El músico cubano Bola de Nieve forma parte de los mitos latino-americanos del siglo XX. Triunfó en Asia, Europa y los Estados Unidos. ¿Quién era este personaje que con un simple piano y su media voz le ponía los pelos de punta a Edith Piaf, Pablo Neruda, Josephine Baker y Alejo Carpentier? Bola, un ser atormentado siempre repetía «yo soy un hombre triste que siempre canta alegre».
«Yo no sé si me inicié en el arte o si me iniciaron, no pude decir: quiero ser. Yo era un aspirante a la universidad, cuando vino una revolución en Cuba. Fue en la época de Machado (años 30) y yo tocaba el piano, sabía música, tenía nociones de lo que era hacer música popular, que es la que siempre he hecho. Pero entonces hubo que comer y me dediqué a tocar el piano en un cine, acompañando a una cantante…»
Ignacio Jacinto Villa, singular fenómeno artístico que pasaría a la historia de la música cubana e internacional como Bola de Nieve, hablaba así en una entrevista concedida pocos días antes de su muerte, en 1971. Y continuaba: «…nunca tuve el plan de iniciarme para vivir del arte. En eso tuve la suerte de conocer a una de nuestras más relevantes figuras del teatro en aquella época. Se llamaba Rita Montaner…»
Y, según contaba Ignacio, a Rita Montaner le hizo gracia verlo rapado y tan negro, y en público lo llamó Bola de Nieve. A la gente presente le gustó el apodo y fue suficiente para perpetuarlo.
«Fui acompañante de Rita porque no había otro que lo hiciera en ese momento, sin ninguna idea de que fuera a ser solista ni mucho menos. Todo esto sin que nadie me conociera, sin saber si era bueno, malo, regular…si era artista o no. Era el pianista de Rita Montaner única y exclusivamente. Y fuimos a México y en México seguí siendo su pianista y ahí el mote de Bola de Nieve se popularizó».
Seguía narrando el Bola que Rita, en determinado momento, por cuestiones de clima, comodidad y cansancio, regresó a Cuba y quedó él en México acompañando a otros cantantes en una revista teatral. Así (otros dicen que ocurrió un día en que la artista estaba indispuesta) una noche lo empujaron al escenario y le dijeron: «¿por qué no haces para el público eso que haces para jugar y divertirnos?. Aturdido, nervioso, sin saber qué hacer, cantó Vito Manué, tú no sabe inglé, de Grenet y Nicolás Guillén. El resultado fue la ovación cerrada de más de cuatro mil personas que llenaban el Politeama de México. El Bola afirmaba que México era su segunda patria, porque esa noche nació por segunda vez. Tenía entonces 22 años. Corría 1933 y aunque era popular en tierra azteca, nadie le conocía en Cuba.
Ese paso lo daría tras encontrarse con Ernesto Lecuona (autor de Siboney, Andalucía, Malagueña y otras), quien gustó mucho de las actuaciones de Bola y le habló de traerlo a la isla. «Llegué a Cuba y debuté, y me tocó la suerte de que no me tiraran hollejos de naranja y piedras, ni nada, me aguantaron. Yo seguí abusando de la gente y hasta hoy estoy trabajando en eso», contaba humildemente el carismático artista en 1971.
Bola de Fango en Guanabacoa
Ignacio Jacinto Villa nació en la ultramarina villa habanera de Guanabacoa, cuna de Rita Montaner y del propio Lecuona, el 11 de septiembre de 1911. La madre, dicen las crónicas, era negra de budeque, es decir, mujer fértil y florida, que dio a luz trece hijos. Criada por congos y carabalíes, tenía en sí la gracia de la tradición oral, el ánimo de bailadora empedernida en jolgorios hasta el amanecer, lo mismo en fiestas de vecindad que en improvisados toques de rumba con palos y latas. Talentosa lo mismo para la mejor rumba de cajón que para un toque de Yemayá. En ese ambiente de danzas ancestrales, de babalaos y fiestas del bembé fue creciendo el futuro Bola de Nieve.
