Cuando fui a ver la «cuarta película» de Quentin Tarantino, sinceramente, no esperaba gran cosa. Tras leer al menos 30 criticas sobre el film, el kit de Miramax, un ensayo japonés sobre por qué Tarantino es el único director que importa y de la influencia del cine de Hong Kong en los Estados Unidos, mi humilde opinión estaba seriamente comprometida. Y todo esto antes de que «Kill Bill Vol. 1» fuera estrenada comercialmente.
Soy de la opinión que la calidad de los filmes es indirectamente proporcional a la cantidad de críticas positivas publicadas antes de su estreno, así que sentado en la butaca, mientras veía los trailers con un cuaderno en una mano y un kilo cotufas en la otra, sin mucha compasión empecé a escribir el esquema de mi crítica que sin más ni más se llamaría, Por favor, alguien que mate a Quentin. En la parte de arriba de la página escribí «C», la media de los ratings que había leído hasta entonces.
Hacerse juicios sobre algo antes de conocerlo es un defecto al que lentamente nos han tratado de acostumbrar los publicistas de hoy en día. Si un comercial es bueno, el producto que trata de vender también lo debe ser. Un ejemplo está en la respuesta que recientemente me dio una amiga cuando le recomendé un producto que ella no conocía: «Pero si es tan bueno ¿por qué no sale en la televisión?» Pobrecita.
Es difícil hacerse una opinión independiente y racional bajo estas circunstancias. Sin embargo no me costó mucho hacerlo una vez que la cinta empezó a rodar. «Kill Bill» es una pieza interesante dentro de la escasa y aún joven filmografía del californiano. No es perfecta, pero es sin duda de una calidad superior a casi todos los filmes nominados al Oscar el año pasado.
Quentin Tarantino lleva seis años sin hacer una película (con excepción de un par de créditos como productor que deben ser ignorados por completo), y según la crítica la razón de esto es una aridez creativa, muy posiblemente permanente, que lo ha guiado hacia la falta de originalidad de su última película. Pero los críticos pierden la perspectiva al confundir su falta de productividad con agotamiento creativo. «Kill Bill» simplemente no fue estrenada antes porque Tarantino tardó estos seis años en escribir el guión. Y no parece una película original, porque… bueno, no lo es.
«Kill Bill» sigue las aventuras de Uma Thurman en el papel de «La novia». Una ex-asesina a sueldo queel día de su matrimonio ve como todos los invitados a la fiesta, novio incluido, son asesinados por el equipo para el que ella solía trabajar, «DIVAS» (Deadly Viper Assassination Squad). Todo esto bajo las órdenes de su ex-jefe, Bill (David Carradine).
«The Bride» sobrevive al ataque y tras despertar de un coma, se dedica a llevar a cabo su venganza haciendo referencia a todos los géneros asiáticos de artes marciales, Sergio Leone, «El Avispón Verde» y «Kung Fu», puestos en línea sutilmente sobre la historia de «La Mariée Etait en Noir» de François Truffaut.
Con todas estas influencias, la película es un serio pastiche de ideas entrelazadas con las tarantinescas referencias a la cultura pop estadounidense. Pero lo que hace que «Kill Bill» funcione, es el hecho de que, realmente, es una película de karate y en este género la originalidad no es precisamente el plato fuerte. Aquí es donde lo críticos pierden el rumbo.
Estos que critican a Quentin Tarantino por su falta de originalidad son los mismos que ensalzan a «Reservoir Dogs», su primera película, como una obra maestra, cuando la misma es prácticamente un refrito de la tristemente celebre «Lungfu Fungwan» , del director Ringo Lam. La escena final donde todo el mundo se apunta con una pistola los unos a los otros, es el préstamo más obvio por parte de Tarantino.
Las películas de cine negro hechas en Hong Kong, y por inferencia su mayor influencia, el cine de karate, es uno donde la originalidad no es algo que se busca, ni se espera. Quien ha visto una, las ha visto todas. La originalidad en estos filmes viene de la capacidad de los directores y actores de imprimir diferencias en el estilo, la acción, la coreografía y el dramatismo. Esos pequeños detalles que convierten la historia estándar de venganza y honor irrespetado en un objeto de culto.
