A un grupo de soldados de la primera guerra del golfo les lavan el cerebro y les implantan chips en el cerebro para que crean que uno de ellos fue un héroe de guerra. Este soldado (Liev Schreiber) es hijo de una poderosa senadora de EE.UU. (Meryl Streep), quien junto a una gran corporación (la Manchurian Corporation), planea apoderarse del país, y del mundo, produciendo un candidato presidencial perfecto al que pueden controlar totalmente con sólo decir ábrete sésamo. ¿Suena como una buena película? Difícilmente, aunque haría un buen capítulo de las «Power Puff Girls».
El candidato de Manchuria, el «clásico» John Frankenheimer llega a las pantallas de cine nuevamente. Esta vez de la mano de Jonathan Demme, quien en medio de una terrible sequía creativa, no logra darle credibilidad a un guion actuado soberbiamente pero sin sorpresas.
Hay dos cosas que para mí son inexplicables en el mundo del cine. La primera es el remake. La otra es el remake de películas mediocres, con la última siendo la más frecuente e innecesaria entre ambas. Claro que no soy tan ingenuo para no saber que detrás de cada secuela hay un estudio de mercado, y cine, con el único objetivo de hacer unas munas. Sin embargo, de vez en vez, una versión es filmada por el puro de empeño de un director que cree que puede hacer un mejor trabajo que el original. En esta categoría tenemos a El candidato de Manchuria.
Jonathan Demme ya lo había intentado en el 2002 con Charade de Stanley Donen. El esfuerzo fue desastroso y el resultado una de las películas más irrelevantes en lo que va de siglo. Charade es un filme difícil de igualar con un guion prácticamente impermeable que no requería, ni requerirá, actualización alguna por los siglos de los siglos.
Pero en vez de aprender su lección, Demme vuelve a la carga con otro remake. Esta vez rebajándose a elegir un film que de antemano luce superable, pero que aún así falla en tan siquiera igualar.
Al menos con Charade Demme eligió una película sólida. Si uno va a hacer un remake, la categoría de Charade es donde hay que buscar. Si sale mal siempre se tiene la opción de excusarse tras la magia del film original. Pero con El candidato de Manchuria este es un recurso con el que no se cuenta.
La película de John Frankenheimer, basada en el libro de Richard Condon del mismo nombre, era una película B sin mucho que ofrecer aparte de su cuasi controversial tema que con el tiempo le ganó el dudoso título de «primer thriller político». Uno de los tantos que vendrían en una década atiborrada de teorías conspirativas. Pero aunque está bien estructurada, actuada y fue relativamente exitosa cuando fue puesta en pantalla, no lo fue más ni mejor (excepto por lo de actuada y entre comillas) que otros clásicos B de la época como la menospreciada Invasion of the Body Snatchers, por sólo mencionar una.
La comparación puede sonar disparatada, pero El candidato de Manchuria carecía en ese entonces de la seriedad o «relevancia» que se le atribuye ahora y la única razón por la que ambas películas no están hoy día en el mismo estante de Blockbuster es pura casualidad.
El hecho que Estados Unidos nunca fue invadido por chupacabras relegó a Invasión de los Body Snatchers a los terrenos de la ciencia ficción barata. Mientras que el asesinato del presidente de los Estados Unidos un año después de su estreno elevó a El candidato, otra vez por pura casualidad, a los inmerecidos terrenos del culto. Esta coincidencia, el asesinato de Kennedy en el 63, hizo que el film fuera visto como profético y que se ignorara su mediocridad. En realidad, si JFK se hubiera enfermado el día de su fatídico vuelo a Dallas, pocos, aparte de algunos fanáticos del cine, o Frankenheimer, supieran del Candidato de Manchuria hoy día.
Esta confusión entre forma y fondo, que Demme ignora o decide ignorar, hace que la seriedad que le imprime a la nueva versión sea risible. Y curiosamente no porque el resultado no sea efectivo (la película es tan entretenida como cualquier capítulo de Friends), sino porque la premisa del guion es imposible fuera de los terrenos de la ciencia ficción por no mencionar la realidad del mundo actual.
