Durante toda su historia, este planeta ha vivido en lo que podríamos llamar una total anarquía. A pesar del desarrollo de las relaciones diplomáticas y demás métodos para evitar que los países con más, se cogieran a los países con menos, echarle un vistazo a cualquier libro de historia es darse cuenta de que todo fue inútil. Cíclicamente, y con el ganador dependiendo de que país ostentara mayor poder en ese momento, el resultado siempre fue el mismo.
El hombre ya no era ningún Cromagnón cuando en Inglaterra ya se bebía té todas las tardes a las tres, y en el mundo hispano nadie se pelaba una misa ni que estuviera lloviendo azufre. Cervantes había escrito el Don Quijote y un montón de ingleses sin nada mejor que hacer ya nos había dado el drama de los Montesco y los Capuleto. Pero apenas alguien gritaba “oro”, no pasaba mucho tiempo antes que aparecieran las fosas comunes y se tuvieran que mover las fronteras en los mapamundis.
El mundo era un lugar donde imperaba la ley del más fuerte, donde perro comía perro y el que se iba para la villa perdía su silla. Si lo que deseabas era hacerte con el tesoro Inca, te ibas al Perú le cortabas la cabeza a 2 millones de indiecitos y listo. Sin opinión pública ante la cual justificar tus acciones, el planeta era de cualquier bolsa con poder de fuego.
En el peor de los casos sólo se requería una excusa, que demasiado frecuentemente tenía que ver con Dios: llevar a Dios a algunas gentes, hacer pagar a alguien por lo que hizo a Dios o simplemente porque esa era la voluntad de Dios. O sea, más o menos la retórica alqaedeana de hoy en día. En otros casos, el etnocentrismo tachaba a algunas razas de inferiores y catalogaba de colonización (¿democratización?), lo que era una vulgar invasión y robo de recursos naturales. O sea, más o menos lo que sucede ahora mismo en Irak.
De esta manera fue que los ingleses y franceses se hicieron con el Medio Oriente, media Asia y toda África, y los españoles y portugueses con el resto del planeta.
Pero hoy en día las cosas son un chin diferentes. Ya no se puede ir por el mundo cortando cabezas y montando títeres sin que nadie se de cuenta, por lo que los intereses económicos han tenido que cambiar de modus operandi. No cambiando sus estrategias, sino la forma en que son percibidas utilizando el mismo recurso de mercadeo que le permitió a Starbucks cobrar un dólar extra por un café con leche: cambiándole el nombre a Latte.
Los países pobres del mundo ya no son colonizados ni explotados, ahora son globalizados. ¡Latte!
Para muchas personas, la globalización tiene que ver con un concepto bonito en el cual todas las naciones del mundo ponen su granito de arena en el engranaje industrial del planeta, creando lazos económicos y diplomáticos que, según el columnista de The New York Times Thomas Friedman en su libro The World is Flat, hasta evitaría que en algún momento se produjeran guerras. Friedman llama a esto “La Teoría Dell de Prevención de Conflictos” (¡Latte! ¡Latte!): ningún país que es parte de la cadena de producción de una compañía como Dell, peleará una guerra contra el otro ya que hacerlo sería demasiado costoso para ambos.
La globalización no es nada nuevo, ha existido por lo menos desde principios del siglo XX y por las mismas razones que no ha funcionado hasta ahora, no va funcionar mucho mejor en el futuro. Por lo menos no para aquellos que no la inventaron. Porque su objetivo no es hacer del mundo un lugar mejor (a Dell le importa un comino que sus productos sean hechos por chinitos raquíticos a centavos por día), sino mantener intacto el estándar de vida en los EE.UU. y a la Bolsa de Valores de Nueva York in crescendo. Y para que esto suceda, el costo de la mano de obra en esos países globalizados, debe mantenerse tal como está por lo siglos de los siglos, amén.
Además, como la mayoría de los países no tienen nada más que ofrecer que mano de obra barata y recursos naturales (especialmente del tipo no renovables), en la práctica, cualquier esperanza de intercambio global es inexistente, manteniéndose el actual status quo de traspaso de divisas.
Antes de La Teoría Dell, Friedman había desarrollado la de los Arcos Dorados. Según esta, nunca habría conflictos entre dos países con un McDonalds (ignorando la invasión de Panamá en 1989). Poco después la OTAN bombardeo Serbia, terminando de mandar la teoría al demonio. Como se irá la Dell y la Taco Bell y cualquier otra que quieran inventar, por que la historia no miente. Cuando un país quiere lo que hay en otro país, nada va a detenerlo, no importa que tan mala sea su comida.
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