El reto de la competitividad

Venezuela, junto a todos los demás países de Latinoamérica, está en problemas. Y no es precisamente gracias a ustedes ya saben quien. Los obstáculos (y soluciones) que se presentan en el camino hacia nuestra recuperación económica tienen tan poco que ver con la política, que el hecho de que esta sea la única razón aducida por la oposición en Venezuela como causa de lo que sufre el país, es un ejemplo de que vamos por mal camino.

No hay que ser un genio para darse cuenta que en Latinoamérica no hay un plan. Nadie ha trazado un mapa que guíe hacia la salida de la crisis que vivimos desde, bueno, desde siempre.

En Latinoamérica actualmente los problemas más graves son el crimen, la guerrilla y la infelicidad generalizada de población. Todo causado por una razón muy sencilla: hambre.

Un pueblo con hambre, es un pueblo que es infeliz, que se dedica al crimen y se une a cualquier organización que le ofrezca los tres golpes, así tenga que quemarse a unos cuantos en el camino. Y esto no se resuelve cambiando presidentes. Esto se resuelve a punta de dólares cuyo único origen esta bien lejos de las capitales de los países de Latinoamérica.

En Venezuela hay un muy buen ejemplo de esto. Usualmente utilizado como propaganda al desfigurarlo como logro político de la primera administración del ex-presidente Rafael Caldera, la desaparición de la guerrilla en este país no se debió a otra cosa que a la mejora de las condiciones económicas.

Al igual que las guerrillas urbanas en los Estados Unidos y Alemania de los años sesenta y setenta (con todas las diferencias que puedan aludirse), no hay organización anti-gubernamental que pueda ofrecer más que una sociedad pudiente. En el caso de Venezuela, donde la guerrilla para los años ochentas no era más que un asterisco en la historia, la riqueza que trajo la nacionalización del petróleo y la crisis energética de los años setenta creó condiciones sociales que hacían irrelevante cualquier reclamo, inclusive cuando la administración pública sufría de un desangramiento severo, público y notorio a manos de unos cuantos. Pero quien iba a reclamar qué. Había trabajo, vivienda y suficientes libertades personales que hacían ver al presidente como un genio.

Este ejemplo, aunque válido, no fue el producto de un lineamiento, o un mapa como dijimos antes. Fue pura suerte y estrellas. Pero las consecuencias y el ejemplo que nos lega es real. ¿Queremos acabar con la guerrilla en Colombia, el crimen en Brasil y México y los golpes de estado en Venezuela? Lo que tenemos que hacer es darle de comer y beber a la gente. Al final eso es lo que todos queremos.

No es fácil, pero es posible, y la clave está en la competitividad de nuestro continente con los países que actualmente le están viendo el queso a la tostada del desarrollo.

El primer paso que Venezuela y todas las naciones hermanas tienen que dar es ponerse un objetivo, que es sólo uno y común. La industrialización. Y con esto no me refiero a tener las cuatro fabricas de Camay que tenemos hoy en día en América del Sur.

Los rivales de América Latina a nivel global no son las naciones industrializadas, sino las otras naciones subdesarrolladas que buscan lo mismo que nosotros. India, Pakistán, Filipinas, etc., esas donde actualmente los países desarrollados manufacturan sus productos y están promoviendo el desarrollo y la educación.

La causa de la crisis que Latinoamérica tiene en este momento está en su falta de competitividad. Nuestros países no pueden competir de ninguna manera con los precios que tienen desde la mano de obra hasta la vivienda, haciendo que un jabón sea más caro producirlo en Colombia que en Suiza.

Las políticas económicas neo-liberales del tipo Cavallo en Argentina o Rodríguez en Venezuela aplicadas en los años ochentas y noventas están basadas en modelos competitivos que no son viables en nuestras naciones y que suponen una infraestructura industrial y productiva, y ni hablar de social, que simplemente no existen en nuestros países. Y que en los mejores casos, como el de Brasil y México, simplemente han creado una brecha entre las clases pudientes y las clases muertas de hambre como no se han visto jamás en la historia de la humanidad.

Y la única forma de romper con este sistema es establecer una economía local basada en un estándar regional, que evite la competitividad con nuestros vecinos, pero que ataque directamente a los países que actualmente se benefician de la industria mundial.

Hacer esto resolvería muchos problemas locales e inmediatos y la forma de hacerlo la encontramos en la historia inglesa. Por siglos, el precio de los sueldos, y por consiguiente de todos los precios, en Inglaterra estuvo basado en el precio del trigo. Y esto tiene su lógica. El balance entre lo que el pueblo puede pagar y los precios a los que se pretende vender necesitan estar relacionados, es decir, la inflación debe tener un patrón bajo el cual debe planearse la economía nacional.

En Venezuela, por ejemplo, puede pensarse que este patrón es el precio del petróleo. Pero en realidad es el dólar el que determina el precio de todo. Si el dólar sube, suben todos los precios. Pero por ser el dólar un producto foráneo, no hay manera de lograr una estabilización inflacionaria, produciéndose el inevitable empobrecimiento de la población.

Solución: Todo, absolutamente todo, debe estar regulado por el estado. Al menos hasta que la sociedad se desarrolle hasta el punto en que sea capaz de aplicar las leyes del mercado sin abusar de ellas.

El patrón puede plagiarse de otro país, como por ejemplo India. Actualmente cientos de compañías norteamericanas están enviando sus servicios de atención al cliente a este país por que es más barato pagarle a un hindú, pagar la larga distancia y mantener la gerencia en ese país que en los Estados Unidos. El sueldo mínimo diario actual en India es de 66 rupias, (unos 45 dólares al mes). En Venezuela es de 237.600 bolívares mensuales (unos 150 dólares mensuales).

Añadiendo a esto que en Venezuela todo cuesta una fortuna, no hay duda que lo que alguna vez conocimos como inversión extranjera no nos mande ni postales. Este problema es similar en toda América latina, y la única forma de resolverlo es haciendo que seamos más baratos que nadie más en el planeta, abriendo nuestras fronteras a la entrada de lo que sea que se quiera producir, con todas las ventajas posibles, sin permitir que por esto se dolarice la economía, como sucedió en México en los noventas y que ha hecho que la producción en ese país, alguna vez barata, hoy en día no lo sea.

Para esto por supuesto, se necesita que ciertas cosas sean producidas localmente y aquí es cuando viene lo de que esto no es cuestión de política, y de que no es cuestión de hacerlo solo.

América Latina no tiene que estar llena de súper países. Cada uno puede dedicarse a lo suyo y lograr el objetivo común de la industrialización. Hay petróleo en Venezuela. Brasil es una potencia en armamento, al igual que Argentina. Centro América es una excelente fuente de alimentos como Colombia y Chile. En la unión esta la fuerza, todo es cuestión de sumar dos y dos y apretar las nalgas con la paciencia que requiere que toda esta elucubración funcione.

Una conversadita con Washington estoy seguro que no haría ningún daño, especialmente ahora que Asia esta sufriendo lo que pasó en México, con los costos de todo en subida, los sueldo han empezado a hacerse menos competitivos y eventualmente serán simplemente desechables. ¿Dónde está la próxima India? Si trabajamos en pos de ello, debería estar a orillas del Orinoco, el Amazonas y el Plata.


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