Adivinen cuál es la buena película de guerra en esta lista: «Glory», «Courage Under Fire» y «The Siege». Como pista diré que el director de todas es Edward Zwick, quien también es el director del nuevo vehículo de Tom Cruise, «El último Samurai». En esta película continúa su búsqueda sobre los orígenes del patriotismo y de la acción en momentos de crisis. Con excepción de «Glory», Zwick ha fallado en cada uno de sus intentos de tan siquiera dar una definición general a lo que tanto se pregunta, sin embargo, «Samurai» es uno de sus intentos más decentes hasta la fecha.
El título de la película nos hace creer que esta basada o relacionada con la novela de James Fenimore Cooper «El último Mohicano» (no lo está) pero que el «último samurai» sea un hombre blanco no es la única similitud que la película tiene con la obra de la literatura norteamericana.
En 1876, el emperador japonés Meiji (Shichinosuke Nakamura) trata de modernizar su país sin escatimar en gastos. Japón ahora tiene máquinas de vapor, telégrafos, y sus súbditos se visten a la usanza de occidente, pero en los 200 años anteriores al período de restauración de Meiji, Japón se había cerrado al resto del mundo y continuaba viviendo prácticamente en la edad del hierro.
Pero algo mantiene cierta tensión entre el futuro y el pasado japonés. Ese algo es nada más y nada menos, según su principal asesor político Omura (Masato Harada), los samuráis. Una vez sus fieles protectores, este grupo ahora se rebelaba contra Meiji por la forma en que se maneja al estado.
Para eliminar a los samuráis, Omura decide contratar la ayuda de militares estadounidenses a quienes admira por la experiencia que tuvieron en la lucha contra los indígenas y en la guerra civil. El elegido por Omura para entrenar a las tropas japonesas es el capitán Nathan Algren (Tom Cruise), un héroe de la Batalla de Gettysburgo, quien desde entonces ha estado borracho y dando exhibiciones de tiro para circos ambulantes. Aunque al principio Algren se rehúsa, el japonés le ofrece lo suficiente para «meterse en una botella por el resto de sus días».
El personaje de Cruise, es un estereotipo clásico: el guerrero durmiente cuya alma se despierta cuando encuentra una causa por la cual luchar. Pero la lucha contra los samurai no lo satisface y sólo espera cobrar para regresar a casa. Algren está traumatizado por las acciones de su superior, el coronel Bagley (Tony Goldwyn), quien le había ordenado atacar indígenas desarmados por el puro placer de matarlos. Algren detesta a Bagley, que es un tipo cínico y cruel al que Zwick tiene el buen tino de poner al mismo nivel de Cruise cuando a través de flashbacks los muestra a ambos disparándole a los indios.
Algren llega a Japón en medio de un escenario virtual donde consigue un ejercito de soldados incapaces de matarse entre sí (si así lo quisieran) y aunque le dice a Omura y a Bagley que no está listo, el ejercito es enviado de todas maneras a enfrentar a los samurai, quienes en menos de lo que canta un gallo los masacran a pesar de ser un enemigo tecnológicamente inferior.
Algren es herido en la batalla y tomado prisionero por Katsumoto (Ken Watanabe), el líder samurai que quiere usarlo para aprender más de su enemigo. Viviendo con los samurai Algren aprende su cultura y a final se convierte en uno de ellos, consiguiendo paz espiritual y amor en la persona de la hermana de Katsumoto, Taka (Koyuki).
La conversión de Algren en japonés, o samurai, ocupa todo el segundo acto de la película, y a pesar de las locaciones orientales, esta parte de la película se parece menos a la típica película sobre samurai que a, por ejemplo, «Danza con lobos». Otra película épica donde un desilusionado hombre blanco veterano de la guerra civil vuelve a la vida tras ponerse en contacto con otra cultura y termina rebelándose contra su propia raza.
El último Samurai es una película inteligente, pero como en «Far and Away», Tom Cruise no convence como hombre del siglo XIX. Sin embargo, aunque su personaje esta plagado de clichés cinematográficos (el héroe traumatizado por atrocidades en la guerra, el superior amoral y sin conciencia) en las escenas de acción (en especial las que son a caballo) Cruise luce bastante convincente y su historia no se desenvuelve en ningún momento de manera predecible.
La amistad entre Cruise y Katsumoto esta bien planteada, sin sentimentalismo y puesta como nacida de la curiosidad natural por dos seres provenientes mundos diferentes. Sorpresivamente, no termina con ambos declarándose «iguales», sino con uno de ellos convirtiéndose en su sirviente y leal guardián de su memoria. La relación entre Cruise y Taka también es poco común y parece sacada de una película de cuando existía el código de moralidad y censura en Hollywood. Acostumbrados como nos tiene Hollywood a esperar sin reservas una relación sexual entre los protagonistas de la película, es refrescante ver la elegancia con que Zwick hace un montaje sin palabras de Taka vistiendo a Algren con la armadura de su ex-esposo, el hombre que él mató con sus propias manos.
