La peor película del siglo

Si soy sincero, yo no debería estar escribiendo esta crítica. Mi animadversión hacia los tres protagonistas de «Chicago» me impiden juzgarla imparcialmente. Pero al recordar la manera en que este trío se hizo con los $20 dólares que mi novia y yo nos gastamos en ver esta nauseabunda pérdida de recursos, decidí que no importaba mucho ya que era imposible equivocarme al decir que «Chicago» es posiblemente la peor película hecha por Hollywood en lo que va de siglo.

Noten que uso la palabra «peor» tratando de causar el mayor efecto de rechazo posible hacia la película. Pero como esta palabra está cada vez más cerca del estándar del cine de hoy en día, lo que hago en realidad es hacerle un cumplido al antecederla con un posiblemente. Porque el hecho de que no haya películas de calidad en el mercado, es lo que me obliga a escribir acerca de «Chicago», en vez de la última obra maestra de un autor que aún no conocemos.

El principal problema con Hollywood hoy en día, es que los hombres que manejan este negocio han mutado en seres demasiado eficaces. Quizás como nunca antes y como en ningún otro lugar. Entienden que su trabajo en un estudio, no es el de crear obras de arte que alimenten al público de mitos y leyendas, que entretengan, que den una lección, y se conviertan con el tiempo en parte de la cultura popular, no sólo de los EE.UU., sino del mundo, con personajes como Flipper, Lassie, «El Zorro», «Los Addams», etc., etc., etc. Con el título de Yale bajo del brazo, saben muy bien que el objetivo de sus empleos es uno sólo: hacer películas que hagan dinero. O mejor aún, películas que hagan bastante dinero, sin gastar mucho.

No vamos a pecar de inocentes tampoco. Hollywood siempre ha sido un negocio. Humprey Boggart hizo tantas películas porque por razones inexplicables las mujeres de la época se volvían locas con él y compraban tickets al cine. «Lo que el viento se llevó» incluye los nombres más importantes del cine para ese momento, con la única intención de vender tickets. La magnífica «Casablanca», o «Lawrence de Arabia» o «El Padrino», fueron hechas por estudios que lo único que le interesaba era cuántos ceros iban a haber, uno detrás del otro cuando finalmente se quitara la cinta de cartelera.

Pero ¿por qué hace años que ya no hay Casablancas, ni Padrinos ni Lawrence de Arabias? Y al contrario recibimos un castigo inmerecido con mejunjes como «Chicago». La respuesta es fácil y dolorosa. Porque nos gustan.

Los grandes estudios se han convertido en las maquinarias de marketing más poderosas del planeta. Y no es para menos, una película de bajo presupuesto, de esas que sólo las va a ver Woody Allen y unos cuantos otros antes de que empiece a agarrar polvo en un Blockbuster en Cali, usualmente no baja de los 20 millones de dólares. Y 20 millones de dólares en Hollywood o en Cangas del Morrazo, son todavía 20 millones de dólares.

Cada película que sale de la MGM, o Fox o cualquier otro estudio es un riesgo muy grande a muy corto plazo. 10 fracasos en un año significan perder el estudio. Por lo que los ejecutivos se sientan a hacer su tarea y deciden, en una insólita muestra de genio, que en vez de producir buenas películas, van a producir películas que le gusten a la gente. Es decir, el culpable de que en toda la historia del cine, algunas películas fracasaran es culpa del director y de los guionistas, que en vez de escribir lo que el público quería, osaron ser originales y arriesgar así la plata del estudio.

Hoy en día el director y el guionista, están en más peligro de extinción que la tortuga del Orinoco. O por lo menos en la forma en que lo conocemos. Inventar, es demasiado riesgoso, así que ahora las películas vienen preempaquetadas directamente de las agencias de publicidad afiliadas al estudio. Las respuestas a las necesidades del estudio están en los estudios de mercado. En un sondeo realizado el año pasado por la CBS, supuestamente el público de los Estados Unidos, extraña las películas de vaqueros. No sólo extraña, la encuesta reflejaba un excesivo deseo por los televidentes de ver vaqueros en la televisión. Al día de hoy ABC, NBC y CBS están produciendo series de vaqueros que serán estrenadas en la temporada de otoño y hay al menos 5 películas de vaqueros listas para exhibición.

Con «Chicago» ni siquiera hizo falta esto. El musical ha sido en Broadway un éxito absoluto por décadas y todo el mundo adora la historia y sus canciones. ¿Qué más quieres? Sólo era cuestión de encontrar el bendito target, que traducido al lenguaje común hollywoodense es, ¡cashing!, dólares.

