Cante jondo

Corría el año de 1959. En Caracas, así como en toda Venezuela, aún se recordaban los diez años de la dictadura perezjimenista, razón por la cual estaban abiertas aún las heridas de la reminiscencia del totalitarismo político. Ahora se abría un nuevo camino hacia un sistema político que garantizaría —en teoría— las libertades políticas de la totalidad de la población venezolana.

Me habían invitado a esa fiesta hacía una semana, razón por la cual no podía fallarle a las personas que me habían alojado en su casa cuando llegué desde tierras andaluzas. Me decían que por ser cantante e improvisador, mi presencia sería importante en el agasajo del cumpleaños del cuñado de no sé quién.

Al fin llegó el día del agasajo, momento en el que aproveché para colocarme mis mejores vestimentas. Parecía un torero a punto de salir al ruedo, con mi traje de luces listo brindarle al público su más importante espectáculo.

Al llegar a esa casa me recibieron mis amigos y procedieron a presentarme a mucha gente que me complacía conocer. De hecho, era muy grato para mí hacer ese tipo de relaciones públicas en tierras venezolanas donde pensaba pasar gran parte de mi vida. Este era literalmente, el paraíso, o como diría el Almirante Cristóbal Colón al llegar a estos parajes, la verdadera Tierra de Gracia.

A petición de los presentes, comencé a cantar para ellos. Me equipé de una guitarra y les agasajé con un cante jondo andaluz que me salió del alma. El piso de tierra de la casa en que me encontraba parecía un tablao flamenco cuando expuse mi arte en presencia de todos ellos.

Pasarían pocos momentos cuando me pidieron que improvisara unos versos, y considerando que el momento político estaba a flor de piel, pensé que les halagaría que hiciera unos versos en ese sentido al ser yo un conocedor de la historia política. Y luego de los ruegos para que improvisara, se me ocurrió el siguiente poema:

«¡Viva España, viva Franco
viva Primo de Rivera,
que viva Pérez Jiménez
y también López Contreras!»

Si no hubiera tenido la guitarra en mis manos, los botellazos que me lanzaron me habrían dado directamente en la cabeza. No sé cómo vi la puerta, así que ignoro cómo me abrí paso entre la gente que profería insultos hacia mi persona y salí del lugar con mi traje todo rasgado debido a la furia de los presentes en el que hubo de ser alguna vez un agasajo.

Aún se escuchaban los botellazos emitidos desde dentro de la casa cuando bajaba por la calle, así como los golpes de las sillas que se lanzaban entre sí los furiosos asistentes de la que una vez fue una fiesta ofrecida al cuñado de no se quién.


Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario