- Publicado en Opinión
Tratado sobre el jalabolismo
Capítulo único: el jalabolismo o jalamecatismo1. Su influencia en la vida diaria. De cómo se aprende a jalar bolas. Tipos de jalabolismos.
Capítulo único: el jalabolismo o jalamecatismo1. Su influencia en la vida diaria. De cómo se aprende a jalar bolas. Tipos de jalabolismos.
Culei era el malandro más malo de la barriada. Nadie como el tenía tanta carga de odio comprimida, característica que lo hacía el jefe de los maleantes del lugar. Era un tipo extremadamente alto y gordo muy parecido a la figura del refresco que tomábamos cuando pequeños, cuya imagen le había dado el sobrenombre que con tanto orgullo llevaba y el cual le daba cierta preponderancia entre quienes conformaban su círculo hamponil.
Corría el año de 1959. En Caracas, así como en toda Venezuela, aún se recordaban los diez años de la dictadura perezjimenista, razón por la cual estaban abiertas aún las heridas de la reminiscencia del totalitarismo político. Ahora se abría un nuevo camino hacia un sistema político que garantizaría —en teoría— las libertades políticas de la totalidad de la población venezolana.
Entre el 27 de febrero y el 11 de marzo de 2004 se transmitieron por los principales canales privados de televisión venezolanos como lo son Globovisión, Venevisión, Radio Caracas Televisión, Televen, entre otros, cadenas de noticias extranjeras (CNN), periódicos de oposición como El Nacional, El Universal, 2001, etcétera, unas acciones aisladas de protesta propiciadas por adeptos a los grupos que se oponen al gobierno del presidente Hugo Chávez Frías.
Cuando me encontré a Satanás estaba sentado en el banco del parque. No parecía un mal tipo y con su impecable traje rojo miraba firmemente hacia el horizonte. Me le acerqué y le dije:
—Hey amigo, ¿se siente bien?
A lo que me respondió:
—Sí, muy bien, gracias. Es usted el primero que repara en mi persona —dijo— los demás parecen no verme.
—¡Qué extraño! —le dije— ¿O será que Ud. no existe? —bromeé.
—Ahora, en estos tiempos, está más que demostrado que existo —dijo.
Como le indagué acerca de su afirmación, procedió a explicarse.
Al despertar no me sentía igual. No parecía ser yo. Ni siquiera al verme al espejo. ¿Yo delgado y sin barba?. ¿Qué había pasado?. Me pellizqué y no sentí dolor, percatándome de que estaba soñando aún. Pensé —desde mi raciocinio onírico—, ¡menos mal que estoy soñando! Me desperté. Sin embargo, al verme al espejo seguía siendo el desconocido hombre delgado sin barba de antes. Volví a pellizcarme y esta vez sí me dolió. Ahora sí me asusté. ¿Quién era yo?, es decir, ¿en quién me había convertido? Busqué mi cartera y vi mis documentos.
No sé cómo explicarlo, pero quiero ser independiente de mi televisor. Es un movimiento que insurge frente al objeto alienante que tengo en la sala de mi casa. Hay una parte de mí que quiere que me aleje de él, pero hay otra —que dicho sea de paso, es mayoritaria— que desea que sea un individuo mediático. Esa parte es la que hace que sea consumidor de todos los productos que anuncia el invasor de mi sala, que no se cansa de influir sobre mi personalidad. Todo lo compro, desde el producto más pequeño hasta aquellos que promocionan con grandes cuñas.
Cuando se acabó el agua yo tendría unos quince años. Fue después de años y años de agresión al planeta por parte de la humanidad. Las explosiones de múltiples bombas, así como las pruebas nucleares, los desodorantes en spray, el monóxido de carbono de los vehículos automotores, coadyuvaron a la casi extinción del vital líquido. Como consecuencia de ello comenzó a disminuir la vida en la tierra —vida que incluía plantas y animales, inclusive el más grande de los últimos, el hombre— y poco a poco fuimos desapareciendo de la faz del planeta.
Al principio, cuando llegó la primera nave espacial, no supimos qué hacer. Nuestra primera reacción fue de terror, aunque poco a poco se fue convirtiendo en curiosidad cuando la avistamos en lo profundo del horizonte. Pero por puro instinto de auto conservación corrimos a escondernos en cuevas para evitar que los extraños visitantes o invasores, aún no lo sabíamos, nos descubrieran.