Gran parte del prestigio que tiene el actual cine de autor norteamericano se debe al trabajo de Jim Jarmusch. Su segundo film, «Stranger than Paradise» (1984), es uno de los más influyentes de la historia del cine y responsable en gran medida del movimiento independiente que explotaría una década más tarde.
Pero a pesar de su reconocimiento crítico, Jarmusch es ignorado frecuentemente por el gran público, en parte por lo limitado de la distribución de sus films (en Manhattan Broken Flowers apenas es exhibida en un (1) cine), y a que su obra no es precisamente fácil de consumir. Sus películas no son para todo el mundo de la misma manera en que un Pollock puede no serlo para un amante de la pintura realista, que a juzgar por su récord en taquilla es el común denominador. Son películas hechas por Jarmusch y para Jarmusch, y expresan su sensibilidad artística de una forma tan arriesgada y experimental que usualmente son percibidas como ejercicios de un individuo que simplemente ha perdido la cabeza (incluyéndome).
Sus guiones tampoco han sido los más coherentes u originales, pero esto no es relevante para nada, ya que el valor de Jarmusch está en la manera en que los plasma en la pantalla, caracterizándose por la utilización del tiempo y el silencio como formas de acentuar las emociones de sus personajes. Las imágenes en los filmes de Jarmusch son narraciones en off que los enriquecen, lo cual no significa que sean particularmente entretenidos, pero sí visualmente impresionantes y perentoriamente avant-garde.
Pero en «Broken Flowers», su película más convencional a la fecha, Jarmusch ha hecho lo muchos llaman una concesión, y que a mi entender es un avance, al construir una película coherente, sencilla y sentimentalmente eficaz que funciona perfectamente a nivel comercial sin traicionar sus valores artísticos.
Un tema común en la filmografía de Jarmusch, es su obsesión con personajes forzados a enfrentar situaciones extremas que los obligan, de una manera u otra, a sobrevivir, y la manera en que esto los transforma como seres humanos. Y su última película no es la excepción.
En ella nuestro héroe es Don Johnston (Bill Murray), un casanova bien pasado la mediana edad que hizo su fortuna «con computadoras» y hastiado por décadas de chistes relacionados con el protagonista de «Miami Vice». En la primera de una serie de viñetas que muestran a Don en un doloroso viaje de auto-descubrimiento, su última ex, Sherry (Julie Delpy), lo abandona alegando desinterés por la relación, lo cual es evidente en el inexpresivo rostro de Don, tan consumido en su propia modorra que apenas puede esperar a que ella se vaya para sentarse de nuevo a ver televisión (nada casualmente «The Private Life of Don Juan»). Recostado en un gigantesco sofá de cuero, dentro de una casa vacía y estéril, Murray es un Scrooge incapaz de causar la más mínima simpatía en el público. Por lo menos hasta que una carta anónima enviada por una de sus antiguas amantes le informa que tiene un hijo de 19 años que ha huido del hogar para ir en busca de su padre. Por un instante la carta desgarra la voz de Don, mostrándonos lo que sólo Murray puede sin mover un solo músculo, un hombre de carne y hueso temeroso de sufrir de la manera en que lo hizo alguna vez y que Jarmusch nos deja a la imaginación.
Pero nada hubiera cambiado si no es porque Don le muestra la carta a su vecino Winston (Jeffrey Wright), un aficionado al detectivismo que lo convence de visitar a las cuatro posibles madres de su hijo. Así, Don viaja a encontrarse con Laura (Sharon Stone), una sureña iletrada con una hija llamada Lolita que ofrece algunas de las escenas más surreales desde aquellas de la orgía en Eyes Wide Shout. Dora (Frances Conroy), una suburbanita típica vendedora de bienes raíces. Carmen (Jessica Lange) una psíquica de perros new-age. Y Penny (Tilda Swinton), una marginal que de todas las candidatas es la única que expresa su resentimiento por Don.
Con cada uno de los encuentros, Don descubre el daño que causó en sus ex-mujeres y lo patético de su vida actual, al verse reflejado en personajes que a pesar de su aparente armonía, esconden una abrumadora cantidad de frustraciones y desengaños de la manera en que él mismo lo hace.
Sharon Stone es impresionante como la mujer que ante el obvio desastre que la rodea (pobreza, las tragicómicas tendencias sensuales de su hija), se muestra ante Don completamente feliz y equilibrada, cuando tan solo es otra flor rota más de su pasado. Jarmusch la fotografía a ella y a las otras mujeres como fantasmas en pena a punto de romper en llanto, causando una angustia en el espectador que no termina hasta que el mismo Don cede a su propio dolor. Aquellos insectos pululando bajo el tejido de la sociedad en «Blue Velvet» de David Lynch, aparecen en todas ellas una y otra vez de forma implícita.
Su exposición a todas estas vidas, dejan a Don un hombre al descubierto. Inseguro y confundido, que ve en cada muchacho que encuentra en la calle a ese hijo que ahora sabe que tiene. Jarmusch hace esto con paciencia y delicadeza, mostrándonos su virtual deconstrucción, mientras nos pasea por paisajes tan monótonos como la vida de Don que prácticamente deambula por el mundo comunicándose con monosílabos tratando de no relacionarse más allá de lo necesario.
Al final, Jarmusch nos entrega uno de sus finales típicos, insatisfactorio y abierto a la interpretación de la audiencia, pero a todas luces, el único que este film realmente podía haber tenido.
Producción: Escrita y dirigida por Jim Jarmusch basado en una idea de Bill Raden y Sara Driver; dirección de fotografía, Frederick Elmes; editada por Jay Rabinowitz; música por Mulatu Astatke; diseño de producción, Mark Friedberg; producida por Jon Kiliky Stacey Smith; estudio: Focus Features. Duración:86 minutos. Esta película es clase R (Restricted).
Protagonistas: Bill Murray (Don Johnston), Jeffrey Wright (Winston), Sharon Stone (Laura), Frances Conroy (Dora), Jessica Lange (Carmen), Tilda Swinton (Penny) y Julie Delpy (Sherry)
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