Arrivederci, Chelonoidis nigra abingdonii

El 24 de junio del 2012 murió en las Islas Galapagos el Solitario Jorge, la tortuga más famosa después de D’Artagnan. Un símbolo del conservacionismo mundial, se cree que Jorge tenía más de cien años cuando sufrió un paro cardíaco camino a un bebedero. Aparentemente las vidas de estos animales normalmente terminan así (con paros cardíacos, no camino al bebedero).

Jorge tuvo la gran responsabilidad de ser el último individuo vivo de su sub-especie, la cual desapareció durante el siglo XX debido a la caza excesiva y cambios drásticos en el medio ambiente. Para conservar sus genes el equipo científico de la Estación Científica Charles Darwin en Isla Santa Cruz trató de reproducirlo con hembras de otras sub-especies similares pero todos los huevos producidos resultaron infértiles.

Jorge fue descubierto en Isla Pinta en 1972 cuando su especie ya se creía extinguida. Posteriormente fue trasladado a la estación científica donde se realizaron los esfuerzos para reproducirlo. Aunque al principio George mostró poco interés en aparearse e intentos de extracción manual de semen nunca dieron resultado (sí, el trabajo de alguien es masturbar tortugas), el centenario quelonio finalmente había empezado a poner de su parte cuando Fausto Llerena (su cuidador por cuarenta años) lo encontró sin vida. Con su muerte prematura (se cree que Jorge tenía una expectativa de vida de 200 años) desapareció la subespecie Chelonoidis nigra abingdonii de tortuga gigante de las Islas Galápagos. El abingdonii es por Isla Abingdon, otro de los nombres de Isla Pinta.

Ser testigo de la desaparición de una especie es algo confuso. Las extinciones y un sinnúmero de otros eventos naturales negativos son tan comunes en la historia de nuestro planeta como los granos de arena de cualquier playa (para parafrasear hiperbólicamente a Carl Sagan), pero debido a nuestro insignificante paso por el planeta cosas tan naturales y realmente irrelevantes en términos cósmicos como las explosiones volcánicas nos parecen grandes calamidades—en realidad todo es cuestión de distancia e hipocresía.

A todos nos importa un cuerno que los dinosaurios se hayan extinguido porque les cayó un meteorito encima (exageración con objetivos dramáticos), pero si algún pajarito del Amazonas pierde su hábitat porque IKEA necesita más madera para hacer cucharones pedimos la cabeza del Rey. La verdad es que el Rey nada tiene que ver con ello; han habido millones de pajaritos como ese en la historia del planeta, 99.99% de ellos han desaparecido, a nadie le importan, no será el último pajarito que desaparezca y, lo peor y quizás más inevitable de todo, nadie (incluyéndome) va a hacer absolutamente nada por evitarlo (como dejar de comprar baratijas en IKEA).

Si nos importara, Jorge (Odín lo tenga en la gloria de la tortugas) hubiese tenido una vida muy diferente y quizás hasta estuviera con vida. En vez del chiquero donde estuvo encerrado por 40 años, Jorge hubiese tenido una piscina atemperada, cambures frescos todas las mañanas, una cuevita sin olores molestos donde hacer hogar con las C. n. hoodensis que le sirvieron de pareja y hasta un mejor masturbador para ordeñarlo de vez en cuando. Pero nada de esto sucedió ni sucederá con ninguna especie porque usamos los fondos necesarios para realizar esfuerzos conservacionistas más profundos para comprar vaquitas en Farmville, F-16s para Israel y ediciones aniversario de discos de Los Beatles.

Con su desaparición, antes que extinguirse Jorge simplemente ha pasado a ser parte de la gran mayoría de los seres evolucionados en el planeta tierra. Esa lista interminable de criaturas fabulosas que por una razón u otra no fueron capaces de adaptarse a los cambios que afectaron su medio ambiente (como la aparición de humanos hambrientos con machetes en ambas manos). Irónicamente, vale decir, ya que la especie a la que Jorge pertenecía fue una de las que inspiró en Darwin su conocida teoría.


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