Su tía abuela lo matriculó en la academia municipal. Se llamaba Mamaquina y decía que tenía que ser artista, según su adivinación. Gracias a ella inició primeros estudios en una escuelita particular y a los 12 años comenzó clases de solfeo y teoría musical. Primero pensaron en la flauta, que resultaba de fácil entrada en cualquier conjunto y resolvía necesidades, luego en la mandolina, pero el piano decidió su destino.
Por aquellas irregularidades de la historia, en la cual se mezclan siempre leyendas, cuentos populares y las pesquisas de críticos y musicógrafos, hay una contradicción en cuanto al surgimiento del apodo de Bola de Nieve. Para muchos, lo creó Rita Montaner en una noche de actuación en el hotel habanero Sevilla en el año 30 o 31, ocasión en que la acompañó al piano en El Manisero y Siboney. Para otros, fue idea de un médico del barrio. Estos últimos cuentan que a Ignacio le mortificaba el apodo ya en la época en que aún no era famoso y esperaba en el portal de un teatro de la vecindad para canjear su arte por un peso cuando faltaba el pianista de la función, o cuando acompañaba filmes silentes en el cercano cine Carral. Los chicos del barrio, en burla, le gritaban «Bola de Fango» y «Bola de Trapo». Eso sí, no hay dudas de que fue gracias a Rita que se hizo famoso aquel incisivo mote. Cuentan que, llegados ambos a México, la gran cantante hizo que pusieran en el cartel de presentación: «Rita Montaner y Bola de Nieve».
Bola Recorre el Mundo
Vestido de impecable etiqueta, elegante, Bola de Nieve expresó el espíritu de la música popular cubana. En pianos de cola, en fastuosas salas de concierto, siempre salían de sus manos sobre el teclado, y de su voz, los aires del cajón sonado en las calles de su Guanabacoa natal.
El Bola no creó, sino que fue él mismo, un estilo único, tal vez irrepetible. Llevaba en sí esencias ancestrales que fundió en una expresión singular. Su voz, su manera de tocar el piano, sus gestos teatrales y su forma de interpretar las creaciones propias o de autores nacionales y extranjeros le dieron un sello atractivo y original que llevó por todo el planeta. Por todas partes anduvo más de una vez, y siempre le pedían que regresara.
Y en cuántos lugares estuvo, paseó sus simpatías y su arte. Fue a Buenos Aires, donde, de la mano de Lecuona compartió en 1936 con Esther Borja; Santiago de Chile, Montreal, Lima; Bogotá; Caracas (en Maracaibo se abrazo con Libertad Lamarque) y Río de Janeiro (donde gana el acento brasileño en las sambas de Ary Barroso o en los cantos marineros de Dourival Caymi).
En Estados Unidos, deja su huella y una constelación de aplausos en el Hall de la Fama, el Carnegie Hall de New York (donde lo llamaron nueve veces a escenario y el New York Times lo comparó con luminarias como Nat King Cole y Maurice Chevalier).
En Europa, el Bola recorre París, Cannes, Niza, Florencia, Copenhague, Milán…»Un día tenía un hambre de tres varas y media y hacía cualquier cosa…canté en italiano, bromeando. Me contrataron para Eurovisión y me cansé de volar entre Milán y Roma». Moscú, Leningrado, Praga, Sofía, Bucarest, Beijing, Pyongyang también lo oyeron cantar.
Pero, a pesar de toda su fama y sus éxitos en tantas latitudes, siempre regresaba a Cuba y como todos los grandes hombres cubanos sentenciaba: «me siento eminentemente latinoamericano, tan latinoamericano que no tengo nacionalidad cuando de continente se trata». Su felicidad máxima fue, como dijo él mismo, haberse entendido con su pueblo.
Yo soy la Canción
Cantó vestido de frac, a risa suelta. Cantaba a su antojo, moldeaba la canción entre las ventanas de su diálogo, sus inflexiones y su voz ronca (de «vendedor de duraznos y ciruelas», como solía decir), y siempre dejaba una nota irónica y humana. Cantó sin voz, arrancando aplausos, en idiomas de cuatro continentes. Con su desmesurada sonrisa, rompió el empaque de la gala teatral. Impuso una expresión que envolvía hiriente sátira, inocente bonhomía. La amabilidad del gesto y la sonrisa, la elegancia impecable, la media voz y las melódicas armonizaciones sobre la tosca figura, el timbre áspero y la vitalidad agreste de los ritmos criollos fascinaron a todos aquellos quienes apreciaron su arte.