Demme se esfuerza en tratar de convencernos que su película tiene un mensaje y que por lo tanto es de alguna manera políticamente relevante, basado en la concepción errónea que la versión original lo fue cuando salió en 1962. En ese año a George Axelrod no le costó mucho trabajo guionizar el libro de Condon, y mucho menos trabajo le costó a Daniel Pyne y Dean Georgaris reguionizar el guión de Axelrod a petición de Demme, cambiando a Corea por el Golfo Pérsico y a los EE.UU. de Eisenhower por el de George Bush II. Pero esta diagramación literal del guión sólo sirve para profundizar la ineficiencia del film.
Cambiar la guerra fría de los cincuenta por la guerra contra el terrorismo actual, y la «amenaza» comunista por la amenaza corporativa, es un intento mediocre de actualizar el film, que además es extemporáneo porque mientras los comunistas nunca lo lograron, las corporaciones sí, y eso no es ningún secreto a pesar de que Demme nos presenta el cuento como si acabara de descubrir el agua tibia.
En El candidato de Manchuria Demme parece atacar a alguien (las corporaciones, el neo liberalismo, etc.), pero es difícil reconocer a quién porque se niega a tomar partido. En vez de eso, se dedica a disparar en todas las direcciones posibles sin dar en ningún blanco en particular, lo cual es consecuencia exclusiva de su literalismo.
Tomemos el papel de Meryl Streep como ejemplo. La mayoría de los críticos de la película reconoce que la misma es pro liberal, sin embargo, la villana de la película no existe en la realidad política norteamericana sino en la persona de una demócrata, Hillary Clinton. En la versión original este problema no existía porque no había ninguna Hillary en el panorama, pero Demme ignora este hecho y en vez de ajustarse y proponer cambiar el rol al de un hombre, decide apegarse al guion original perdiendo la contundencia que pretende tener.
Por eso hay que hacer un esfuerzo para ver la historia del Candidato como una metáfora del estado en que se encuentra la política en los EE.UU. hoy en día, porque aunque Demme trata, y no poco, de opinar sobre la privatización y la mediatización de las campañas políticas y los concursos de belleza y popularidad en que se han convertido, el país representado en el film no existe en realidad, siendo sólo una versión fílmica de lo que era el mundo en 1962.
Además, al hacerlo con imágenes y sonidos de fondo pseudo subliminales uno no puede dejar de preguntarse porque no fue más directo y creativo. Por qué en vez de haber rehecho El candidato de Manchuria no creó nuevos personajes que vivieran la realidad que constantemente se refleja a espaldas de Liev Schreiber y Denzel Washington. Esa realidad del actual Estados Unidos donde para hacerse con la presidencia no es necesario implantarle chips en el cerebro a nadie y donde lo único que se necesita es tener a un hermano de gobernador en un estado electoralmente importante y a unos amigos en la Corte Suprema, como ya vimos en las elecciones presidenciales del 2000.
Producción: Dirigida por Jonathan Demme; escrita por Daniel Pyne y Dean Georgaris basada en el guion de George Axelrod y la novela por Richard Condon; fotografía: Tak Fujimoto, editada por Carol Littleton y Craig McKay; música por Rachel Portman; producción ejecutiva, Tina Sinatra, Scott Rudin, Mr. Demme e Ilona Herzberg; Estudio: Paramount.
Protagonistas: Denzel Washington (Ben Marco), Meryl Streep (Eleanor Shaw), Liev Schreiber (Raymond Shaw), Jon Voight (Senador Thomas Jordan), Kimberly Elise (Rosie), Jeffrey Wright (Al Melvin), Ted Levine (Coronel Howard), Bruno Ganz (Delp), Simon McBurney (Atticus Noyle), Vera Farmiga (Jocelyn Jordan) y Robyn Hitchcock (Laurent Tokar).
Enlaces de interés
1. Website oficial de «El candidato de Manchuria»
Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.