El viejo Giovanni

¿Alguna vez te han contado una gran historia? Y no me refiero a una buena historia de esas que seguro hemos disfrutado cientos de veces a través de libros, cine, teatro o televisión. Me refiero al sencillo acto de estar sentado frente a un individuo que, conociendo la fuerza de su discurso, logra entregarse completamente y transmitir de manera casi hipnótica todo el esplendor de algún acontecimiento, el cual por muy sencillo que haya sido, se transforma en extraordinario dada la pasión y entrega de su oratoria.

Y más extraordinario aún cuando proviene de quien, de manera prejuiciosa, nunca lo hubiésemos esperado…

Solía llegar al Club Italo tarde en la noche, acompañado por una vieja y destartalada camioneta, siempre llena de utensilios propios de una pesada jornada de trabajo. El ruido del motor, el bullicio infernal de la carrocería y el humo incapaz de ser disuelto siquiera por la brisa marina, anunciaban escandalosamente su llegada. Nunca había visto vehículo tan parecido a su dueño.

Acostumbraba saludar con una fuerte palmada en la espalda, tan delicadamente como sus gruesas manos invadidas de callos reclamaban. A gritos pedía una cerveza, y con cigarro en mano comenzaba a hablar peste de su equipo favorito del fútbol Italiano, cuando no, repetía su chiste preferido a algún paisano recién llegado: «¡Eres de Palermo! ¿Sabias que en Palermo no hay cabrones?… ¡Todos se vinieron pa’ Venezuela! ¡Jajaaa!»

Mientras se balanceaba sobre una silla endeble que apenas lo sostenía, miraba burlonamente los encuentros de futbolito que tanto le divertían. Esperaba pacientemente cualquier jugada torpe que le permitiera dar rienda suelta a sus comentarios sarcásticos y risa burlona. A veces solía ser simplemente insoportable.

Lo que me hacía sentir cierto afecto hacia él, era la actitud indiferente que solía asumir ante las miradas de desprecio que le regalaban sus paisanos. Le rehuían sin el menor disimulo. A pesar de su irreverencia extrema, no podía evitar sentir esa mezcla de cariño y admiración hacia el individuo que, sabiéndose despreciado por ser quien es, continúa siéndolo sin darle importancia a la gala y costumbres propias de un «club de nosotros mismos»

Sucedió un día mientras descansábamos sentados alrededor de una mesa. Tomó una silla, y sin pedir permiso interrumpió la conversación sin la menor consideración…

«Señoritas, ¿así de cansadas terminan después de unas cuantas patadas? ¿Qué sé yo de cansancio? ¡Jajajaaa!… ¡Yo me escapé de una cárcel alemana durante la guerra! ¡Sí señor! ¡En la noche, mientras todos dormían logré saltar una cerca de alambres, y corrí como nunca lo había hecho en mi vida! ¡Tropezando con cientos de matorrales en la oscuridad del bosque! Tanto así que después de unos cuantos metros los brazos me sangraban de tantos rasguños que tenía. Justo cuando sentía que me iba a desmayar, me eché a llorar sobre la tierra ¡Pero no podía llorar! ¡No tenía aliento para desahogarme ni de alegría, tristeza o miedo! ¡Y justo allí, casi desmayado de tanto correr, oí disparos y ladridos de perros ¡Entonces me paré y comencé a correr nuevamente, en la oscuridad sin poder ver nada, sólo quería alejarme lo más que podía!»

«¡De repente me di cuenta de que no estaba corriendo! ¡Sólo balanceaba mis brazos para darme impulso, pero en realidad estaba caminando! ¡No podía correr por que mis piernas ya no me obedecían! ¡Caminé toda esa noche por el bosque, caminé y caminé durante horas sin parar, tropezando una y mil veces en la oscuridad! ¡Hasta que de repente el cielo comenzó a aclarar, y sentí miedo como nunca antes en mi vida! ¡Le tenía pánico a la luz del día! ¡No la quería pues si me veían me mataban! ¡Pasé todo el día escondido, como un animal enterrado bajo unas hojas húmedas y podridas! ¡Temblaba de miedo y ni siquiera me levanté a orinar! ¡Y me oriné en los pantalones!»

«¡Cuando llegó la noche me levanté de nuevo y continué caminando! ¡Caminé entre matorrales, tomé agua de un charco sucio y seguí caminando! ¡Hasta que ya después de muchas horas vi una pequeña luz allá muy lejos! ¡Y comencé a caminar en esa dirección, siempre tropezando! ¡Caminaba y caminaba hacia aquel destello, sin importarme lo que me esperaba! ¡Caminaba pero parecía no avanzar! ¡Después de mucho tiempo llegué a donde estaba aquella luz!»

«Era una casa muy vieja con una lucecita en la entrada ¡Me paré frente a la puerta y la golpeé con toda la fuerza que me quedaba! Entonces salió un hombre alto, muy alto y armado, el cual me quedó mirando fijamente por un largo rato. Yo no saludé, no dije ni hola ni buenas noches ni nada. Sólo lo miré y le dije: !Déme comida por que me estoy muriendo de hambre!»

La fuerte palmada en la mesa me sacó del trance. El rodar de las botellas vacías parecía indicarme que me había quedado solo oyendo la historia. Como siempre todos habían huido, pero yo seguía allí, clavado en mi silla sin poder moverme, sosteniendo la mirada azul y penetrante de aquel hombre. Entonces se paró, se dio la vuelta y sin despedirse se alejó como era su costumbre hacerlo: insultando a un paisano cuyo lujoso automóvil estorbaba la salida de su destartalada camioneta…


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