En corto; «Kill Bill» es una simple película de karate, y como tal no merece ser criticada con el punto de vista equivocado. Quentin Tarantino ya ha dicho que en realidad el hizo «Kill Bill» para él mismo. Que hizo la película que hubiese sido su favorita cuando era un niño. Lo cual, para los que no tengan idea de quién es Mr. Tarantino, significa artes marciales, la violencia del cine de Hong Kong y las películas de acción taiwanesas de las últimas dos décadas. Y más en corto todavía, esto significa: sangre, tripas, peleas y todo tipo de acción que pueda ser coreografiada con la intención de impresionar visualmente sin necesidad de muchas palabras, que es por cierto, donde «Kill Bill» se queda corta. Aunque no estoy seguro todavía de si esto es positivo o negativo.
A nivel visual, «Kill Bill» es visceralmente provocativa, llegando a utilizar hasta la manga (popular forma de dibujo animado de origen japonés) como recurso para contar la historia de O-Ren Ishi (Lucy Liu). Según The Guardian de Londres, «Kill Bill» es como «Crouching Tiger, Hidden Dragon» hecha por Scorsese en su etapa cocainómana. Y The Guardian no exagera ni un gramo. En una escena Uma Thurman se pelea con una espada samurai con 76 otros en un club nocturno de Tokio. Brazos, piernas, pies, ojos y montones de salsa de tomate vuelan por todas partes en una escena que Tarantino —a propósito— transforma a blanco y negro para no hacerla tan sangrienta. Pero aunque violenta y aparentemente vacía, «Kill Bill» no lo es más que la mayoría de las películas estrenadas en los últimos diez años.
Sin embargo, es a nivel guionístico donde Tarantino pierde lucidez y sin toda la base pirotécnica del filme, «Kill Bill» luce extremadamente débil y superficial.
Los críticos han ridiculizado hasta el cansancio su característico dialogo sin sentido en medio de las situaciones más inverosímiles y usualmente violentas. Samuel Jackson y John Travolta en camino a una matanza hablando de McDonald’s y su Royale with Cheese, fue una de las escenas más célebres del cine de los noventas. Diálogos como este hicieron la diferencia entre «Pulp Fiction» y la generación de copiones del estilo de Tarantino, que convirtieron su estilo, en un lugar común.
Pero de haber hecho un filme con sus ideas de los años noventa, Tarantino hubiera enfrentado un público muy diferente al de entonces. En los noventas la película más violenta que mi generación había visto era «Rambo», que ni es violenta ni es una verdadera película, pero me entienden la idea.
El público de hoy está acostumbrado a ver cerebros rodando por el piso, y con el renacimiento de la televisión real, a ver cualquier clase de barbaridades en sus hogares que los ha desensibilizado de lo que alguna vez fue impresionante y cool en «Pulp Fiction».
Escapando de esto, Tarantino ha recortado el dialogo de una manera poco común. «Kill Bill», que apenas se mueve sobre pocas conversaciones aisladas, tiene poco más dialogo que un episodio de «El Correcaminos». Pero esto sólo deja insatisfecho a aquellos que pretendían ir al cine a disfrutar de brillantez de las observaciones de Tarantino. O como leí en alguna parte, convirtió su película en una experiencia similar a comerse una hamburguesa sin carne.
Esto es totalmente cierto, pero no por eso descalifica a Tarantino para experimentar en la dirección que mejor le parezca. Cientos de películas pueden alquilarse hoy en día donde a pesar de todo el diálogo, el mismo es simplemente vacuo e inútil, y la acción no llega nunca a suplantarlo, cosa que «Kill Bill» logra efectivamente.
Y este no es el único problema de la producción. El reparto de Lucy Liu como la jefe de la mafia nipona es completamente jalado por los pelos (por no hablar del nivel interpretativo de la chino-americana.) Sin embargo la actriz es prácticamente una manga viva, lo que sirve de soporte a la experimentación con el género para contar su historia.
Miramax, o Harvey Weinstein para ser más exactos, le pidió a Tarantino que cortara la película en casi una hora para que cupiese en un solo filme a lo cual Tarantino se negó y por eso «Kill Bill» será lanzada en dos partes. La próxima saldrá en seis meses. Y aunque se ha criticado esta movida como mercantilista, la misma tiene sentido desde el punto de vista autoral. Aunque si bien es cierto que a «Kill Bill Vol. 1» se le podría fácilmente transformar en una pieza más magra, no veo el punto en que sea la productora la que decida este tipo de detalles, y de hecho, en realidad no veo el problema conque la misma fuese exhibida en su forma original de tres horas.
En cualquier caso, Tarantino y toda su escuela parecen haber llegado a un punto álgido del género, donde por fin se respeta las intenciones de entretener honestamente sin complicaciones ni aspiraciones filosóficas…excepto por sus intenciones reivindicativas de piezas que son menos que respetadas en el mundo del cine de autor.
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