¿Ser cristiano es ser de izquierda?

Algunas acciones del Gobierno Bolivariano de Venezuela han servido para que, desde los medios de comunicación, se haya desatado una campaña feroz desde hace años. Esta campaña ha pretendido, con aparente éxito, sembrar en la mente de los desprevenidos de la clase media, el hecho de que la implantación del comunismo ya es una realidad y que la única salvación es salir, como sea, del «déspota castro-comunista» que nos gobierna.

La nueva Ley de Tierras que intenta la reducción del latifundio, el cual desperdicia grandes extensiones de tierra aprovechable en la ociosidad absoluta mientras el país importa casi todos los alimentos que consume, ha sido una de las fuentes para tratar de satanizar al supuesto «régimen castro-comunista». La profusión de mensajes sobre un supuesto ataque a la propiedad privada de los grandes terratenientes, ha sido uno de los recursos más utilizados por los medios de comunicación en su función de obstruccionismo político, para crear tensión y angustia en un sector importante de la población.

Sin hacer críticas concretas sobre el contenido de los artículos de la ley, se desata un ataque global al mismo y se recurre a inventos de todo género, para bloquear un proceso de redistribución de las inmensas extensiones de tierra, con uso ineficiente o nulo, que poseen grupos poderosos en Venezuela.

Al famoso general Douglas MacArthur, quien seguramente no era chavista, pero dirigió una reforma agraria radical contra grandes latifundistas y logró la redistribución de la propiedad de la tierra en Japón, ante un bombardeo mediático como el que nos llueve se le habrían agotado estrategias y pertrechos combatiendo a defensores (como los que existen en Venezuela) del latifundismo y del neofeudalismo a utltranza. Quien indague la posición del papado sobre el tema de la propiedad privada de la tierra y su buen uso, puede comprobar que los Papas fijaron posición sobre esta materia de una manera contundente.

Como muestra de lo anterior, encontramos que El Concilio Vaticano II en «Gaudium et spes», señaló: «….En muchas regiones, económicamente menos desarrolladas, existen posesiones rurales extensas y aún extensísimas mediocremente cultivadas o reservadas sin cultivo para especular con ellas, mientras la mayor parte de la población carece de tierras o posee sólo parcelas irrisorias y el desarrollo de la producción agrícola presenta caracteres de urgencia. No raras veces los braceros o los arrendatarios de alguna parte de esas posesiones reciben un salario o beneficio indigno del hombre, carecen de alojamiento decente o son explotados por los intermediarios. Son pues necesarias las reformas que tengan por fin, el reparto de las propiedades insuficientemente cultivadas a favor de quienes sean capaces de hacerlas valer».

Por su parte, el contenido de la encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI expresa: «…Sabido es con qué firmeza los padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen, respecto a los que se encuentran en necesidad: No es parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú des al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos. Es decir, que la propiedad privada no constituye un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás le falta lo necesario… El bien común exige, pues, algunas veces la expropiación, si, por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva».

La aplicación de la Constitución Bolivariana de Venezuela, conjuntamente con la Ley de Tierras, no es un intento de colectivizar la propiedad, sino de tratar que haya un reparto eficiente de las extensiones baldías para, por un lado, crear nuevos propietarios y, por el otro, aumentar la productividad y el empleo, reduciendo la dependencia en materia alimentaria y dando un uso más adecuado, en el impulso al desarrollo, a las divisas que produce el sector petrolero. Es innegable el respaldo moral que posiciones como las del Concilio Vaticano II y de Paulo VI transmiten a quienes han trabajado en pro de la Ley de Tierras venezolana. Es evidente que tal ley puede catalogarse de cristiana y católica, aunque le duela al Opus Dei.

Sin embargo, su espíritu, propósito y razón han sido tergiversados con la complicidad de los promotores de una nueva ética católica, cuya fe es la economía de mercado y el afán de lucro como objetivos esenciales del ser humano. La desaparición y la claudicación de lo que fue el pensamiento de avanzada dentro del partido socialcristiano de Venezuela, ha impedido que se conozca cuál es la posición que, con sentido cristiano, se debe mantener ante el proceso de cambios que ocurren en el país. El pensamiento «socialcristiano» que ahora prevalece es el de los fascistas de siempre y el de los ensotanados, obsesionados por dirigir bancos o regentear instituciones educativas, para optimizar el rendimiento de los recursos invertidos y presentar cuentas apetecibles a cualquier seguidor de Mammon.

«Ser cristiano es ser de izquierda» fue una consigna que los jóvenes, perseguidos ideológicamente por el sector más atrasado de lo que fue el extinto partido socialcristiano de Venezuela, copiosamente escribían en las paredes del centro de Caracas por los años 60. Ahora, ni siquiera se trata de ser o parecer de izquierda, sino de hacer honor al pensamiento primario del cristianismo, incluso proponiendo fórmulas para hacer menos sufrible el sistema capitalista subdesarrollado que ha imperado en el país.


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