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Barcelona: capital mundial de las despedidas de soltero
Era un sábado por la noche. Yo iba a casa de unos amigos a pasar la velada. Entré en el vagón de metro, localicé un asiento libre y me senté de la forma maquinal e inconsciente en que todo urbanita experimentado cumple con esas rutinas. De pronto miré a mi alrededor y me encontré en mitad de un grupo de unas veinte mujeres jóvenes que apenas hablaban —en inglés— entre ellas. Sus conversaciones eran poco más que intercambios de risitas nerviosas. Todas lucían sobre sus cabezas una diadema adornada con un enhiesto, sonrosado y erecto falo de fieltro, con su glande morado apuntando al techo y dos redondos testículos colgando juguetones sobre las frentes respectivas.