Con todo esto, entonces por que «El último Samurai» parece carecer de corazón. La respuesta está en el currículo de su director y de la forma en que la guerra es vista en Hollywood en general. Para Zwick la guerra es ese algo romántico típico de alguien que jamás ha estado ni cerca de un campo de batalla. Algo que yo llamo militarismo mitológico.
En «El último Samurai», como en las otras películas de Zwick, existe una ruptura entre el fin y los medios de los procesos históricos. El fin según Zwick, siempre es la guerra; los medios la violencia. Zwick pinta la violencia como algo malo, pero al mismo tiempo la trata como algo moralmente aceptable, como un juego de béisbol. Como un evento más allá del control de los seres humanos, como un terremoto o un tornado. Como algo ajeno.
Su visión es retrograda. Espartana. Basada en el mito del héroe y la misma vieja mentira de que la guerra es algo noble. O en el caso específico de «El último Samurai», que alguna vez la guerra fue algo más noble de lo que es hoy en día. Algo como una méritocracia nacida de cuando la guerra era un asunto personal en un período que terminó en algún momento al final del siglo XIX, cuando el desarrollo de armamento más sofisticado convirtió cualquier romanticismo en un agujero en el pecho a 200 metros de distancia.
La cosa es que no hay guerra buena; no importa cuan noble sea el fin de la misma y no importa si se está armado de flechas o cañones. Los Estados Unidos, por ejemplo, en este momento recibe bastante criticismo por su uso de armas a distancia, las cuales son capaces de pulverizar al enemigo sin ni siquiera saber cómo es.
Katsumoto y Algren sienten algo de esto cuando tienen que enfrentar al ejército del emperador que viene armado hasta los dientes con las primeras ametralladoras. Ellos sienten que eran los últimos guerreros. Que ellos si eran los buenos. Pero este un cuento viejo. Lo mismo deben haber pensado los primeros griegos aplastados por una catapulta, o los franceses bombardeados mientras montaban a caballo. Hasta los cavernícolas deben haber sentido que ellos eran mejores cuando sus enemigos les tiraron una piedra por primera vez, recordando la época en que un hombre era capaz de hacer una diferencia con tan sólo usar sus manos .
La guerra puede que sea necesaria. En algunos casos inevitable. Pero nunca noble o moral. Es simplemente una marea que se traga hombres enteros y los devuelve o muertos o llenos de tantas cicatrices psicológicas que a veces es preferible la primera opción.
Edward Zwick, cuyas escenas de batallas en «Glory» fueron bastante efectivas, no tiene problemas en recrearlas en «Samurai». Pero si los tiene cuando trata de mostrar la intimidad de sus personajes . Dirigir verdaderas emociones humanas definitivamente no es su fuerte, por lo que tiene que apelar al humor para enfrentarlas. En una escena incluso llega a poner a Tom Cruise a hacer una parodia de movimientos de karate (completamente fuera de lugar por cierto) con el fin de provocar la interacción con el hijo de Taka. El humor es necesario en cualquier película, pero es el único medio disponible para ser efectivo no tiene ninguna gracia.
Como Cruise es un actor de pocas dimensiones, Zwick inteligentemente le confió a Watanabe la mayoría de la carga actoral del filme, haciendo al mismo tiempo de guerrero y líder tribal, balanceando sutilmente su proporción de tiempo en cámara con Cruise. Watanabe, por cierto, es un actor efectivo, dominante y de una presencia que grita que lo veremos por bastante tiempo en el cine norteamericano.
«El último Samurai» es una historia rica y complicada, llevada a cabo por Zwick con la arrogancia del que tiene una obra de arte debajo del brazo. Sin embargo, sus fallas son bastantes obvias a pesar de ser bastante entretenida. Zwick nunca explica cómo o por qué el samurai que vive separado de la civilización japonesa, ni hablar de la norteamericana, habla inglés mejor que los miembros del gobierno japonés.
Esto no tiene ningún sentido, y uno se pregunta y espera una respuesta a esto cuando sucede, pero la película se mueve tan ágilmente que pronto se olvida en medio del resto de la trama. Como la escena en que Algren parece jugar béisbol en pleno 1876.
Pero a pesar de todo este pastiche de contradicciones «El último samurai» se mantiene con vida hasta el final y realmente no desilusiona como entretenimiento.
Producción: Dirigida por Edward Zwick; escrita por John Logan, Marshall Herskovitz y Zwick, basada en una historia por Logan; director de fotografía, John Toll; editada por Steven Rosenblum and Victor du Bois; música por Hans Zimmer; diseño de producción, Lilly Kilvert; producida por Mr. Zwick, Mr. Herskovitz, Tom Cruise, Paula Wagner, Scott Kroopf y Tom Engelman; Productora: Warner Brothers Pictures. Duración: 144 minutes.
Protagonistas: Tom Cruise (Nathan Algren), Timothy Spall (Simon Graham), Ken Watanabe (Katsumoto), Billy Connolly (Zebulon Gant), Tony Goldwyn (Colonel Bagley), Hiroyuki Sanada (Ujio) y Koyuki (Taka).
Enlaces de interés
1. Website oficial de «The Last Samurai»
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