Poseedor de los misterios de la técnica musical, gozó además de una cristalina personalidad y una mezcla encantadora de alta cultura y sencillez de pueblo. No creía en la improvisación y decía que no había trabajado en teatro por hobby ni por récord, sino por aquello de que había que comer y hay que trabajar. «Yo no me creo compositor, ni me respeto como tal, de las cosas que así me salieron, cancioncitas de esas baratas que yo hago, algunas han gustado. Yo creo que la palabra compositor es demasiado seria y respetable. Yo he hecho cancioncitas»…Así era de humilde. Lo cierto es que Edith Piaf se sorprendía porque nadie podía interpretar como él su canción La vie en Rose, y Andrés Segovia afirmaba que escucharlo era como asistir al nacimiento de la palabra y la música. Sobre sus composiciones también llovieron los elogios, pero son composiciones que sólo él podía y podría cantar, en una extraña y subyugante simbiosis.
El asma y la diabetes lo acechaban. En enero de 1969 se le detecta una cardiopatía arterioesclerósica. En 1970, sufre un infarto cardíaco. Aún así, tenía humor para declarar: «los trastornos que me está ocasionando la diabetes no me incapacitan para continuar martirizando al piano y a mi público».
En los ensayos de Álbum de Cuba, programa televisivo que dio a los cubanos la última ocasión de apreciar su «voz de persona» y su inigualable carácter, Bola se mostró especialmente chispeante. El día anterior, sábado 11 de septiembre, había cumplido 60 años. «Aunque Josephine Baker trate de simplificar las cosas diciendo que son nada más que tres veces 20, no es cosa de tirar a broma», dijo. Había concluido algunos ensayos y confesó que se había sentido mal del corazón en México, que quería echar sus huesos en Cuba, aunque prefería no hablar de eso.
Al propio tiempo estaba entusiasmado con un homenaje que le preparaban en Perú Chabuca Granda y otros amigos y admiradores. Su última entrevista en la isla, antes de viajar a Los Andes, la concedió a Radio Habana Cuba.
Partió entonces a México, escala hacia Lima, y allí murió a las 5 de la madrugada del 2 de octubre de 1971. Fallecía, curiosamente, en la misma ciudad en que había nacido para el mundo del arte como Bola de Nieve. Según un periodista mexicano, al llegar al Distrito Federal «traía su sonrisa de siempre y nadie podía percatarse de que no vería el sábado mexicano, ni actuaría el domingo en Lima, ni jamás miraría a su Cuba, ni cantaría a su Habana»…El día antes de su muerte, Bola recorrió la capital mexicana, realizó visitas a artistas y admiradores…Se veía alegre, bromeaba, contaba anécdotas…Habló de sus planes futuros y de las actuaciones que le esperaban en Perú. A las 10 de la noche decidió retirarse, diciendo: «mañana quiero levantarme bien temprano, pues me espera un día de mucha actividad».
Desaparecía físicamente el hombre sin voz que se había adueñado de escenarios y de públicos en los más famosos y en los más recónditos lugares. El hombre que era en sí una espectacular y efectiva síntesis de personalidad, voz y piano. Aquel al que su magia, que le nacía natural desde adentro, había hecho para siempre inigualable, imprescindible. El hombre que, en un momento de confesiones, diría, «todo es bueno en la vida cuando uno cree o se engaña creyendo que está haciendo arte», y, en otro momento, «yo no tengo fanáticos, devotos es lo que tengo yo. ¿Por qué?…porque yo soy la canción; yo no canto canciones ni las interpreto. Yo soy». Y mucha razón que llevaba el Señor Bola de Nieve.
Enlaces de Interés
Escucha a Bola de Nieve visitando lobotoradio y pidiendo sus canciones en el índice alfabético bajo la letra B. O haciendo click en los siguientes enlaces a archivos MP3.
Drume Negrita (2.40 Mb)
Mesié Julián (1.23 Mb)
Vito Manué, tú no sabe inglé (1.11 Mb)
Vete de Mí (2.08 Mb)
La Flor de la Canela (2.19 Mb)
La Vie en Rose (1.41 Mb)
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