En toda la historia de Venezuela han habido pocos casos con más potencial de escándalo que la aparición pública del video de Roxana Díaz y las grabaciones de Domingo Alberto Blanco, alias el Mingo, conversando con su mamá. Pero la manera diferente en que ambos casos fueron tratados revelan fallas graves en el sistema nacional de valores, donde parece que las cosas sólo son condenables cuando nos convienen o no nos interesan. Hagamos un breve preámbulo para quienes no conocen a estos dos personajes.
Roxana Díaz es una actriz de telenovelas y oscuro objeto del deseo de millones de fanáticos alrededor del mundo. Durante una relación sentimental con otro actor de telenovelas llamado Jorge Reyes, la pareja se grabó a sí misma practicando el sexo en todas sus formas, números y posibilidades. Según Díaz un amigo de la pareja se robó el video de la casa de la actriz y lo hizo público, sobrepasando rápidamente el record de ventas de cualquier otro video en el país y convirtiendo a Jorge Reyes en el hombre más envidiado desde el Esequibo hasta Perijá.
Domingo Alberto Blanco es un periodista venezolano que hasta la llegada del gobierno de Hugo Chávez era punta de lanza en la oposición inteligente. Agudo, obstinado y profesional, Mingo —apodo con el que es conocido popularmente— fue grabado por personas no identificadas mientras conversaba con su mamá acerca de su posición frente a las presiones que recibía del dueño de un canal de televisión para que tratara con manos de seda a líderes opositores con inmensos rabos de paja. En las cintas Mingo descarga contra compañeros de trabajo, lideres opositores y demás fauna política con historial delictivo en el país.
Ambos casos son el cumplimiento de los deseos de cualquier voyeur, ver a su actriz favorita en plena acción y escuchar las conversaciones privadas de una persona pública. Sin embargo, a pesar que un caso no supera al otro en explosividad, mientras la pobre Roxana era lapidada por la opinión pública la prensa hizo casi absoluto silencio en lo referente al Mingogate.
La forma en que se manejaron los dos asuntos refleja todo lo que está podrido con la sociedad venezolana, la cual se tapa los ojos ante algo que es completamente natural pero se hace la vista gorda ante aberraciones inexcusables como la corrupción administrativa y el sectarismo político malintencionado.
Por favor, no malinterpreten mi posición como producto de mi liberalismo. Las imágenes de Roxana Díaz dándole un beso negro a Jorge Reyes son —cuando menos— surreales, pero que un miembro de la oposición política venezolana se destape de la manera en que lo hizo Mingo con su mamá —gritando mentadas de madre a las figuras más «respetadas» de la nación— destapa la olla de gusanos que son los valores retrógrados e hipócritas de la sociedad venezolana, donde no existen papás alcohólicos, ni mamás frustradas, ni hijos drogadictos.
Existe un dicho en Venezuela que reza «Todas las mujeres son putas, menos mi mamá, mi hermana y mi novia», el cual es «comprensible» por el respeto que los machos venezolanos exigen de las imágenes de las mujeres en su entorno familiar. Pero cuando tomamos este dicho literalmente demostramos cuan ciegos podemos llegar a ser en nombre del pundonor. Y todo por no aceptar la simple y llana realidad: todas las mujeres del planeta son Roxana Díaz.
¿Qué tiene de extraño lo que ella estaba haciendo con su novio en la intimidad de su hogar? La verdad que nada que yo mismo no haya hecho —o querido hacer— con alguna de mis novias (en realidad se quedó corta, quizás sólo por que se le acabó la cinta), o mi mamá con mi papá o tu papá con tu mamá o tu abuelo con tu abuela o tu hermana con su novio, etc.
Claro que esta posición mojigata y retrograda sería de alguna manera válida si fuese honesta. Pero su hipocresía se descubre cuando contamos los miles de DVD que se vendieron del video de Roxana en las autopistas de todo el país.
¿Acaso se imaginaba alguien que una mujer como Roxana Díaz no tenía relaciones sexuales con su pareja? El grado de consternación me hace pensar que sí, que habían muchos que lo hacían, lo cual es completamente absurdo y nos demuestra en que grado a los venezolanos se nos ha olvidado que antes de cualquier otra cosa, somos humanos. Y todos somos igualitos.
Cuando este episodio estaba a punto de olvidarse, y el video de Roxana pasó a segundo lugar en el ranking de ventas, llega Mingo y Pum, otro recordatorio que el problema con nuestro país no es el gobierno ni la oposición. El problema es nuestra obsesión con las apariencias y nuestra inhabilidad de decir la verdad, que es lo que nos mantiene donde estamos, en el substrato de la humanidad.
El problema con Mingo es que su caso toca un aspecto aún más oscuro de nuestra psique. Uno que no sólo práctica lo que condena, sino que también es capaz de ignorar su conservadurismo cuando el trasgresor de las reglas es uno de los nuestros. Es decir somos capaces de ser cómplices a conveniencia, o valga la comparación, prostitutas morales.
Pero el Mingogate no es tan sencillo y es digno de un análisis más profundo. Las cintas y la manera en que se manejó todo el caso es demasiado extraño y perfecto a la vez como para no levantar suspicacias. El hecho que no haya habido escándalo huele a chanchullo del tipo que involucra a su protagonista. Y Roxana no se salva de estas dudas.
La presión social en Caracas es algo difícil de explicar. A primera vista pareciese que a sus residentes se les exige una serie de valores casi imposibles de poseer en conjunto: honestidad, pulcritud, sabiduría, destreza física, belleza, inteligencia. Pero cuando miramos de cerca a estas obligaciones sociales nos damos cuenta que no son valores los que se exigen, sino la apariencia de ellos.
Aunque parezca lo contrario lo último es más difícil que lo primero, y si alguna vez has tratado de ocultar una tos sabes de lo que estoy hablando. Es más fácil ser puritano que parecerlo. En algún momento nos resbalamos y descubrimos nuestra verdadera cara.
Al pensar en esto Mingo es el que me viene a la cabeza. No es un secreto que los líderes opositores, en su mayoría, no han trabajado un día en su vida. Que casi todos han participado en el desvalijamiento progresivo de la nación que ahora dicen defender. Esto hacía inverosímil que un hombre que durante años había mostrado una entereza de calibre linconiano, de la noche a la mañana fuera pana de aquellos a quienes había dedicado su vida a destruir (con toda razón y apoyo).
Por esto a mí no me sorprendería que Mingo hubiese grabado las cintas él mismo. De ser el caso, aunque peca de cobarde por no hacerlo directamente, estamos hablando de una ruptura en los valores tradicionales de mentira que nos han atado por décadas. De las ganas aguantadas por años de decirle la verdad en la cara a quienes se la merecen y hacer públicas estas opiniones.
Una de las cosas que me sorprende de la prensa venezolana de hoy en día es que durante la administración Chávez han sido capaces de romper con ciertos esquemas malignos al aceptar que el ataque directo y sin fronteras es un recurso válido de la libertad de expresión democrática, sin entender que este recurso es universal y que nadie esta a salvo de la opinión pública no importa cual sea su posición política o económica.
Las cintas de Mingo son un paso gigantesco en nuestra sociedad y con toda sinceridad le expreso mi admiración por haberlas hecho, tanto como le exijo a Roxana que haga público cualquier otro video que haya hecho con otro novio, ya que el primero cuenta entre lo mejor que se ha hecho en materia cinematográfica y televisiva en nuestro país desde las novelas de los años setenta.
Al igual que en el caso de Roxana Díaz, no debería haber sorpresa. Así como Mingo habló con su mamá, hablamos todos los venezolanos. Nosotros no hablamos como en las novelas, sin coños, mierdas, maricos y demás epítetos usados comúnmente en nuestras conversaciones. En privado nosotros hablamos como Mingo y hacemos el amor como Roxana. Mingo también somos todos, y si siguiéramos el ejemplo de ambos abriríamos nuestras bocas de vez en cuando para decir o expresar lo que sentimos.
Eso es lo que Venezuela necesita en estos momentos de ruptura. No sólo con el pasado político, sino con el pasado social. Si a todo político ladrón se le hubiese llamado por su nombre en vez de haberlos tratado con la discreción y diplomacia que no merecían, muchos de los que están en la política hoy en día no serían capaces ni de ir al supermercado.
Venezuela es un país de humanos, lleno de homosexuales, mujeres que dan felatio a sus maridos y políticos corruptos. Aceptar esto, tanto a nivel personal como a nivel general sería un paso gigantesco en el proceso de purgamiento por el que pasamos ahora.
Cuando vivía en Venezuela mi novia tenía una amiga cuyo padre (apellido Latuff, por cierto, el doctorcito) se robó un par de melones de dólares que le habían sido confiados como directivo de un hospital. El señor vivió feliz en Miami hasta que prescribió el caso y entonces volvió a Caracas, donde sus familiares y amigos le recibieron con una gran fiesta de bienvenida tras sus años en el «exilio» (así llamaba la familia a su estadía en EE.UU.). Yo estuve allí en una etapa vital menos madura y ni siquiera lo comenté a mi novia, pero ese tipo merecía (y aún merece) el tratamiento de Mingo.
Alguien debió decirle en su cara que era un ladrón y su historia debió haberse publicado en las primeras planas de cuanto panfleto existe la nación. En una sociedad más avanzada, la presión social lo hubiese condenado eternamente al ostracismo. En la que tenemos, Mingo y Roxana son víctimas de esa misma presión pero por acciones que no son condenables para nada.
Mi suegra una vez descubrió a mi novia llegando tarde a casa tras una salida conmigo. Sin pensarlo dos veces la tomó por las orejas y la metió en el baño tras ver el chupón que tenía el cuello. Con las venas de la frente en erupción le preguntó que qué le pasaba y sin esperar respuesta le gritó que, ¡Las niñas bien no tiran! Si supiera la pobre. No solo tiran, según el video de Roxana Díaz lo hacen muy bien.
¿Cuántas personas que tú conoces son corruptas o indignas de tu amistad? ¿Todavía les hablas? Esa persona muy posiblemente se robó los reales que eran para tapar los huecos en los que caes a diario en las autopistas o para mantener el servicio de los hospitales que ahora no sirven para nada. Sigue el ejemplo de Mingo y dile en su cara lo que se merece. Te garantizo que si todos hacemos esto en pocos años Venezuela será otra.
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