguien que nos repetía que era muy importante —prácticamente cuestión de vida o muerte— adquirir educación. Que de ello dependía nuestro futuro. Que no solo era imprescindible asistir a la escuela sino también estudiar mucho y obtener las mejores calificaciones. A pesar de nuestros arrebatos juveniles, ir a la Escuela durante años y años se transformó en un hábito equivalente a comer o a dormir. A veces íbamos protestando, a veces odiando por completo a la de historia pero íbamos y punto. Y sin embargo, ¿nos dimos cuenta alguna vez que nuestra lucha era contra los números del 1 al 10? ¿Qué en realidad nunca importó si sabíamos o no cuál es el Meridiano de Greenwich sino que lo verdaderamente importante siempre fue sacar por lo menos 6 para no ir a «reparar» al final de año?
En Argentina no son pocos quienes critican al sistema educativo. Critican los bajos sueldos de los profesores, el mal estado de las aulas, proponen la creación de nuevas materias más «actuales», pretenden abolir el sistema de amonestaciones afirmando que no sirve para frenar la indisciplina, algunos insisten con agregar más horas de clase diciendo que en nuestro país vecino de Chile los estudiantes tienen el doble. Pero nadie parece decir nada contra el sistema en sí. Ese sistema que pareciera hemos heredado desde la fundación del mundo. El sistema que todos vivimos y alimentamos. Asistencias, exámenes, exámenes finales, materias, programas de estudio, trabajos prácticos, calificaciones, parciales, libretas, horas de clase, amonestaciones, clases teóricas, clases prácticas…gloriosas palabras. Porque, a fin de cuentas, el sistema educativo no es más que eso, un sistema con engranajes más o menos ajustados en donde lo educativo pasa a un segundo plano.
Otra de Argentina: hace un par de años alguien tuvo la brillante idea de mandar al servicio militar (el cual no es obligatorio) a todos aquellos jóvenes que hubieran desertado de la escuela. Finalmente, el proyecto no prosperó. Pero, una vez más, el concepto real de educación se hacía presente. La educación de «nuestros jóvenes» no importa realmente. Lo que importa es mantenerlos encerrados. Si aprenden algo o no, no tiene importancia. Tampoco interesa de qué forma lo aprenden y si les será útil en algún momento de su vida. Lo primordial es mantenerlos encerrados.
Al parecer, las reglas están hechas para ordenar el caos. Porque, si no existiera el método de calificaciones ¿Cómo podríamos determinar si los alumnos han estudiado? Si no existiera el método de inasistencias ¿Los alumnos irían a clases? ¿Acaso sería posible un sistema educativo diferente? Y, en ese caso, ¿sería mejor o peor que éste?
Alguien (no recuerdo quién) dijo una vez que «la escuela debería ser un modelo de cómo quisiéramos que fuera el mundo». Y, parafraseando a ese alguien, podríamos decir que «la escuela es un modelo de lo que es el mundo». Eso es. Un modelo de un sistema que pregona que con esfuerzo y dedicación todos pueden alcanzar «el Éxito». Siendo «el Éxito» lo mismo que «el bienestar y la realización personal, es decir, la felicidad» (el dinero, bah) El modelo de un sistema donde todos vestimos el mismo uniforme y vamos y nos encerramos en el mismo sdificio a depender de un sistema de reglas que nosotros mismos inventamos. El modelo de un sistema en donde nos enseñan que la historia es de esta manera, que un buen texto se redacta de tal otra… El modelo de un sistema donde nos hacen creer que todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades, en donde nos hacen creer que el sistema nos hace libres.
Se dice que «un pueblo sin Educación no tiene futuro, no tiene esperanza, es fácil de manipular y de devorar, está condenado a la pobreza» y muchas frases predecibles más. ¿Devorado por quién? ¿Manipulado por quién? Por los más poderosos. Por los gobiernos, por los medios de comunicación, por grupos empresarios, por líderes religiosos… Bien, pero ¿quién le brinda la educación al pueblo? ¿Acaso no son los mismos gobiernos (escuelas públicas) y los mismos grupos empresarios (escuelas privadas) más un sinfín de combinaciones posibles a través de múltiples alianzas? ¿Acaso ir a la escuela puede garantizar la famosa educación? ¿Acaso ir y cumplir con todos esos ritos puede salvar al individuo de ser manipulado, sugestionado, devorado por el sistema, que al fin y al cabo es quien lo educa?
David ha terminado la escuela secundaria. Ahora es momento de ir a la universidad. Es momento de «estudiar lo que le gusta» para así alcanzar «el bienestar y la realización personal». Quizás con el tiempo pueda conseguir un trabajo en una oficina con aire acondicionado y empezar a ahorrar para pagar la Educación de sus hijos.
David quiere confiar en la Educación Sistematizada.
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