Así llegamos a la siguiente formula. Tres actrices, una rubia, una morena y una negra. Un actor, gay, pero no fuera del closet. Algo de sexo, pero no tanto para que los censores no se pongan cómicos, mientras menos se vea, pero más parezca que se ve, mejor. Mezclémoslo con un guión que ya está escrito, ahorrándonos el trabajo de escribir uno, y que además viene con su propia música que no sólo es conocida por millones, sino que a todos esos millones les encantan las canciones. Por ultimo, añádale ese toque del intelectualismo barato que emana del mismísimo Broadway. ¡Y voilà! Ahí está, una película, para blancos, negros, los que gustan de mujeres, los que gustan de hombres, a los que les gustó «Chicago», a los que les gustó la música de «Chicago», los que quieren sentirse intelectuales sin esforzarse mucho y los que por error, como yo fueron a verla. Sumamos al final y qué obtenemos, que el retorno puede estar en los cientos por cientos, con una película que costó lo mismo que los primeros 10 minutos de «The Matrix». Como punto de comparación, al menos esta película tuvo, un guión, score, banda sonora y cinematografía originales y no se ganó ni un premio en ninguna parte.

Pero el problema con «Chicago» no es su evidente comercialismo sino la incompatibilidad total con cualquier principio ético que el séptimo arte pudo haber tenido y si es que este aún se puede llamar así. Es una película de mentiras sobre mentiras, y Dios nos salve que tenga alguna influencia en el cine de hoy o muy pronto tendremos a Brad Pitt o Julia Roberts desgañitándose todo el camino hasta el banco.

Cuando por primera vez aparecieron los musicales, estos fueron producto del principal entretenimiento que existía en los Estados Unidos que era el vaudeville. Estrellas como Bob Hope y Fred Astaire, venían directo de bailar y cantar en las esquinas estadounidenses, y se colaron en Hollywood en ese concepto nuevo que llegó a llamarse musical.

Musicales los hubo de varios tipos. Unos como «West Side Story», donde toda la trama gira alrededor de números musicales que ocupan casi la totalidad de la película. Y otros como «Leven anclas», con Frank Sinatra y Gene Kelly, donde se intercalan canciones a lo largo de la película y donde los números de baile son menos numerosos y estilizados.

Pero en todos los casos, los protagonistas de estas películas no eran simples actores, eran, músicos o bailarines convertidos en actores para que interpretaran estos papeles. Y esto por una sencilla razón, nadie se podía imaginar el papel de un bailarín o cantante, actuado por alguien que no tenía estas cualidades.

Basta echar una mirada a cualquier pieza de baile de Fred Astaire para notar la diferencia con «Chicago». Fred Astaire está bailando, en «Chicago» nadie baila. Están actuando que bailan, es un rol al que le están dando vida y la forma más fácil de darse cuentan es poniéndole un ojo a la edición. «Chicago» fue terminada hace más de tres años y desde entonces estuvo en post-producción hasta que la soltaron a finales del año pasado. Zeta-Jones, Gere o Zellweger no bailan más de 3 segundos seguidos en cada toma, y de hecho Zellweger es bien sabido que necesitó de kilómetros de cinta para verse como que baila porque la pobre tiene menos ritmo que un porfiao.

Pero es que el casting es un desastre desde el principio. Al principio mencioné cuanto detesto a Catherine Zeta-Jones, pero debo confesar que no es verdad, que en realidad la envidio por haber aterrizado en una carrera donde los sueldos se pagan en melones, cuando mi gato tiene, sin ninguna duda, más talento que ella. Entre las «joyas» en las que ha trabajado está «The Mask of Zorro», «Entrampment», «The Haunting» y últimamente «Chicago», pero de alguna manera (traducción: casándose con el Abuelo Michael Douglas) se ha convertido en un suceso de farándula que lamentablemente ha sido confundido, no me pregunten cómo, con histrionismo. Igual tristemente celebre carrera presenta Zellweger, cuyo llamado a la fama fue la espantosa «Jerry Mcguire», «The Bachelor» y «ridget Jones’s Diary». Y ni hablar de Queen Latifah que no tengo idea qué hace en esta película, sino llamar la atención del público negro para que vaya al cine.

Excepciones en la película son Richard Gere, que se siente cómodo en su papel, y John Reilly, que aunque terriblemente desaprovechado, hace su trabajo, como el gran actor que es. Gere ha sido cantante y bailarín desde antes de ser actor en Hollywood, teniendo el rol principal en la primera edición de Grease en Broadway y habiendo hecho innumerables musicales antes de llegar a California. Pero no importa que tanto esfuerzo hayan puesto en la película, es bien difícil levantar el valor de este guión sin espinazo.

«Chicago» es en líneas generales una trampa. Una película que sería muy difícil calársela en televisión y que en cine se le sigue la corriente, porque para comenzar, uno ya pagó por ella. Por otro lado es una película tan estudiada que es muy posible que mientras lees este artículo estés simplemente diciendo ¿Qué demonios le pasa a este tipo? Si ese es el caso mi amigo, quizás simplemente sea cuestión de target. Además, no estas solo, yo no conozco a nadie a quien no le haya gustado.


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